Menotti: el primer romántico del banquillo
Campeón del mundo como entrenador con Argentina en 1978, su figura trascendió a los resultados. Se le reconoce por una idea, las idas y venidas con Maradona y la ‘guerra’ con Bilardo.
La pelota gobernó toda su vida. Cito, como le conocían en Fisherton, barrio rosarino en el que creció, era un obsesivo del fútbol desde chico. Le encantaba jugar y analizar cada acción. Tenía ya alma de entrenador. Las canchas de Unión Americana, el club social y deportivo donde empezó todo, fueron su primer lugar de aprendizaje. Fanático de Rosario Central por estímulo de sus viejos, en su adolescencia idolatraba a Tato Mur, estrella en aquel momento de los Canallas, que tuvo posteriormente un paso fugaz por el Barcelona en la década de los 50.
Menotti comenzó a destacar en las Ligas con Argentino de Marcos Juárez, club de la provincia de Córdoba. Ganaba cerca de 1.000 pesos al mes. Luego llegó el salto a Rosario Central. Ingresó en los reservas del conjunto rosarino y pronto pasó al primer equipo. Debutó ante Boca en 1960 marcando uno de los goles del triunfo de su equipo (3-1). Era un mediapunta hábil, con gran golpeo de balón y visión de juego. “Puede que sea muy vanidoso, pero si me dan a elegir me parecía a Riquelme”, señaló en una profunda y atractiva entrevista con El Gráfico en 2014. Menotti jugó en Racing, Boca, en los New York Generals, en el Santos (fue compañero de Pelé) y en la Juventus de Brasil. Además, vistió 11 veces la camiseta de la albiceleste. Pudo ser más de lo que realmente fue. No casaba con la idea de fútbol aguerrido y de trazo grueso que imperaba en Argentina. “Un fútbol de mierda”, según sus propias palabras. Las inquietudes técnicas y creativas que abrumaban su ideario le hicieron tener más de un encontronazo con sus entrenadores. Andaba loco por cruzar la ‘raya’ y sentarse en el banco para cambiar la fisionomía del fútbol.
Central de Córdoba le brindó su primera oportunidad como ayudante del ‘Gitano’ Suárez. Jamás podía imaginar cuál sería su siguiente parada. Newell’s, rival por antonomasia de Rosario Central, le planteó ser su entrenador en 1970. Menotti declinó la propuesta, pero sí aceptó asumir la construcción del equipo y llamó al ‘Gitano’ para que fuera el director técnico. Él sería su segundo. Juntos fijaron los cimientos del conjunto que sería campeón en 1974 con futbolistas como Obberti, Chazarreta, Zanabria, Cabrero…
Viéndose preparado, aceptó un año más tarde la oferta de Huracán. La leyenda de Menotti empezó a labrarse al armar un equipo cuyo legado inmortal trastocó la pauta clásica del fútbol argentino y supuso una evolución estética extraordinaria. El Flaco afianzó una hoja de ruta donde el buen trato de balón y el juego colectivo y de posesión eran innegociables. La escultural puesta en escena de aquel conjunto alcanzó merecido premio. Huracán, un club vinculado a la alegría del barrio obrero y del tango, conquistó su único título en la era del profesionalismo: el Campeonato Metropolitano de 1973. Su formación pasó a la historia: Roganti; Chabay, Buglione, Basile, Carrascosa; Brindisi, Russo, Babington; Houseman, Avallay y Larrosa. “Huracán alimentó el imaginario de una primavera futbolística y social”, escribió el sociólogo Roberto Di Giano. “Huracán salvó el fútbol argentino”, llegó a afirmar el propio Menotti.
El éxito histórico de Huracán vino acompañado de una ola de cambio político en Argentina. El peronismo fue legalizado otra vez y volvió a ganar en las elecciones del 73 tras ocho años sin democracia. Aquel Huracán fue algo más que un equipo. Canalizó la ilusión de las clases desfavorecidas y ayudó a empujar la llegada de un nuevo tiempo. Brindisi, Babington, Houseman, Russo, Basile, Carrascosa y el propio Menotti firmaron una carta reclamando “un deporte para el pueblo” y “el retorno incondicional de Perón”. El Flaco, sin embargo, acabó desencantado con el peronismo. Una conversación con su amigo Chacho Rena le hizo abrir los ojos: “Mira dónde se fue Perón a Panamá con un dictador, y después a Paraguay con Stroessner, otro dictador, y a España con Franco, ¿no te dice nada eso?”. Se afilió al Partido Comunista.
Es indisociable las ideas políticas de su credo futbolístico. Menotti, un hombre comprometido con su propia conciencia, tiñó de un toque personal a todos sus equipos, donde priorizaba la inspiración individual en beneficio del espíritu colectivo. “¿A qué es igual sistema en fútbol?”, le preguntaron una vez. “Todo lo sistemático es un lugar de protección para la mediocridad, o falta de creatividad o imaginación. Yo creo más en el arte”, respondió. Creía y cree en el talento y la inteligencia del futbolista por encima de todo.
Su obra en Huracán le llevó hasta la selección argentina en 1974. El reto era gigante. Ganar la Copa del Mundo de 1978 en casa. Lo primero era recuperar el orgullo de una selección desorientada. Menotti pretendía, además, consolidar un bloque que maravillase con un fútbol de alta escuela. Ambas cosas no pudieron ser. El golpe militar de 1976, que derivó en ocho años de dictadura, compuso un escenario espinoso. El Flaco pensó varias veces en renunciar. Nunca lo hizo.
