Cavani, el líder que nos salvó de la vergüenza
Boca estaba a punto de hacer uno de los papelones más grandes de su vida. El uruguayo se iluminó y es el camino. Pero hay que cambiar.
Ayer mismo, el uruguayo admitió que no es un especialista en tiros libres, por más que entre sus más de 400 gritos haya habido algunos por esa vía. Sin embargo, nadie más que él podía agarrar esa pelota caliente en el descuento de una noche que pudo haber tenido graves consecuencias para el ciclo Martínez. El desenlace lo vimos todos, y en ese pase de magia Cavani les cambió la vida a muchos hinchas. A los que estaban en la cancha, que podrán decir que en un mayo paraguayo estuvieron el La Nueva Olla para ver esa maravilla de exposición artística. A los que estábamos afuera, que no tenemos que tolerar los memes, los intercambios en los grupos de amigos, las risotadas por el ridículo que estuvimos a punto de hacer. Y que nadie venga a quejarse del campo ni del árbitro: Boca tiene que ponerse a salvo de un mal pique o de un choreo.
Porque debería quedar claro que el tiro libre de Cavani nos trajo de vuelta del papelón, del ridículo que era empatar contra un equipo insignificante como Trinidense que encima jugó con diez buena parte del segundo tiempo. Y no hay en esto ningún menosprecio por los muchachos que juegan, ni por el club y mucho menos por sus hinchas. Es simplemente una descripción. Para un equipo como Boca, el Real Madrid de América, el empate contra Trinidense hubiera sido una catástrofe, una miseria. Para una derrota, todavía no se inventaron las palabras.
En un momento de la noche, Boca estaba tercero en su grupo. En su grupo de la Sudamericana, no de la Libertadores, por si alguno no tiene dimensión de lo que estaba ocurriendo. El tercero de la Libertadores baja como castigo a la Sudamericana (para que se entienda lo que es esta Copa). El tercerlo de la Sudamericana baja al infierno, directamente, sin escalas en el purgatorio.
Más allá de lo exiguo, de lo mínimo del 2-1, el partido en Asunción dejó unas cuantas conclusiones como para que Martínez -que ya es mirado de reojo por Riquelme- tome nota.
Por ejemplo, que no se puede jugar como él quiere, con la última línea en la mitad de la cancha, con defensores como Lema. A Boca le hicieron un gol de saque de arco y casi le hacen dos, en algún caso con una pifia grotesca del ex defensor de Lanús. El propio Lema le dio una asistencia a un rival por un mal control en un pase inapropiado de Nicolás Figal. Si lo que intentó Martínez con Lema es ratificarle la confianza después de lo que ocurrió con Estudiantes, quedó claro que la movida no tuvo efecto. Ojalá el gol sí le haya hecho bien a Figal: necesitamos del tipo que era figura el año pasado.
Otro apunte para marcar con resaltador: la presencia de Pol Fernández en esta formación no sólo no ayuda, sino que perjudica, y eso va más allá de su actuación individual. Si por poner a Pol de guardaespaldas de Equi, condenamos al ostracismo a Medina, pierde Boca. Medina tiene que estar en el lugar por donde pasan todas las pelotas y tocarlas todas, decidir su destino, orientar el ataque, manejar los tiempos. No puede jugar de 8, aprisionado por la raya, para que Pol sea el dueño del equipo. Un dato venenoso pero real: los dos goles de Boca llegaron sin Pol en cancha. Tómelo o déjelo. Lo que es perfectamente visible es que desde que Fernández salió, Medina tomó las riendas, que es lo que debe hacer siempre. ¿Cuál es la solución? Sacar al 8 y poner a Saralegui, que le da al equipo otro ritmo, otra dinámica, más velocidad, sangre fresca y además ocupa el lugar sobre la derecha para liberar a Medina.
No hay banco, y es algo que venimos repitiendo. Son 13, 14 jugadores y nada más. Tener que recurrir a Fabra como solución a los 80 minutos habla de nuestra pobreza, de una acumulación de tipos que están calentando el banco porque no pueden hacer otra cosa, y en eso se incluye a Briasco y Janson, los dos tipos que deberían haber entrado y que no lo hicieron porque nunca aportan una solución. Aun en este raro exilio en el que no se fue pero es como si se hubiera ido, Fabra (cuya jerarquía está fuera de duda) le resultó más confiable a Martínez que los otros dos muchachos. O sea: urge una reestructuración del plantel. Y eso es algo que está entre las responsabilidades de los dirigentes. Como también está entre sus obligaciones madurar y aprender a gestionar. Si no, la frase que dice que "Boca está por encima de los nombres" se convierte en papel higiénico. Con el déficit enorme que tenemos hoy en defensa, Valentini no puede estar colgado en medio de una competencia. Es inoportuno, y no se pone en tela de juicio quién tiene razón en esta disputa. Ahora, si la intención de Riquelme es hacer un campeonato de porongas a ver quién la tiene más larga, si él o los representantes del pibe, que les avisen a los socios y listo, así no se hacen más mala sangre. Seguramente habrá muchos que salgan a aplaudirle el tamaño a Román. O a lamérselo. Contra gustos...
Para terminar: en estos días hablamos mucho de la imporancia de Rojo en cuanto a su liderazgo y lo mucho que se lo necesita dentro de la cancha y no en los consultorios, cuyos líderes son los médicos. El líder que Boca necesita es Cavani, no Rojo. El estilo de líder que a mí me gusta es el de Cavani, por más que muchos le hayan festejado a Marcos que estuviera de timba, chupando y fumando en medio del aislamiento social de la pandemia. No es un buen profesional ni un buen ejemplo Rojo, al que recordamos jugando un picado con Almendra, tirándose a barrer como si fuera la final del mundo, cuando volvía de una de sus incontables lesiones. Construyó una carrera excepcional a pesar de sí mismo, pero en algún momento iba a pagar las consecuencias. Y lamentablemente el momento es éste, justo cuando se calza en el brazo la cinta de capitán de Boca. No es mi capitán, más allá de su jerarquía. No me representa. Los líderes deben ser como Cavani. Tipos que están y se hacen cargo en las difíciles. Ojalá siga muchos años más.