El gobierno Milei y la lucha contra la corrupción en Argentina: el momento es ahora

Ricardo Israel, Infobae

Me llamó la atención que ni siquiera la lucha contra la impunidad fuera agregada o incluida en los diez puntos de su propuesta para un gran acuerdo nacional. En sus 73 minutos, Milei no sólo repitió temas de campaña, sino que para este propósito fijó sus condiciones, y hasta lugar y fecha para la firma del Pacto, el 25 de mayo en Córdoba. Propuso reducir privilegios y la aprobación de distintas reformas. Era la oportunidad para un compromiso contra la corrupción, y lo más comprensible para todos, hubiese sido pedir que se acometiera contra la más visible y la más molesta, la impunidad.

Era un lugar natural, tanto como lo es el equilibrio fiscal, la reducción del gasto público o la inviolabilidad de la propiedad privada, o quizás aún más, ya que tiene que tiene que ver con la ética, y no una cualquiera, ya que más que una ética de valores es una ética de principios, radicando la diferencia en que los valores cambian con mayor velocidad, tal como se evidencia en los cambios políticos y en los personales, mientras que los principios son más bien pocos en cantidad, y permanecen más en el tiempo.

Y es allí donde se inscribe el tema de la corrupción en un país como Argentina.

El conocimiento disponible del fenómeno apunta a que ningún cortafuego funciona cuando se suman una serie de elementos, a saber, cuando se ha institucionalizado, cuando ha dejado de tener sanción social, cuando ha escaseado un voto de castigo electoral a la corrupción y/o a los corruptos, y cuando se desaprovecha el momento, la ventana de oportunidad para combatirlo, es decir, todos elementos que han estado presentes en la historia argentina, y que más de una vez han perjudicado a quienes no cumplieron, habiendo sido electos sobre la base de esta promesa.

Quizás, debió haber asumido el 10 de diciembre con el equivalente a una Comisión de Verdad, y así como la ha habido para los derechos humanos, la necesidad de la hora presente, en América Latina en general y en Argentina en particular, es en corrupción, con persecución y condena como garantía de no repetición.

En primer lugar, sobre corrupción existe mucha literatura académica, tanto en economía, derecho, ciencia política como también en otras ciencias sociales. En la literatura especializada existe acuerdo en una serie de puntos, que, en segundo lugar, instituciones como el Banco Mundial (BM) los convierten en políticas para combatirlas. Y en tercer lugar, el más difundido y conocido de los Índices de Percepción, el de Transparencia Internacional, demuestra con sus listados de los países más y menos exitosos lo mismo que las recomendaciones del BM y el resumen de ideas relevantes, es decir, que el momento de actuar para el gobierno Milei es ahora y no después.

La literatura informa que la corrupción impide tener una democracia de calidad, así como mejorar el desarrollo humano como también niveles aceptables de gobernanza y gobernabilidad, al igual que contar con igualdad de oportunidades y un manejo responsable de los recursos públicos.

Nos enseña que no es un fenómeno aislado sino uno sistémico, es decir, la característica que ha estado presente a destajo en Argentina, ejemplo casi paradigmático de la fórmula corrupción es igual a discrecionalidad más opacidad, es decir, lo contrario a transparencia.

Ha existido y prosperado como un juego suma cero, donde los ganadores hacen perder a todo el resto de la sociedad, lo que transforma a la corrupción en un juego de probabilidades, donde tanto el que corrompe como el que se deja corromper evalúan el beneficio personal versus el riesgo de ser descubiertos, y normalmente aciertan con su pronóstico. El problema es que ni pierden ni reciben castigo, por lo que más que un delito de pasión se está en presencia de un simple delito de cálculo con riesgo bajo, por lo que más que ser una transacción marginal lo es sistemática a la sociedad entera.

A pesar de cambios en otros aspectos, el Banco Mundial ha mantenido una antigua definición que cuando tiene que ver con el Estado, la corrupción equivale al abuso de un cargo público para obtener beneficios privados, utilizándose para ello una gama amplia de conductas que van desde el soborno al robo, lo que en Argentina se manifiesta desde empresas familiares hasta el uso de conventos para depositar dineros mal habidos.