La dictadura militar, comandada por Videla, ansiaba un triunfo histórico. El Mundial era una cuestión de estado. Menotti nunca lo ha admitido, pero posiblemente traicionó su propia doctrina. Dejó a un lado a futbolistas fantasiosos como Brochini, Maradona o Brindisi, ninguno convocado, y dio brillo a jugadores de corte más físico como Kempes, Gallego o Ardiles. El envite resultó ganador, no exento de polémica. Las sospechas de compra de partidos ante Polonia (2-0) y, sobre todo, Perú (6-0) siguen hoy vigentes. La albiceleste alcanzó la final y sometió a Holanda (3-1) con Kempes como principal baluarte. El mítico jugador del Valencia finalizó el Mundial como máximo goleador. Argentina, oprimida por una dictadura, era campeona del mundo. Los críticos de Menotti le acusan de haber participado en aquel “circo” y ser “cómplice” de un sistema abusivo. “Nadie me va a quitar ser el entrenador de la selección del 78. Era un equipo invencible, el equipo del pueblo. Mi relación era con el fútbol, no con el Proceso. ¡Esa miserable cobardía de meter el fútbol en la política!”, replicaba siempre El Flaco. Si la controversia por aquel Mundial todavía genera debate, la no convocatoria de Maradona continúa en boca de toda Argentina.
La relación de Menotti con El Pelusa siempre fue muy especial. Para lo bueno y para lo malo. Fue El Flaco quien realizó un informe secreto para el Barcelona sobre las características de Maradona: “Juvenil. Nació 30-10-1960. Tiene unas cualidades técnicas prodigiosas, regate fácil siempre en profundidad. Tiene una visión de línea recta cara al gol, pero sabe desprenderse del balón en beneficio del compañero mejor situado. Reflejos extraordinarios. Protege el balón muy bien para jugarlo acto seguido con gran eficacia. Sus pases cortos y disparos son pura maravilla. Cambios de ritmo prodigiosos”. Además, Menotti calificó con un 9,50 la velocidad, el arranque, la velocidad sin pelota y la agilidad del Diez. Le puso 9,10 a su rapidez con la pelota, un 8 a la potencia de salto y un 10 a su fuerza mental, poder de sufrimiento, concentración y personalidad. El informe lo elaboró tras un Boca-Argentinos disputado el 13 de agosto de 1978, justo después del Mundial.
“Ese día, el más triste de mi carrera, juré que iría por la revancha. Fue la desilusión más grande de mi vida, lo que me marcó para siempre, lo que me definió”, recordaba Maradona sobre el momento en que conoció que no jugaría la Copa del Mundo del 78. Menotti tampoco lo olvidó: “Dudé mucho y me dolió mucho ¡Yo tenía un enamoramiento con Diego!”. “Sabía que iba a llegar lejos y a jugar otros Mundiales”, esgrimía como justificación. “Yo sentía en mis piernas, en mi corazón y en mi mente que yo les iba a demostrar que iba a jugar muchos Mundiales. Eso mismo me decía Menotti, pero yo no entendía sus razones”, defendía el legendario ‘10′. “No me arrepentí porque fuimos campeones”, insistía El Flaco.
Menotti sí llamó a Maradona para el Mundial de España de 1982. Argentina partía como favorita, pero cayó ante Italia (“nos robaron, fue una vergüenza, a Diego lo mataron”) y Brasil. Fue su despedida como seleccionador. Luego dirigió al Barcelona, Boca, Atlético de Madrid, River Plate, Peñarol, a la selección de México, Independiente, Sampdoria, Rosario Central y Tecos. No pudo repetir victorias pasadas. Sólo con el Barcelona ganó títulos: la Copa del Rey, la Copa de la Liga y la Supercopa de España. Su estancia en el Atlético fue la más volcánica. “Jamás he vivido una situación de tanta tensión”, rememora sobre su relación con Jesús Gil, que cuestionaba en público su labor profesional. Los resultados no acompañaron a El Flaco.
Con todo, la autoestima de Menotti nunca se resquebrajó. “A lo único que doy importancia en el fútbol es a poder quitarle un defecto o agregarle algo a un futbolista”, afirma. Su concepción romántica del fútbol colisionaba frontalmente con la corriente defendida por Bilardo, el otro gran entrenador argentino, que hizo campeona del mundo a la albiceleste en 1986 y subcampeona en 1990. El Narigón anteponía el resultado sobre cualquier cuestión. Las disputas verbales y públicas entre ambos fueron una constante durante las décadas de los 80 y 90. “El fútbol es tan generoso que evitó que Bilardo se dedicara a la medicina”, llegó a decir con sorna Menotti. “Con el único entrenador que podría sentarme a hablar es con Beckenbauer, porque fue subcampeón del mundo con Alemania en México (1986) y ganó después la Copa del Mundo en Italia (1990), no en casa”, expuso Bilardo en clara referencia al título que consiguió él y al que logró Menotti, en Argentina, bajo la dictadura militar. El 3 de noviembre de 1996 se enfrentaron por primera vez en un terreno de juego. “Menotti contra Bilardo”, se promocionó el partido. El primero entrenaba a Independiente; el segundo, a Boca. En un partido tenso, sin continuidad, poco vistoso, ¡ganó Menotti! Un solitario gol de Guerrero dio el triunfo a Independiente. Aquel encuentro figura entre los incunables del fútbol argentino.
Menotti ha fallecido a los 85 años, no sin antes saborear el Mundial de Qatar como director de la AFA. Ya no fumaba. En 2011 fue internado por una afección pulmonar. “De vez en cuando prendo un cigarrillo y no trago el humo. Pero ya lo vencí”, confesaba. Conservaba también una memoria prodigiosa y su gusto futbolístico permaneció inamovible, declarándose un gran admirador de Guardiola (“es el mejor entrenador de los últimos 30 años”) y orgulloso de su legado. “No creo en la inmortalidad, pero mi nombre estará siempre presente en la historia del fútbol argentino, porque le he dado la vida”.