¿Xi Jinping perdió el control de los mercados?

Mientras la crisis inmobiliaria arrastra a la economía china a la deflación, la confianza de los inversores se desvanece

Hace menos de una década, los mercados chinos estaban eufóricos. Los inversores extranjeros estaban ansiosos por aprovechar el potencial de la estrella económica mundial en ascenso. China crecía a un ritmo constante e impresionante de más del 6% anual. La inversión extranjera de cartera se precipitó cuando los inversores extranjeros obtuvieron acceso directo a las acciones chinas a través de Hong Kong en 2014. Cuatro años más tarde, la firma financiera MSCI empezó a incluir valores de China continental en sus índices mundiales. El Gobierno chino, por su parte, esperaba profesionalizar sus mercados para atraer capital y conocimientos extranjeros, y crear una clase de activos que sustituyera a la propiedad inmobiliaria. Estaba surgiendo una cohorte de empresarios e inversores adinerados a los que el propio Xi había exhortado a vivir el sueño chino.

El entendimiento implícito era que, independientemente de la política china, se podía confiar en sus funcionarios para dirigir la economía hacia la prosperidad. China seguiría creciendo a un ritmo envidiable, sus ciudadanos seguirían anteponiendo la riqueza y la estabilidad económica a las libertades políticas, y los inversores extranjeros cosecharían pingües beneficios. Todo el mundo podría enriquecerse.

Imagen de archivo del presidente chino, Xi Jinping. EFE/EPA/LUONG THAI LINH / POOL
Imagen de archivo del presidente chino, Xi Jinping. EFE/EPA/LUONG THAI LINH / POOL

¿Qué ha fallado? Uno de los problemas más conocidos es la vacilante política de Xi. El endurecimiento de la normativa sobre tecnología que comenzó en 2020 minó la confianza de los inversores. La salida de la covacha cero fue un fiasco. El Gobierno ha vacilado ante una crisis inmobiliaria que ha minado el ahorro y la confianza y ha arrastrado a la economía a la deflación, con una caída de los precios hasta enero a su ritmo más rápido desde la crisis financiera de 2007-2009. Con razón quiere evitar que se vuelva a inflar una burbuja. Pero también quiere evitar las limosnas y centrar el crecimiento en sectores de “alta calidad” que, en su opinión, ayudarán a China a rivalizar con el poderío tecnológico, económico y militar de Estados Unidos. Sin embargo, los beneficios bajaron el año pasado incluso en estos sectores. Y China carece del estímulo que necesita.

Lo más preocupante de todo es que los inversores del continente también están perdiendo la confianza. Después de tres décadas de extraordinario crecimiento, los ricos de China están experimentando un doloroso revés en sus fortunas, como informa nuestro Briefing de esta semana. Tanto sus inversiones inmobiliarias como financieras se están hundiendo, y las encuestas indican que muchos trabajadores de cuello blanco sufrieron recortes salariales el año pasado. Todo indica que el capital está saliendo de China. Los que no pueden eludir los controles de capital chinos se están refugiando en fondos del mercado monetario, más seguros, o en fondos cotizados en China continental que cotizan en bolsa.

Un inversor sentado frente a un tablero que muestra información bursátil en una oficina de corretaje en Beijing, China, 7 de diciembre de 2018. REUTERS/Thomas Peter/Archivo
Un inversor sentado frente a un tablero que muestra información bursátil en una oficina de corretaje en Beijing, China, 7 de diciembre de 2018. REUTERS/Thomas Peter/Archivo

Todo ello asestará un duro golpe al crecimiento de China. Nuestro análisis de las encuestas de hogares sugiere que un pequeño pero influyente grupo de personas posee la mayor parte de los activos financieros de China. Su difícil situación repercutirá en la reducción del consumo y en las decisiones de inversión. Los inversores atrapados en China continental no tendrán más remedio que invertir parte de su dinero en acciones. A los extranjeros, en cambio, les resultará más difícil volver. Ello tendrá un coste para China, aunque los inversores extranjeros sigan poseyendo una pequeña parte de su renta variable. A lo largo de los años han constituido un útil control externo de los precios de los activos. Además, su entrada en el mercado hace una década estuvo asociada a un mayor gasto de capital e inversión en investigación y desarrollo por parte de las empresas chinas. Su salida, por el contrario, podría perjudicar a la innovación.

Xi parece saber que algo va mal. Además de despedir a Yi, el Gobierno ha puesto freno a las ventas en corto y ha ordenado a los gestores de activos estatales que compren acciones. Esto puede apuntalar los precios de las acciones durante un tiempo. Pero esta intromisión no hace sino revelar la desconfianza de China en los mercados, lo que subraya por qué los inversores se han marchado.

Lejos de aceptar la necesidad de un cambio amplio, Xi está empeorando las cosas. En su país, está reprimiendo las críticas a la economía. Al mismo tiempo, China desconfía cada vez más de las empresas extranjeras. Los datos financieros son cada vez más difíciles de obtener para los inversores extranjeros. En diciembre se propusieron nuevas normas para el sector del juego, que fueron retiradas discretamente tras la mala reacción de los mercados. En enero, el banco central se negó a recortar los tipos de interés, a pesar de la continua deflación, lo que sorprendió a los mercados. Todo esto sólo sirve para asustar a los inversores.

El verdadero obstáculo para el cambio es la férrea creencia de Xi de que él y el Partido Comunista deben tener el control total. Recuperar la confianza de los inversores exige replantearse el papel del Estado en la economía. Pero es poco probable que Xi suavice su control. Los inversores pensaban que la política china no tenía por qué interferir en su capacidad de ganar dinero. Ahora que saben que no pueden escapar de la política, actuarán con más cautela.


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