EURO 2024 | ITALIA / El bus de Italia aún espera a Vialli

Una superstición con el exdelantero, jefe de delegación de Mancini y fallecido el año pasado, se convirtió en el gran talismán para ganar la Euro 2020.

José A. Espina
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Eurocopa 2020. Dos días antes de la final contra Inglaterra en Wembley, Gianluca Vialli entra en el vestuario de Italia para citar un fragmento de Ciudadanía en una República, famoso discurso del expresidente estadounidense Theodore Roosevelt: “El reconocimiento pertenece al hombre que está en la arena, con el rostro desfigurado por el polvo y el sudor y la sangre; quien se esfuerza valientemente; quien erra, quien da un traspié tras otro, pues no hay esfuerzo sin error ni fallo; quien realmente se empeña en lograr su cometido; quien conoce grandes entusiasmos, las grandes devociones; quien se consagra a una causa digna; quien en el mejor de los casos encuentra al final el triunfo inherente al logro grandioso, y quien en el peor de los casos, si fracasa, al menos fracasa atreviéndose en grande, de manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas frías y tímidas que no conocen ni la victoria ni la derrota”.

Para entonces, en aquel julio de 2021, Gianluca ya trataba de superar un cáncer de pancreas que acabaría con su vida año y medio más tarde, en enero de 2023. Grandes amigos desde hacía casi 40 años, pareja de ataque en aquella temida Sampdoria de finales de los 80 y principios de los 90 y también en la Azzurra, Roberto Mancini había pedido a Vialli que le acompañara como jefe de delegación en una Nazionale que se desangraba históricamente, tras fallar en la clasificación para un Mundial por primera vez desde 1958. El capodelegazione es un puesto realmente inspirador para los futbolistas: desde hace unos meses lo ocupa otro mito italiano, Gianluigi Buffon.

Confidente, psicólogo, hombro en el que reír y llorar. Vialli se convirtió en el mejor pilar de aquella sorprendente nueva Italia, madre de la que ahora defiende título en Alemania. Un equipo que había perdido la esperanza futbolística para volverla a recuperar en las mágicas noches de Londres, con dos ejercicios de épica y dos tandas de penaltis que sirvieron para ganar a España en semis y a la anfitriona, Inglaterra, en la final.

Hijos de la superstición, que se toman a medio camino entre la broma y lo escrupuloso, los italianos adquirieron desde justo antes del primer partido de la liguilla ante Turquía una rutina nacida de la casualidad, en la que Vialli era el gran protagonista. El equipo emprendía viaje a Roma desde Coverciano, pero se paró en seco a los 100 metros tras darse cuenta de que Gianluca se había quedado en tierra. Al día siguiente, el debut ante los otomanos no podía salirle mejor a la Azzurra: 3-0, goles de Demiral (pp.), Immobile e Insigne.

Durante las tres semanas siguientes, la Nazionale siguió el mismo ritual antes de cada partido: todos suben al bus, excepto el ‘jefe’ Vialli. El vehículo parte, recorre unos metros y se luego detiene para esperar a su talismán. El capodelegazione sube y sonríe, entre el aplauso de los presentes. Italia ya va ganando 1-0.

“Gianluca me va a odiar por esto, pero lo digo de todos modos. Él es un ejemplo que nos muestra cómo comportarnos, en cualquier momento y en cualquier circunstancia”, declaraba nada más levantar el título y entre lágrimas de alegría Alessandro Florenzi, uno de aquellos campeones en la noche de Wembley. El bus de Italia recorre ahora Alemania con la misma esperanza de vencer, o al menos trascender. Y no se ha cansado de esperar a Vialli.

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