El día que Cavani entró por Cristian Sancho

El uruguayo apareció finalmente en modo crack, dio vuelta el partido, se llevó la pelota y le regaló una inmensa felicidad al Mundo Boca.

Cuando alguien está en la mala, necesita de todos. De la buena energía de todos. Y este triunfo -el de haber recuperado a Cavani, el de haber dado vuelta a Belgrano- se construyó entre todos. La Bombonera, por caso, hizo todo bien. Aplaudió al uruguayo en el calentamiento y en la lectura de las formaciones, gritó por sus goles que se iban a venir. Pero también despertó al equipo en un primer tiempo de incontables errores cuya síntesis fue el 1-0. Falló Chiquito Romero (otro día flojo) en el pase a Figal, falló el central en no reventarla para seguir con la estupidez de salir jugando cuando no se puede, falló Advíncula que se dejó comer, falló Valentini que permitió que González Metilli lo anticipara, falló Campuzano en el mano a mano como último contra Longo, que se la pasó justo a Passerini. Un desastre total. Y ahí, la misma hinchada que alentaba, empezó con el "Movete Boca, movete" que era lo mínimo que merecían.

Diego Martínez también contribuyó, y mucho, con cambios que de movida fueron mirados con desconfianza. Pero Blondel fue más que Advíncula y Langoni -que entró por un Saralegui que otra vez fue de lo mejor del equipo en el caos del primer tiempo- terminó participando de dos goles: hace la pared con Medina previa al penal y corrige el centro a Cavani en el tercero. Si la de Cavani es una enorme noticia -no hay mejor refuerzo posible-, el buen ingreso de Langosta también lo es. Y hay que hablar, también, de un futbolista que tuvo un primer tiempo para la la guillotina y un segundo en el que la rompió. Campuzano no estaba para que lo sacaran al final del primer tiempo: estaba para que lo echaran de Boca y lo deportaran a Colombia. Displicente para trabar, dando pases innecesariamente comprometidos, perdiendo todos los duelos, hizo que no sólo se extrañara al Equi Fernández: en cualquier momento la gente iba a pedir a Pol Fernández, y hasta Alberto Fernández hubiera impuesto más respeto que él en ese mediocampo. En el segundo, Jorman fue Sergio Busquets con tonada caribeña, incluso a pesar de las mayores responsabilidad y del riesgo que tomó el DT, que mandó a Blondel de 8, a Langoni de punta y armó una línea de tres con los centrales y Campuzano. Una apuesta de ruleta rusa en la que nos cansamos de dispararnos y la bala nunca salió.

Mejoró todo el equipo con los retoques. Salvo Medina, que ya venía bien y siguió bien, siendo importante en todas, en la construcción de los ataques y en los salvatajes a la defensa. También engranó Zenón, que desde hace un par de partidos pareció darse cuenta, finalmente, de que está en Boca. Hasta ahora no le había pesado. Ahora que sabe que la alegría o el dolor de mucha gente depende de lo que hagan él y sus compadres en el campo, la camiseta parece -de a ratos- una armadura de caballero medieval. Por suerte se la sacó para darle el pase a Blanco antes de ese segundo gol inolvidable de Cavani. El primer gol Cavani de Cavani.

Tenía que ser así el desbloqueo, con el suspenso insólito del Var que retrasó unos segundos su grito ahogado luego de esa definición magnífica. Y tenían que ser tres los goles, para que se llevara la prueba material de esta noche inolvidable, bostera y uruguaya, en la que fue el 9 de Boca. El 9 que todos esperábamos, que todos soñábamos y que nunca había sido hasta ahora. Con Cavani en modo crack, todo es posible. Es una lástima que haya tardado tanto. Es una suerte inmensa que haya llegado.  


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