De las selvas del Darién a Estados Unidos, un peligroso viaje que empieza en cuentas de Facebook y grupos de Whatsapp
El aumento dramático de migrantes cruzando la frontera colombo panameña refleja la creciente desigualdad en América Latina. Mientras los gobiernos implementan barreras físicas, expertos abogan por políticas que aborden las causas raíz de la migración y ofrezcan rutas seguras
La persona se encarga de gestionar todo, también le facilita a los interesados los contactos de quienes los van a ayudar en cada punto del recorrido, que comienza en Colombia. Por supuesto, todo esto tiene un precio, y todo depende del presupuesto que cada quien tenga.
Detrás de todo hay una sofisticada red que permite a los migrantes transitar por los distintos países sin ser requeridos por las autoridades o caer en las manos de grupos de delincuentes o carteles de la droga. Todos participan del negocio de la migración, ya sea de manera directa o indirecta.
Benjamín hace conferencias telefónicas entre el interesado en migrar desde Colombia y el “guía”, una especie de contrabandista o experto en las rutas de la selva, que es la persona que ayuda al migrante a cruzar el Darién.
“Se llega a Turbo (Colombia), luego a Acandí (Colombia). De allí, tres días o tres días y medio por la selva. Luego se llega a un campamento de la ONU en Panamá. Luego los llevan en buses hasta Tapachula (México). De Tapachula a Coahuila, y de ahí finalmente hasta Piedras Negras”, le dice Benjamín a un periodista de Infobae que se hizo pasar por un migrante interesado en viajar desde Colombia hasta Estados Unidos.
En el grupo de WhatsApp explica los cruces hasta Estados Unidos que se pueden hacer desde las ciudades mexicanas de Piedras Negras, Nuevo Laredo, Reynosa y Sonoyta. En muchos de estos casos, una vez que llegan a EEUU, las personas se entregan a migración.
Las razones de cientos de miles de personas para migrar siguen siendo las mismas. La pobreza ha aumentado a un 30,3% en América Latina, y aunque el empleo ha vuelto a niveles de 2019, los salarios reales siguen estancados.
La crisis migratoria es la peor de su historia, con más de 7,5 millones de venezolanos y 1,7 millones de haitianos huyendo de sus países debido a la inestabilidad política y económica. Esta situación se ve agravada por la falta de vías legales para llegar a Norteamérica, empujando a muchos migrantes a intentar cruzar la peligrosa selva del Darién para llegar a Estados Unidos.
Todo comienza en el Darién
El Tapón del Darién, considerado durante mucho tiempo una de las regiones más impenetrables del mundo, es un área de selva tropical situada en la frontera entre Colombia y Panamá que abarca aproximadamente 5,700 kilómetros cuadrados. Esta región es conocida no solo por su densa vegetación y fauna diversa, sino también por su papel crucial en la ecología y la geopolítica de la zona.
Esta selva comenzó a ser utilizada como ruta migratoria a finales de los años 90 por colombianos que huían del conflicto interno. Sin embargo, como eran pocas las personas que tomaban esta ruta, Panamá no registró oficialmente los cruces hasta 2010. Entre 2010 y 2014, la situación empezó a cambiar, registrándose unos 2,400 cruces anuales. Un incremento significativo se produjo entre 2015 y 2016, con unas 30,000 personas cruzando el Darién. Aunque hubo un descenso temporal, desde 2021 la cifra casi se ha duplicado anualmente. En 2023, el número de cruces siguió aumentando debido a la falta de vías legales hacia México y otros países, así como a la consolidación de la ruta por el Darién compartida por los migrantes.
Originalmente, los migrantes eran principalmente haitianos y cubanos. Entre 2015 y 2021, el 79% provenía de estas nacionalidades o eran hijos de migrantes haitianos en Sudamérica. En 2022, la mayoría procedía de Venezuela, con un aumento drástico de 3,000 a casi 250.000 personas cruzando en un año, impulsado por nuevas restricciones de visado por parte de Estados Unidos. En 2023, la cifra se duplicó, y más de 500.000 personas cruzaron la selva. Este año, según cifras oficiales, más 200.000 personas han realizado el peligroso trayecto.
Para quienes tienen un presupuesto más holgado, existen servicios de pequeñas embarcaciones que los transportan directamente a Panamá o Costa Rica. Sin embargo, para los cientos de miles que se ven obligados a cruzar a pie, el viaje es extremadamente peligroso debido a la geografía implacable que deben enfrentar. Los migrantes son personas de todas las edades, desde adultos mayores hasta niños e incluso bebés. La travesía comienza con lo que consideran indispensable: tiendas de campaña, lonas, botas de lluvia, agua y alimentos. No obstante, estos suministros, además de ser insuficientes, resultan una carga pesada durante el trayecto. Rápidamente se agotan las provisiones, obligando a los viajeros a depender del agua no potable de los ríos, lo que frecuentemente provoca enfermedades. El terreno escarpado, con constantes ascensos y descensos de montañas, causa numerosas fracturas y dislocaciones. Además, muchos pierden la vida al intentar cruzar ríos de fuertes corrientes y súbitas crecidas.
