Qué es el síndrome de Estocolmo: el mecanismo de defensa que vincula víctima y victimario
El concepto surge de un intento de asalto ocurrido en Suecia en 1973. Qué hay detrás de este término, cuáles son los síntomas y cómo se manifiesta en la vida cotidiana
Cómo nació el concepto
En agosto de 1973, un individuo, Jan Olsson, intenta asaltar un banco en Estocolmo, Suecia. Cuando era evidente que sería capturado, se escuda en empleados del banco a los que había tomado de rehenes. Pero pasa algo que llama la atención a los mediadores y la policía: los rehenes lo protegen de la policía. Dos de ellos dirán posteriormente que le tenían plena confianza y que temían más a la policía. Un psiquiatra que asistió a la policía, hablaría posteriormente de esa respuesta como síndrome de Norrmalmstorg, por el nombre de la plaza donde estaba el banco. Luego se llamaría “síndrome de Estocolmo” a esta reacción, respuesta ya conocida de todas maneras para los estudiosos de la de captación de voluntad y el trauma psíquico. Ese término se popularizaría y extendería para ser de uso popular.
Poco tiempo después, en 1974, Patricia Hearst, nieta del poderoso magnate de la prensa William Randolph Hearst, fue secuestrada por un grupo de extraño nombre, el Ejército Simbionés de Liberación. Apenas dos meses después, ella volvería a ser noticia, pero esta vez por intentar realizar junto a sus captores un asalto a otro banco. La defensa usaría como argumento de inimputabilidad, un cuadro psiquiátrico “novedoso” para la época y de alto impacto mediático para intentar declarar inimputable: el síndrome de Estocolmo.
Características del síndrome de Estocolmo
El cuadro responde a un mecanismo de defensa en el cual las víctimas de diversos tipos de abuso (en general en los que su libertad o inclusive su integridad psíquica, emocional y/o física está en riesgo) buscan protegerse ligándose emocionalmente, comprendiendo, pero en especial adoptando la estructura psíquica y la racionalización del victimario. En ese mecanismo de asimilación, de integración y simbiosis con el otro imaginan serán librados del castigo.
El líder se vale de ese estado de dependencia completa, especialmente psíquica y emocional por parte de la víctima, generando diversos cambios para “quebrar” la voluntad. Se ven en casos de sectas en las cuales un líder con características psicopáticas juega con la mente de en el abuso doméstico, el abuso sexual repetido, como el abuso infantil que dura años por parte de padres biológicos, o víctimas de campos de concentración, entre otros.
Con respecto a estos últimos allí es donde el mecanismo de control de la voluntad se ha visto claramente en las experiencias reflejadas en la literatura por parte de prisioneros de campos de concentración, por parte de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial y del Vietcong en Vietnam, es más que elocuente.
Los casos inversos al síndrome de Estocolmo son efectivamente los de Stockdale, que había pasado siete años en el campo de prisioneros en Vietnam y había sobrevivido por las enseñanzas de Epicuro (al igual que él, cargando con una pierna quebrada), planteándose cuestiones sobre la vida y la salud. Su odisea se compara con la de Viktor Frankl, prisionero en campos de exterminio alemanes, como ejemplos de resiliencia en situaciones extremas. Su obra es tan amplia que dió lugar a una escuela, la logoterapia en la cual la búsqueda del sentido existencial es la clave.
El síndrome de Estocolmo es uno de los tantos ejemplos de la psicología experimental. Esta es un área fascinante de estudio que, a pesar de sus múltiples observaciones críticas que se han hecho, aportan una perspectiva diferente y comprobable respecto a los comportamientos, a partir de la cual se puede salir de los senderos comunes y trillados del pensamiento. Estas experiencias mayormente de base conductista y comportamental o behaviorista, proveen al investigador elementos simples pero basados en la vida real. Nos muestran hechos replicables, ajenos a la especulación.
En esta área de estudio de las ciencias del comportamiento las sociedades están experimentando cambios de paradigmas a una velocidad que no conocíamos y sirven para evaluar, por ejemplo, cómo responde la mente humana, individual y colectivamente, a diferentes formas de modificación rápida y brusca de los parámetros existenciales.
Así, dos experiencias o planteos contemporáneos surgen y pueden ser relacionados con el síndrome de Estocolmo: el experimento de la prisión de Stanford, el llamado “dilema del prisionero”; y es inevitable agregar uno atemporal y actual: la alegoría de la caverna de Platón.
El eje conceptual es preguntarnos cómo respondemos ante situaciones en las que nuestra libertad de elección y, en muchos casos, la libertad concreta, física e inclusive nuestra propia existencia emocional, psíquica y física, están puestas en peligro
Estos experimentos son conceptos famosos de la psicología social que pueden ayudarnos a entender y explicar algunas de las causas y consecuencias de la crisis política y económica en diferentes sociedades. Ilustran cómo los individuos racionales pueden actuar de manera contraria a su interés individual y/o colectivo, debido a la influencia de múltiples variables no consideradas a primera vista.
Estos experimentos quizás sean la vía de ingreso a empezar a pensar la situación que vamos atravesando en la esfera local pero también mundial histórica y poder tener otra mirada. La característica en todos los casos es que se busca que la víctima no piense y las interacciones y decisiones deben ser rápidas, ya que en ellas prima la emoción y no la posibilidad de establecer un pensamiento de mayor nivel cognitivo, rescatando solo el modo de supervivencia y así eligiendo males menores, banalizando y creyendo que la salida individual es posible.
Pero la función de esos experimentos, como comentaba al inicio, es que nos dan líneas de salida a explorar. Quizás se trate de eso y de no creer que es un relato que nos es ajeno.