SIXERS 92-KNICKS 97 (1-3) / Brunson es el rey de Nueva York
Partido memorable del base y emocionante de sus Knicks, que superaron a unos Sixers congelados en el último cuarto. Joel Embiid, decepcionante.
Los Knicks ganaron en Philadelphia (92-97) un partido que durante muchos minutos parecía que iban a perder. Se pusieron delante de las balas, que silbaban a su alrededor mientras sobrevivían sin más razón que los puntos de un Jalen Brunson maravilloso, que tardó en entrar de lleno en la eliminatoria pero que ya la tiene a sus pies. Territorio conquistado: 23 puntos al descanso (49-47 tras un +12 local), 38 al final del tercer cuarto (se pasó por un +10) y 47 en el cierre. Con 10 asistencias, solo una pérdida, un 18/34 en tiros y un ejercicio emocionante de liderazgo y personalidad. De calidad, talento y energía. Al final, con un tobillo tocado y casi sin fuerzas (más de 44 minutos en pista) pero dispuesto a hacer lo que hiciera falta. A no marcharse de allí sin la victoria. La tiene, y un 3-1 que parece mucho más que eso. De vuelta a Nueva York, se lleva también el alma de los Sixers, rota en mil pedazos. El peso de lo que había en juego, nadie tenía ganas de ocultarlo, iba más allá de las matemáticas. Que también.
Joel Embiid no supo ser decisivo
Los Sixers se precipitaron cuando pudieron golpear duro, en el tercer cuarto (de 61-51 a 76-77). Fallaron tiros abiertos y apilaron pérdidas como si quisieran ganar demasiado rápido, acelerar a fondo porque su rival nunca se cansa, siempre acaba llegando. Joel Embiid, que había distribuido el juego muy bien en la primera parte, enlazó un par de pérdidas que tuvieron un efecto reductor en su equipo, que empezó a jugar con aprensión.
Los Knicks, que se quedaron sin Mitch Robinson (que intentó forzar) antes del salto inicial por la lesión de tobillo del tercer partido, perdieron a Bojan Bogdanovic por un problema similar. Y Hartenstein, el otro pívot, se cargó de faltas. Pero a medida que se apilaban las malas noticias, crecía el hambre de un equipo que entra en un estado de excitación rabiosa que lo convierte en extremadamente peligroso, inevitable para cualquiera que no tenga mucha talento… y la suficiente personalidad. Mientras la noche se transformaba a en una misión suicida para unos Knicks felices en la alambrada, los Sixers empezaron a pensar demasiado. Aunque el marcador no se rompió hasta los últimos segundos, habían perdido mucho antes.
Embiid no descansó en la segunda parte y pareció mejor de la rodilla, pero acabó agotado. Y derrotado: su final de partido fue nefasto, sin incidencia en ataque, todo lo escondido que puede estar un corpachón como el suyo, y sin fuelle en defensa. Los rebotes volaban lejos de él, los ataques de los Sixers pasaban por otras manos. Acabó con 27 puntos, 10 rebotes y 6 asistencias pero solo 7 canastas en juego (7/19, 12/14 en tiros libres) y apenas un punto y un rebote con un 0/5 en tiros en un último cuarto en el que no se sentó. Cuando hacía falta un héroe, ni lo fue ni pareció querer serlo. Un pecado que se convirtió en sentencia abrasadora por la comparación con lo que sí hizo (quiso hacer) Brunson para sus Knicks. Con todo, después de cuatro partidos los Sixers están con un +34 en 161 minutos con él en pista y -37 en 31 minutos sin él. Ni contigo ni sin ti.
Con Robinson vestido de calle y Hartenstein en el banquillo, Embiid tampoco dominó el partido. La defensa de OG Anunoby con las ayudas frenéticas de Achiuwa lo sacaron de su eje y no mostró rebeldía, se dejó encerrar. Maxey sí lo intentó, hasta que descarriló (21 tiros, 23 puntos), y Tobias Harris volvió a ser un témpano, alguien que pasa por allí, mientras Lowry y Oubre al menos lo intentaban, cada uno a su manera. El primero con artes de todo tipo (buenas y malas), el segundo con tiritos que dejaron de entrar cuando las piernas pesaban demasiado por perseguir a Brunson de lado a lado de la pista. Los Sixers anotaron 3 puntos en los últimos 5 minutos, fallaron sus últimos diez tiros en juego y entregaron el punto que sacó la eliminatoria de la pariidad y la mete en territorio knickerbocker. Y camino de Nueva York.
Mientras Brunson, nada como conquistar Philadelphia, se coronaba como rey de la Gran Manzana en un pabellón con mucha camiseta visitante, Thibodeau ordenó una resistencia fanática al estilo Termópilas. Anunoby (16 puntos, 14 rebotes, 3 tapones) jugó un partido maravilloso con un trabajo defensivo superlativo. Llamado cuando no había más remedio, Achiuwa cogió 7 rebotes y puso 4 tapones; McBride dio un par de relevos anotadores y Josh Hart jugó el mejor partido posible para alguien que no metió un tiro (0/7) y sumó 5 pérdidas: 17 rebotes (5 de ataque), 5 asistencias, 3 tapones y un ejercicio de fe que contagió a sus compañeros y amedrentó a sus rivales. Mide 1,93.
Los Knicks ganaron 8-18 el rebote del último cuarto, cogieron 7 de ataque y rebañaron otras tantas posesiones extra a base de pelear, meter manos y saltar al vacío. En cuatro partidos, dominan el rebote de ataque 61-36 y los puntos de segunda oportunidad 79-40. Cuando caigan, si caen, será contra un rival mejor. Jamás contra uno con más deseo. Eso volvió a quedar claro en una noche memorable, honra para los playoffs, que sacó brillo al regreso del orgullo de los Knicks y al ascenso de Jalen Brunson en el panteón de la capital del mundo. Así fue, ante nuestros ojos. El martes, quinto partido de vuelta en Nueva York: que ruja el Madison.