“Saliendo de Necoclí y Turbo (donde hay una desprotección total salvo una poca presencia de actores humanitarios) en Colombia, los migrantes tienen que pagar a ‘guías’ para entrar en la selva del Darién. Como comentaba antes, esos guías en realidad son trocheros que, por medio de un pago, llevan a los migrantes a través de la selva. Los que pagan más tardan alrededor de dos días en cruzarla, llegando primero a la comunidad Canaán Membrillo y, posteriormente, a la estación receptora de migración San Vicente. Quienes no pueden pagar o pagan menos, pueden demorarse hasta una semana para cruzar la selva por rutas consideradas más peligrosas, tanto por la geografía como por los diversos riesgos de vulnerabilidades debido a robos y abusos (incluso sexuales)”, explica Pía Riggirozzi, profesora y directora del Departamento de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de Southampton.
El 24 de junio, las fuerzas de seguridad panameñas informaron que 10 migrantes fallecieron ahogados en una zona del Caribe de Panamá, a donde habían llegado procedentes de Colombia, en una ruta más corta a través de la selva del Darién en su camino migratorio hacia Norteamérica. Entre 2014 y 2021, murieron o desaparecieron 253 migrantes en el Darién. También se han registrado cientos de casos de violencia sexual.
Ya desde que era candidato, el actual presidente de Panamá, José Raúl Mulino, prometió endurecer los controles a migrantes en el Darién. Incluso dijo que cerraría la selva, lo cual es objetivamente imposible. Sin embargo, para reducir este flujo, desde el pasado 3 de julio el nuevo gobierno panameño cercó progresivamente con “barreras perimetrales” (vallas de alambre con púas) unos 4,7 kilómetros en el Darién, donde había al menos cinco pasos no autorizados o trochas, para “canalizar” el flujo de los migrantes a través de un “corredor humanitario”.
“El cierre del paso obligará a los migrantes a buscar rutas alternativas, que probablemente sean más largas y peligrosas. Esto puede incrementar el riesgo de violencia, explotación y condiciones adversas durante su travesía, además de fomentar redes de tráfico de personas, ya que los migrantes buscarán ayuda de ‘coyotes’ para encontrar nuevas rutas, exponiéndolos a mayor explotación y abusos”, señala la académica.
A la espera de datos comparativos de todo el mes de julio con respecto al mes anterior, las autoridades panameñas aseguran que tras esas medidas se ha percibido ya una reducción del número de transeúntes.
De acuerdo con Riggirozzi, quien ha estado en la zona del Darién realizando investigaciones y trabajos de campo, los cambios en la política migratoria en América Latina tienen un impacto significativo en los flujos migratorios a través del Darién.
“Estos cambios pueden influir tanto en el número de migrantes que eligen esta ruta como en las condiciones que enfrentan durante su travesía. Sin embargo, lo que ha contribuido al aumento del flujo y las características de este flujo migratorio (en términos de números, género y nacionalidades) no son solo cambios en políticas migratorias, sino la ausencia de las mismas”, señala Riggirozzi.
Para la académica e investigadora, el tema central es que si bien los gobiernos en la región han implementado una variedad de políticas y acuerdos legales para responder al flujo sin precedentes de desplazamiento venezolano, la implementación siempre ha estado sujeta a interpretaciones político-ideológicas, oportunismos electorales, e ineficiencia operativa y de recursos.
“En lo inmediato, los migrantes bloqueados por el muro de alambre de púas están en una posición de mayor vulnerabilidad, sin acceso adecuado a servicios básicos como alimentación, agua, atención médica y refugio. El cierre del paso en Darién por parte de Panamá, combinado con la pausa en el asilo en EEUU bajo la administración de Joe Biden, ha generado una situación crítica para los migrantes en la región, quienes quedarán varados y en limbo. Además, enfrentan una mayor presión sobre recursos en comunidades locales que ya están sumamente empobrecidas y desfinanciadas. Hay una persistente situación de deshumanización de los migrantes, tratándolos como problemas a gestionar en lugar de personas con necesidades y derechos”, señala Riggirozzi.
Por su parte, Loren Landau, profesor de migración y desarrollo en el departamento de Desarrollo Internacional de Oxford, afirma que los problemas del Darién, como los del Mediterráneo, plantean desafíos e innumerables cuestiones políticas, prácticas y éticas.
“En mi opinión, sólo hay dos soluciones sostenibles o de largo plazo para los problemas de inmigración. Lo primero tiene que ver con la equidad global. Si los países que hoy son pobres pudieran ofrecer la misma seguridad económica y física que Estados Unidos, la Unión Europea o Australia, habría pocas razones para trasladarse clandestinamente. Sin embargo, es poco probable que esto ocurra en un futuro próximo y la migración es una de las formas más rápidas en que las personas y las familias pueden contribuir a igualar sus condiciones”, dice Landau.
Y agrega: “La segunda opción es más práctica, pero menos políticamente posible: crear más vías para que las personas se trasladen legalmente. Una política que reconozca que la migración está vinculada a la justicia y la seguridad a largo plazo facilitaría los movimientos de quienes desean escapar de la pobreza y las amenazas o ganarse la vida en otro lugar. En las zonas donde existen esos mecanismos, vemos pocas muertes de migrantes, poco tráfico y sistemas que permiten la gestión ordenada del proceso migratorio”.
Landau señala que las políticas actuales no están a la altura de estos dos frentes y que a largo plazo serán contraproducentes ya que no hacen prácticamente nada para abordar la desigualdad generalizada, sino que están diseñadas para atrapar a la gente en la pobreza y la precariedad.
“Mientras tanto, victimizan y criminalizan a quienes se desplazan, obligándolos a vivir en la clandestinidad y causando un gran dolor a muchos. Se trata de un resultado intencional diseñado para disuadir a otros de venir. Esto, en última instancia, socavará la autoridad moral de los países ricos y alimentará el extremismo y los sentimientos antioccidentales”, finaliza.