La bofetada que cambió la vida de Franz Beckenbauer y lo convirtió en leyenda
El Kaiser falleció a los 78 años; el recuerdo de un incidente que lo llevó a ser parte de Bayern Munich
Atrás quedó un legado eterno: la figura más emblemática de la historia futbolística del país, el jugador que levantó la Copa del Mundo en 1974 frente a su público, el seleccionador que conquistó el Mundial de Italia 1990 y el dirigente que alimentó un cuento de hadas para que Alemania, reunificada, fuera por segunda vez sede de la cita ecuménica en 2006. También el líder que modificó la existencia de Bayern Munich en la década del 70 para ganar en tres oportunidades consecutivas la Champions League, y el volante que se convirtió en defensor para ofrecerle vuelo y jerarquía a la posición de líbero. Un distinguido de la época en su club y en la Mannschaft, que rivalizó en los campos europeos con la estrella de Johan Cruyff.
El fútbol y Beckenbauer se enlazaron cuando el pequeño Franz -llevó el mismo nombre que su padre-, junto a su progenitor y su mamá Antonie fueron a la estación de trenes a recibir a los futbolistas campeones de la Copa del Mundo de Suiza 1954. A la misma edad en la que empezó a relacionarse con la pelota enseñó la convicción que lo envolvía: prometió convertirse en uno de ellos. No sólo lo logró, fue el más grande de Alemania.
Niño de la posguerra –nació el 11 de septiembre de 1945-, en el barrio obrero de Giesing, al sur de Munich, aprendió a jugar al fútbol en el club SC 1906 Munich. Una bofetada cambió su historia, la de Bayern Munich y la del 1860 Munich, el club del que era simpatizante. En sus inicios fue delantero y la ilusión era ser aceptado en el equipo que le aceleraba los latidos del corazón y que actualmente milita en la Tercera División. “Siempre soñé jugar con ellos”, reconoció después de despedirse de las canchas. Y estuvo muy cerca de lograrlo, aunque un episodio modificó la ruta. En un torneo juvenil, disputado en 1958, Franz se enfrentó con el 1860 Munich y tuvo un altercado con Gerhard König, jugador de ese equipo, que le dio una cachetada. El incidente enojó a Franz, que entonces se decantó por el Bayern Munich.
Siete años después de aquel suceso que trastocó más adelante el equilibrio del fútbol germano, Beckenbauer ascendió a lo que hoy es la Bundesliga con Bayern Munich; en el plantel se destacaban dos nombres con los que reescribió la historia: el arquero Sepp Maier y el bombardero Gerd Müller. Sin los trofeos que luego conquistaría, era indisimulable que llevaba el sello de los elegidos: en 1966, ganó la Copa de Alemania con el conjunto bávaro y fue subcampeón mundial con la selección en la polémica final ante Inglaterra.
El homenaje de la Bundesliga
En 1969 ganó su primera Bundesliga con Bayern Munich, y la década del 70 fue un aluvión de títulos. Los bávaros solo ostentaban el campeonato de 1932, pero los trofeos empezaron a multiplicarse en sus vitrinas. Entre 1972 y 1974, el equipo se convertiría en el primero en ganar tres veces consecutivas el campeonato, y entre 1974 y 1976 se adueñó de la trilogía de la Liga de Campeones, actual Champions League: rompió con el reinado holandés –primero Feyenoord y luego un triplete de Ajax-, en las finales con Atlético Madrid, Leeds y Saint-Etienne. Para completar el círculo internacional, en 1976 festejó la Copa Intercontinental en la serie con Cruzeiro (Brasil), con resultados de 2-0, en Munich, y empate sin goles en Belo Horizonte.
Las conquistas también lo acompañaban con Alemania: en 1972 obtuvo ante la Unión Soviética, con un soberbio 3-0, la Eurocopa que se jugó en Bélgica. Dos años después, la Mannschaft venció 2-1 a la Naranja Mecánica en el estadio Olímpico de Munich, se consagraba bicampeona del mundo y el Kaiser lanzaría una frase histórica, tras no ser coronado con el Balón de Oro: “Cruyff fue el mejor jugador, pero yo soy campeón del mundo”. Para entonces, Beckenbauer ya había recibido el galardón individual en 1972, convirtiéndose en el primer defensor en recibirlo, y repetiría el premio en 1976.
La rivalidad con Cruyff y el concepto de la posición, un duelo estético y de demostración que desde la defensa también se podían ganar partidos y llenarse de gloria. Elegante para el juego y líder en el campo, de una pegada excepcional y una ubicación que le posibilitaba realizar quites sin necesidad de recurrir a la falta, el mediocampista le dio paso al zaguero central y el fútbol mundial observó cómo se modificaba la figura del líbero. El Kaiser no inventó la posición, que existía desde 1938, con el ensayo que realizó el entrenador austríaco Karl Rappan. Los líberos jugaban detrás de los zagueros y la función era defensiva; el neerlandés Rinus Israel la categorizó y Beckenbauer la perfeccionó al extremo: era un futbolista de movimientos libres, que se desdoblaba en defensa y ataque.
El líbero necesita de una enorme personalidad y el Kaiser la tuvo. De joven sufrió un conflicto extradeportivo con la Federación Alemana de Fútbol: tras embarazar a su novia, se negó al matrimonio y el seleccionador Helmut Schön lo apartó del equipo. El entrenador Dettmar Cramer, al que se lo reconoce como el “padre futbolístico del Kaiser” intervino, evitó la sanción y Beckenbauer demostró las virtudes para ser el líder de la Nationalmannschaft. La misma con la que sorprendió en una derrota que, sin embargo, resulta una de las actuaciones más recordadas. En las semifinales del Mundial de México 1970 jugó con el brazo en cabestrillo ante Italia en el denominado Partido del Siglo: la Azzurra se impuso por 4-3 en tiempo suplementario.
Con 13 títulos con Bayern Munich y dos con la selección, se marchó al Cosmos de Nueva York y acompañó a Pelé, un amigo del que no se pudo despedir porque su salud –escasa visión del ojo izquierdo y problemas cardíacos- ya le impedía emprender largos viajes. Se retiró vistiendo la camiseta de Hamburgo e inició su carrera como director técnico al frente de la selección: finalista en México 1986, se tomó desquite de la Argentina en Italia 1990 e igualó la hazaña de Mario Lobo Zagallo, el primero en ganar la Copa del Mundo como futbolista y entrenador; en 2018 se sumó el francés Didier Deschamps. Nunca se bajó del podio, porque en la Eurocopa 1988 finalizó tercero, por detrás de Holanda y URSS.
La organización del Mundial de 2006 fue un sueño y luego una pesadilla con la investigación por irregularidades –compra de votos- que inició la FIFA. La declaración de haber descuidado a su familia –tres esposas, la muerte de su hijo Stephan- fue una cruz que se hizo más pesada con los problemas de salud. Lentamente el Káiser se ausentó de la escena pública. En la memoria quedará que, en Alemania no hubo ninguno mejor antes que él y, posiblemente, no habrá ninguno mejor después.