REAL MADRID 0 - BETIS 0 / Kroos se marchó entre lágrimas
“Estuve fuerte... hasta que vi a mis niños; eso me mató”, confesó. Noche muy emotiva: pasillo, homenaje y vuelta de honor. Las leyendas también lloran.
Pero su adiós debía estar, mínimo, a la altura. Kroos saltó al campo el último, con un brazalete en el brazo izquierdo y atravesando un pasillo formado por los jugadores de ambos equipos (los del Madrid llevaban su camiseta). Algunos como Modric, compañero de mil batallas, reían en alto, sabedores de que Toni se ruboriza con ese tipo de escenarios. Así son las mejores amistades, pícaras. Transparentes. Cómo alguien puede ser tan osado jugando una final de Champions y tan tímido en un acto acogedor. Es Kroos, único en todos los sentidos.
“Gracias, leyenda”
La grada tampoco falló: cuando su nombre sonó en el cante de las alineaciones el grito fue atronador; largo y tendido. “Toni, Toni”, entonó el madridismo cuando salió a calentar. Ahí se desplegó el carrusel de pancartas. “Gracias por tanto, maestro”, se leía en el Fondo Norte. “Árbitro no pites, que se nos va”, en el Lateral Oeste. “Hasta siempre, genio”, en el Este. Y en el Sur, una gigantesca pancarta, en forma de banderilla de capitán, con su imagen, los 22 títulos y la frase “gracias, leyenda”. Kroos quería algo discreto y, tal vez, en su listón empezó siéndolo. Pero es innegable que acabó en lo alto.
Entre lágrimas
Cada vez que entraba en juego un aura emocionante invadía el estadio. En el minuto 84, el equipo le dejó lanzar una última falta, detenida por Vieites. Y después, la imagen de la noche, en el minuto 86: Ancelotti lo retiró del campo y este, se puso en pie. Probablemente todo el planeta. Kroos se marchó sonriendo, feliz, abrazando a sus compañeros. Se quitó el brazalete, señaló a Modric y se encargó, personalmente, de colocárselo. Abrazo entre ambos, baño de cariño y camino a la banda. Lento, pausado, al más puro estilo Toni. Un hombre tranquilo.
Pero al llegar al banquillo... le esperaban sus hijos. La más pequeña ya lloraba, ojos cristalinos y mirada triste. Tal vez no quería que se acabase nunca, representante indirecta de cualquier aficionado. Toni la agarró los mofletes, cogió en brazos y se rompió. Lloró. E hizo llorar. Abrazó a todos los miembros del staff, se sentó y aflojó sus emblemáticas botas. Tras el pitido final, manteo, foto de familia y vuelta de honor al estadio. Una despedida para siempre de un futbolista para siempre. Algunos se van pero, en el fondo, siempre se quedan. No fue un homenaje discreto, no podía serlo. Y Toni, en el fondo, lo sabe.
“Ver a mis niños así me ha matado”
“Sólo puedo dar las gracias a todo el madridismo, al club, mis compañeros, estadio… En estos diez años siempre me he sentido como en casa. Han sido inolvidables. A este partido vienes con una sensación diferente, porque sabes que es el último, claro. Yo dije que quería disfrutar lo máximo posible y lo he hecho durante 85 minutos, como siempre hacía. Y considero que he estado bastante fuerte... hasta que he visto a mis niños, ese momento me ha matado. Por eso quería hacerlo oficial antes de este partido, para que a partir de mañana podamos olvidar el tema. La mejor manera de irme sería ganando la Decimoquinta”, dijo a pie de campo, al micrófono del club. Emocionado. Miró a la cámara y, sin decir nada, dijo hasta siempre.