FINAL COPA DEL REY | ATHLETIC 1-MALLORCA 1 (4-2) / ¡El Athletic es el rey!
Los leones ganan la Copa 40 años después tras una gran tanda de penaltis (4-2) ante un Mallorca que fue digno finalista. Agirrezabala y Berenguer, héroes.
La tanda fue pura angustia. Los malos recuerdos se adueñaron de ambos equipos. El Athletic perdió una final de Copa por penaltis: 1977 Betis. A Mallorca le pasó en 1998 ante el Barça. Antes, al acabar los 120 minutos de rigor, Muriqi miró a la grada alborozado como si ya tuviesen la Copa. Era un éxito para ellos llegar a la tanda. Y tras el corrillo, empezaron a dar saltos de felicidad, la misma liturgia que en Anoeta, en semifinales. Se lanzó sobre el fondo rojiblanco y eso suele ser un pequeño triunfo moral. El kosovar abrió la tanda canjeando el tiro en gol. Raúl tiró de oficio e hizo lo propio. Muniain, el capitán, provocó la estatua de Greif, un coloso que empezaba a claudicar. A Morlanes le tachó el disparo Agirrezabala con una gran parada. Vesga la metió con resbalón incluido y Radonjic la mandó fuera. La decisión estaba en las botas de Berenguer, que no falló en su cita con la eternidad.
La final amaneció con el guion previsto en estos casos, un cuarto de hora de tregua, con ambos equipos de acuerdo en firmar un armisticio. Nadie quería cometer un error y poner el partido cuesta arriba. Los Williams estaban sobreexcitados. Se sabía desde que arrancaron las primeras rondas de esta Copa: el Mallorca tiene un plan, el ‘fútbol-tequila’ del cuate Aguirre, y lo iba a ir poniendo en práctica hasta la final. Un equipo muy bien plantado, con las ideas claras como el agua y estrujando al máximo la estrategia.
Galarreta lo intentó al cuarto de hora desde el extrarradio de la meta de Greif, pero la figura kilométrica del eslovaco rechazó el disparo. El Athletic trataba de transcribir sus ideas en jugadas con el balón. Lo indicado en este caso era un robo y salida veloz, porque los bermellones replegaban muy rápido y hacerles daño en el área parecía misión imposible. Es más, los disparos desde la frontal eran taponados por uno, dos o hasta tres jabatos.
Muriqi se movía por todo el frente ofensivo, en apoyos, segundas jugadas, peinadas... y algún remate, como uno en el minuto 19 por arriba, en una acción que casi se le escapa a Agirrezabala. La estructura defensiva de los baleares era un primor, un muro de doble tabique perfectamente ensamblado. Faltaba por poner a funcionar el balón parado. Sembraron el terror en la mayoritaria grada rojiblanca en el minuto 21, con un saque de esquina que dispensó tres remates mallorquinistas, a cargo de Gio, Copete y Dani Rodríguez, tras la prolongación de Samu Costa. El primer disparo fue taponado por Prados, al segundo respondió Agirrezabala con un vuelo de murciélago y el tercero, desde el punto de penalti, ya entró por pura abrasión. Otra vez los bilbaínos ante el panorama de un remolque, una cordillera por delante y con el tiempo menguante. A la heroica.
El Mallorca, por delante
El ardor guerrero bermellón aún creció más. Y su estrategia de trabar el choque, afiliarse al juego directo y ralentizar el ritmo, aún encontró más adeptos. Los leones necesitaban un buen reconstituyente. Los Williams no cogían el tono, se iban al centro y eran presa fácil para los centrales, en lugar de incidir por las orillas ante dos carrileros largos. Guruzeta sí interpretaban una mejor partitura, desplegándose en zonas intermedias para hacer dudar a los soldados aparentemente impermutables de Aguirre, para liberar espacios. Lo que requería la final era movimientos más cortos, no tanto la búsqueda de desmarques. El cuarto de hora final de la primera parte sirvió al Athletic para recuperar sensaciones, con Nico al fin presente en su versión de turbina rojiblanca. Le anularon un gol tras una bonita internada con apoyo de Yuri por fuera de juego. Luego tuvo otra clara jugada, que envió al lateral de la portería. Al menos acababan jugadas, era un paso y trataban de meter alguna duda a los insulares. Cada córner de estos provocaba una psicosis vasca.
Valverde mudó parte de su medio campo porque estaban perdiendo el volante. Prados no encontró la brújula y Vesga trató de cubrir ese problema, además de que su físico da para cubrir mucho mejor la estrategia, el dolor de muelas rojiblanco en La Cartuja.
La cabeza de los leones debía de ir a mil. Y más que se aturdieron con un disparo de Larin nada más descorcharse el segundo tiempo, que atajó Agirrezabala. La grada enloqueció con una recuperación de Nico, que sirvió a Sancet y este no falló ante el gol. Corría el minuto 50. Muriqi protagonizó después una jugada rocambolesca, con un control defectuoso que se le fue y el cuero rumió el palo. Era una fugaz ráfaga porque el Athletic ya estaba desencadenado.
Nico crecía y crecía, se sacaba la espina de su mal inicio. Un gambeteo prodigioso del internacional sirvió una pelota clara a su hermano, pero el balón le pasó por debajo de las piernas cuando estaba preparándose para engatillar a puerta vacía. La tropa de Valverde al fin veía claro que no solo es que ganaba en la platea, es que podía llevarse el partido y acabar con la maldición. El Vasco reaccionó con rapidez y puso a Morlanes y Antonio Sánchez en liza, por Darder y Larin. Pasó a un 5-4-1, abrigando más el medio campo, para tapar las líneas de pase interiores. Se sacó el agobio y sacaron la cabeza del agua, respiraron un poco. Sancet estaba siendo lo que la NBA ha patentado y exportado como MVP, el jugador del día. Iba a una banda, no lo detectaba Samu, y buscaba bien las espaldas de superpoblada defensa de Aguirre. Este puso a Radonjic para buscar más verticalidad. La herida estaba sanada, ya habían cumplido el papel de resistente. Y Valverde intentó reabrirla con Unai Gómez, es decir, más vértigo y menos cháchara con la bola. Vivian intentó evitar la prórroga con un potente disparo lejanísimo.
De perdidos al río
De perdidos al río. Valverde metió el once en una centrifugadora y el resultado fue una revolución absoluta para arrancar el suplemento, con Raúl García, Berenguer y Muniain. Un viejo lobo de mar, un revoltoso y el eterno capitán, el que más deseaba ese trozo de plata llamado Copa del Rey que todos codician. Desfiló Iñaki Williams, sin incidencia alguna en la segunda parte. Aguirre puso a otro hueso, Maffeo. Salvo incidencias como el choque de cabezas entre Muriqi y Unai Gómez, que empezaron sangrar, no hubo mucho que escribir en la libreta de los cronistas. El trámite estaba a punto del finiquito, cuando entre De Marcos y Berenguer se inventaron una gran internada que no acabó en gol de milagro. El extremo aportó ese plus de energía que necesitaba su equipo. Pero la réplica no tardó en llegar: un cabezazo de Muriq medio encogido en el aire que le negó Agirrezabala. La final quiso ser caprichosa y abonarse al drama de los penaltis. Como en 2022 con el Betis-Valencia. Lo que pasó en el punto fatídico ya se sabe. Esto es un episodio más en la grandeza de un club de 125 años de un club que no se puede comparar con nada.