El uruguayo apareció finalmente en modo crack,
dio vuelta el partido, se llevó la pelota y le regaló una inmensa
felicidad al Mundo Boca.
Antonio Serpa
La felicidad por haber estado tanto tiempo equivocados, muchachos, es inmensa. Nunca en mi vida estuve tan contento de cometer un error, de haberlo tratado de ex jugador, de pedir que no lo pusieran más. Les
agradezco a los técnicos que confiaron en él, que le bancaron estos
meses espantosos en los que no le metía un gol a nadie, basados en el
irrefutable argumento de su pasado tremendo de figura mundial.
Recién esta noche del 3 de marzo de 2024, Cavani fue la figura mundial
que Boca contrató para darle un salto de jerarquía al equipo y a todo el
fútbol argentino. Y no hay tipo que no esté feliz con esto.
Hasta los de River, que la semana pasada le pedían fotos después del
partido en un hecho que no tiene muchos antecedentes en el fútbol
moderno de rivalidades exageradas al límite de la locura. Ponele que no
estén felices, cuanto menos estarán aliviados de que no se haya
destapado contra ellos. Después, había que mirar las caras de todos: la
de Martínez y sus ayudantes, la de todo el banco de suplentes que fue a
abrazarlo y a besarlo, la de los hinchas, la de Román en el palco (para
lo que nos tiene acostumbrados, casi una carcajada), hasta la de los rivales que se acercaban tímidamente a saludarlo mientras se iba con la pelota entre los brazos. Porque no sé si saben que Cavani no hizo un gol sino tres, y se llevó a la casa la pelota para regalársela "a los invisibles" que lo bancaron en la mala, como definió a su círculo rojo.
Cuando alguien está en la mala, necesita de todos. De la buena energía de todos. Y este triunfo -el de haber recuperado a Cavani, el de haber dado vuelta a Belgrano- se construyó entre todos. La Bombonera, por caso, hizo todo bien. Aplaudió al uruguayo en el calentamiento y en la lectura de las formaciones, gritó por sus goles que se iban a venir. Pero también despertó al equipo en un primer tiempo de incontables errores cuya síntesis fue el 1-0. Falló Chiquito Romero (otro día flojo) en el pase a Figal, falló el central en no reventarla para seguir con la estupidez de salir jugando cuando no se puede, falló
Advíncula que se dejó comer, falló Valentini que permitió que González
Metilli lo anticipara, falló Campuzano en el mano a mano como último
contra Longo, que se la pasó justo a Passerini. Un desastre total. Y
ahí, la misma hinchada que alentaba, empezó con el "Movete Boca, movete" que era lo mínimo que merecían.
Diego Martínez también contribuyó, y mucho, con cambios que de movida fueron mirados con desconfianza. Pero Blondel fue más que Advíncula y Langoni -que entró por un Saralegui que otra vez fue de lo mejor del equipo en el caos del primer tiempo- terminó participando de dos goles:
hace la pared con Medina previa al penal y corrige el centro a Cavani
en el tercero. Si la de Cavani es una enorme noticia -no hay mejor
refuerzo posible-, el buen ingreso de Langosta también lo es. Y hay que
hablar, también, de un futbolista que tuvo un primer tiempo para la la guillotina y un segundo en el que la rompió. Campuzano no estaba para que lo sacaran al final del primer tiempo: estaba para que lo echaran de Boca y lo deportaran a Colombia. Displicente para trabar, dando pases innecesariamente comprometidos, perdiendo todos los duelos,
hizo que no sólo se extrañara al Equi Fernández: en cualquier momento
la gente iba a pedir a Pol Fernández, y hasta Alberto Fernández hubiera
impuesto más respeto que él en ese mediocampo. En el segundo, Jorman fue Sergio Busquets con tonada caribeña, incluso
a pesar de las mayores responsabilidad y del riesgo que tomó el DT, que
mandó a Blondel de 8, a Langoni de punta y armó una línea de tres con
los centrales y Campuzano. Una apuesta de ruleta rusa en la que nos
cansamos de dispararnos y la bala nunca salió.
Mejoró todo el equipo con los retoques. Salvo Medina, que ya venía bien y siguió bien, siendo importante en todas, en la construcción de los ataques y en los salvatajes a la defensa. También
engranó Zenón, que desde hace un par de partidos pareció darse cuenta,
finalmente, de que está en Boca. Hasta ahora no le había pesado.
Ahora que sabe que la alegría o el dolor de mucha gente depende de lo
que hagan él y sus compadres en el campo, la camiseta parece -de a
ratos- una armadura de caballero medieval. Por suerte se la sacó para
darle el pase a Blanco antes de ese segundo gol inolvidable de Cavani. El primer gol Cavani de Cavani.
Tenía que ser así el desbloqueo, con el suspenso insólito del Var que retrasó unos segundos su grito ahogado luego de esa definición magnífica. Y tenían que ser tres los goles, para que se llevara la prueba material de esta noche inolvidable, bostera y uruguaya, en la que fue el 9 de Boca. El 9 que todos esperábamos, que todos soñábamos y que nunca había sido hasta ahora. Con Cavani en modo crack, todo es posible. Es una lástima que haya tardado tanto. Es una suerte inmensa que haya llegado.