Es obvio que la corrupción potencialmente puede presentarse en cualquier parte del mundo, como lo demuestra el hecho que en países desarrollados un porcentaje de la colaboración con el desarrollo se desvía allí antes de abandonar esos territorios. Ejemplos de corrupción existen también en Organizaciones no Gubernamentales, donde la misión de la institución se confunde con negocios particulares de sus líderes y portavoces como se comprobó en Afganistán, Irak o la ayuda a Haití, después del terremoto.

Argentina complica más la ecuación ya que tiene el riesgo adicional de sufrirla en mayor medida, por la existencia de instituciones débiles, penetradas por el abuso y el conflicto ético de elites que han capturado al Estado en su propio beneficio, todo alimentado por grupos empresariales que contribuyen a enriquecerse y a enriquecer a políticos, el famoso mecanismo que también existió en Brasil en gobiernos anteriores de Lula, exportándose desde allí a otros países.

Por su parte, el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional, en general muestra algún progreso en Asia, pero retroceso en América Latina en el espacio de pocos años, índice donde por lo demás Argentina tiene una puntuación que oscila entre mediocre y pobre. Este Índice clasifica 180 países y territorios según la percepción, y enfatizamos lo de percepción, incluyendo el sector público de cada uno de ellos, y donde como es habitual lo encabezan los escandinavos y países como Nueva Zelanda, y donde es mejor ser una democracia que una dictadura, como lo demuestran Siria o Venezuela que figuran entre los últimos puestos. La correlación entre los extremos de la lista es todo un mansaje para Argentina, ya que mientras menos libertad de emprender existe, mayor es la corrupción, lo que coincide con su deterioro de las últimas décadas.

Estos tres puntos, literatura especializada, recomendaciones del Banco Mundial y el Índice de Percepción de la Corrupción apuntan a la misma urgencia, que, si el gobierno Milei no quiere ser derrotado por la inercia, debe implementar acciones que van desde denunciar hasta castigar la impunidad, pero dado el hecho que es el presidente y no el candidato, en ningún caso debe limitarse a la denuncia, es decir, al tener la máxima responsabilidad se espera de él la solución, y el primer paso es mostrar el camino que diferencia a este gobierno de otros.

En ese sentido, la impunidad en algunos países ex comunistas es útil como ejemplo, y, al respecto, son ilustrativos los casos de Rusia y Ucrania, países que comparten toda una historia común bajo el zarismo y el comunismo, y por lo mismo, si uno recurre a la información disponible el año anterior a la invasión rusa, va a notar que no solo tienen ambos sus propios oligarcas, sino cuan parecido es el lugar que ocupaban antes en los índices de corrupción. No haber actuado oportunamente, sino haber naturalizado la corrupción y no haberla combatido, es una luz roja para Argentina.

El riesgo que se corre al limitarse a la denuncia, pero sin ejercer acciones, es muy alto, ya que el momento contra la impunidad es ahora, toda vez que el gobierno Milei no tiene mayoría ni federal ni provincial, por lo que este tema puede ser una moneda de cambio para ofertas de olvidar ese combate a cambio de apoyo para sacar adelante legislación necesaria para cumplir con promesas de campaña. Esto puede ocurrir por acercamientos políticos con sectores de la propia “casta” o por empantanamiento en el Congreso. También, puede complicarse la posibilidad que una justicia siempre muy sensible a la temperatura política ambiente, actúe contra la corrupción, pasada y presente.

En definitiva, considerando las particularidades del gobierno Milei, las esperanzas que ha abierto en este campo del combate a la corrupción, con la misma rapidez que llegó la brisa de cambio puede desaparecer antes de transformarse en ventolera, con lo que si no actúa ahora puede hacérsele muy difícil marcar diferencia en el combate contra la impunidad que ha caracterizado a Argentina, ya por demasiado tiempo.

Como dijo Joan Manuel Serrat, lo malo de la realidad es que no tiene remedio, simplemente es, tanto para leones como para corderos, agrego yo.


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