River y las goleadas para no menospreciar ni sobrestimar
Tras una batería de intervenciones en búsqueda de un equipo “de autor”, Demichelis encontró su esquema ideal y los titulares. Pero la duda sigue: ¿alcanzará ante rivales de peso en la Copa?
¿Se trata de un River que no merece cuestionamientos, acorde a las estadísticas súper poderosas con las que despacha a sus rivales en el Monumental?, como sostienen los defensores del entrenador. ¿O es un River que se alimenta peligrosamente de triunfos chatarra en una Liga Profesional que, con sus 28 participantes, se merecería un etiquetado de excesos de equipos?, como disparan sus cuestionadores.
Las fluctuaciones se trasladan hacia el futuro, ese terreno desconocido para todos, no sólo para el River de Demichelis: ¿Alcanzará con esta versión actual a la hora del desembarco en Normandía, o sea los octavos de final de la Copa Libertadores? ¿River camina lo suficientemente bien liderado y preparado, a la espera de refuerzos, hacia la batalla final? ¿O esta serie de triunfos genera la inconsciencia de quien se dirige hacia una colisión inminente, como quien se cae desde un segundo piso y, al pasar por el primero, dice “estoy bien, todavía no me pasó nada"?
También se suman preguntas menores, por ejemplo la de ayer, cuando el 3-0 ante Belgrano, sumado al 3-0 contra Central Córdoba del sábado pasado, disparó nuevas dudas: ¿las goleadas, ese hecho excepcional en el fútbol, pueden convertirse en una rutina? ¿Deben menospreciarse? En todo caso, son cuestiones propias de un club excepcional como River, que, aun sin crisis económica (más bien lo contrario) ni futbolística, está en un momento raro, confuso.
Hace una semana, en la previa del partido ante los santiagueños, Demichelis fue silbado, la expresión por un disconformismo que llevaba más de un mes incubándose, lapso en el equipo quedó eliminado ante Boca (siendo inferior), no tuvo respuestas anímicas en el segundo tiempo ante Nacional y Enzo Pérez mostró el escudo de River en su festejo como mensaje indirecto a Demichelis. Tampoco ayudó (más bien lo contrario) que el club aumentara los abonos sin sensibilidad, como si el hincha de River fuera más del palco o de la platea que de la popular.
Demichelis luego fue aplaudido ante Libertad y Belgrano pero eso no quita que haya aplacado los cuestionamientos de quienes lo reprobaron contra Central Córdoba (algo así como “reprobamos una vez y luego volvemos al aliento de siempre”). Así como hay simpatizantes que apoyan al técnico porque creen que no lo está haciendo mal, o que incluso lo está haciendo bien o muy bien, hay también quienes –genuinamente- consideran que este River, al menos por ahora, no transmite más que resultados.
Y un River que gana pero que no genera empatía ni pellizque un nervio popular es un River inconcluso, como si la banda roja no terminara de cubrir toda la camiseta sino que se desdibuja a la mitad de su recorrido.
Ésa es, justamente, la gran duda, casi la cuestión filosófica que no terminan de descifrar muchos de quienes hablan enfrente de un micrófono: si cada club tiene su propia forma de ser, en River siempre habrá hinchas –afortunadamente, porque de eso se trata nuestra grandeza, aunque no se esté de acuerdo con las críticas a un equipo puntual, como a éste de Demichelis- a los que no les alcanzará únicamente con los resultados. Claro que, en última instancia –incluso en la primera-, se trata de ganar, y ni hablar en objetivos grandes como la Copa Libertadores, pero también de generar una química, un estilo, levantar una bandera, reclamos que nacen mucho más en la historia que en la histeria.
Dicho eso, el ciclo de Demichelis no está terminado ni mucho menos: como mínimo se ganó el derecho a dirigir la fase final de la Copa, donde su destino quedará sellado en el mármol de la gloria o en el olvido de un técnico que, por diversas razones –tal vez empezando por tantos años en Europa-, le queda lejano al hincha.
Hay razones para ser optimistas, aún dando por descontado que no todos los equipos regalarán un gol como hizo ayer Belgrano cuando River aún no fluía: el 1-0, con los dos centrales rivales -de 20 años cada uno- intentando salir de abajo, habría que agradecérselo a la influencia de Pep Guardiola y sus imitadores forzados. Recién después se completaría el 8-0 global, sumando los cinco goles ante Central Córdoba y Belgrano, que ratificaría las extraordinarias estadísticas de Demichelis en el Monumental, donde dirigió 34 partidos en los que River siempre convirtió al menos un gol –y ganó el 88% de los puntos en juego, 89 sobre 102-.
Más de fondo, el entrenador primero encontró el esquema: hace ya varias fechas que dejó atrás sus -pretenciosos- diseños de autor, a veces con un único delantero y otras con tres. Y ahora parece haber encontrado a los titulares: Facundo Colidio en estado de gracia (ocho goles en los últimos ocho partidos) como compañero de Miguel Borja y Agustín Sant’Anna y Milton Casco como laterales. Lo reconoció Demichelis ayer en la conferencia de prensa: cuánto menos toca, más acierta.
No fue un filósofo, justamente, quien dijo hace un tiempo que la duda es la jactancia de los intelectuales. Y mientras una parte de River apoya a Demichelis y la otra lo mira de reojo –y no por eso ninguna es más o menos hincha que otra-, el equipo suma triunfos de local, se perfila para ser protagonista en la Liga y acumula puntos para la tabla general. Si alcanzará o no para la hora de la verdad -sin dejar de mirar a Temperley, rival este martes-, lo sabremos después del receso. A este tipo de goleadas no hay que menospreciarlas. Ni sobrestimarlas.