¿Cómo podría volar y escupir fuego un dragón si existiera? La investigación que busca respuestas para preguntas imposibles

El estadounidense Charles Fort fue escritor e indagó sobre distintos eventos anómalos. Lo hizo bajo la creencia de que de no todas las respuestas tienen que ser estandarizadas, y que la ciencia no alcanza para saber todo.

Un largo, larguísimo listado de preguntas sin respuestas que Fort recopiló metódicamente desde muy joven y gracias a periódicos y revistas científicas: objetos absurdos que caen desde el cielo (rocas, sangre, batracios, artefactos gelatinosos), huellas inexplicables en la nieve, tormentas de fuego, luces incandescentes que levitan sobre un parque londinense. Fechas, lugares, detalles que se suceden sin aclaraciones precisas, con explicaciones científicas vagas de las que Fort se burla.

No importa. El autor dice que su libro es una mezcla de ciencia y de mala ficción porque, es cierto, como ficción no es muy buena. Sus ideas sobre mares interplanetarios o demonios que visitan la Tierra se parecen más a L. Ronald Hubbard que a Ray Bradbury. No son más que curiosidades pintorescas que sí, efectivamente aparecieron en publicaciones especializadas de entonces.

En esa ficción mala, Fort presenta a sus personajes y los define como si se tratara de una novela: la “belleza” es lo que le parece completo; la “estabilidad”, lo inalterable y sincero; la “independencia”, aquello cerca de lo cual no existe nada más; la “realidad” es lo que no es parcialmente otra cosa; la “razón” y la “absurdidad” son el beneplácito o disgusto hacia un estándar que debe ser una ilusión, que un día puede ser desplazado por una cuasiilusión más avanzada. La “verdad” es aquello después de lo cual no existe ya nada más. Lo universal.

Ficha

Título: El libro de los condenados

Autor: Charles Fort

Editorial: Aquari

Páginas: 292

Precio (en Argentina) Papel: $17.000 Digital: $419,99

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Pero ese no es el punto. No es relevante si estos hechos malditos, excluidos por los estándares científicos de hace más de cien años, condenados al ostracismo y al olvido, realmente ocurrieron como se los narra. Porque el cúmulo de datos funciona tan sólo como una excusa. Lo que a Fort le interesa no son las respuestas sino las preguntas: hay algo de poesía en toda su ficción científica, como quien juega con lo que no es un juguete, con lo frágil, para mostrar que quizás sí era un juguete, que quizás no era tan frágil. Que tal vez quienes impusieron la regla del “no jugar” se equivocaron, pero nadie antes se había atrevido a romper con la literalidad.

¿Cuestionaba poco el ser humano de principios del siglo XX? Para entonces, la corriente científica positivista llevaba unos cien años en auge: el conocimiento era producido en base a la experiencia sensorial, a lo verificable.

Fort arremete contra eso, con ironías y en primera persona, como si le ofendieran en lo más íntimo las decisiones del cientificismo exclusor. “El positivismo es puro puritanismo”, dice e invita a cuestionar la estandarización, la búsqueda de lo universal y del método inductivo que lleva a conclusiones generales a partir de observaciones particulares.

Fort dice que es patético, que existe un sentimiento de tristeza cósmica, en la búsqueda universal de un estándar. Porque lo universal, para serlo, tiene que abarcarlo todo, debe incluir y asimilar diferentes datos. Y lo no estandarizado es necesariamente, ya sea por acción u omisión, excluido. Él es científico y no se opone a la ciencia, sino a la actitud de las ciencias que imaginan haber realizado un fin.

“Me opongo a la creencia, no a la aceptación; a la insuficiencia tantas veces comprobada, a la puerilidad de los dogmas y los estándares científicos”. Habla de una resignación y propone que sobre la puerta de cada museo se grabe en letras llameantes “Abandonad toda Esperanza”, nada menos que la inscripción que el Dante encuentra allí donde se entra al Infierno.

"Retrato de Dante", 1495. Sandro Botticelli.
"Retrato de Dante", 1495. Sandro Botticelli.

La tendencia a la universalización lleva a la exclusión, sí, pero también al prejuicio, a ver lo que se quiere ver, a lo que es más fácil aceptar y digerir. Por eso Fort propone el juego de recorrer una calle y preguntarse a qué se parecerían los objetos que lo rodean si nunca los hubiese visto, si nadie le hubiera enseñado que esa cosa que sale de la tierra y se vuelve verde en lo alto es un árbol. Lo distante se ve homogéneo, lo desconocido se atrofia en sustancias indisolubles porque, al final, todo da más o menos lo mismo bajo el paraguas del estándar. Contra esa lógica lucha Fort desde su extenso y meticuloso cúmulo de datos.

Es todo parte de un gran ejercicio lúdico que tan sólo tiene por objetivo deslegitimar las definiciones tajantes y a lo que denomina “tentativas de positividad”: tentativa de lo relativo hacia lo absoluto o de lo local hacia lo universal, cueste lo que cueste. A presión, si es necesario. Excluyendo datos, si hace falta. Hasta que lo excluido termina por caer por su propio peso y los científicos, con disparatada aunque valerosa obstinación, ven surgir nuevas verdades a medida que se crean nuevos y más potentes telescopios y microscopios. Fort parece ofrecer cierta misericordia por aquellos “condenados a ver subvertidos todos sus descubrimientos, obsesionados por la ilusión del final”.

Por otro lado, el nuevo descubrimiento que destrona al antiguo será destronado a su vez y reconocido como mitológico. La ciencia de hoy es la superstición de mañana y la ciencia de mañana, la superstición de hoy. ¿Cuántas certezas del pasado son ahora bromas o cuentos infantiles? ¿Cuánta ciencia ficción se hizo realidad, ahora que el futuro llegó hace rato? Lo inimaginable y lo concreto, lo absurdo y lo concluyente, intercambian roles más temprano que tarde.

¿Cómo se puede entonces estar seguro de un descubrimiento, de un postulado? El autor ofrece una alternativa para esquivar (para sobrevolar) el callejón sin salida: entre lo Positivo Absoluto y lo Negativo Absoluto, la intermediaridad, lo relativo. El estado es parcialmente positivo y parcialmente negativo y no hay más que una respuesta a todas las preguntas: a veces sí, a veces no. O, mejor dicho, sí y no.

En un mundo de tendencia positivista, repleto de conclusiones tan deliberadas como cansinas, lo intermedio está constituido por cosas fantásticas, grotescas, desenfrenadas, monstruosas, que el positivismo ha concebido en su esfuerzo frenético para romper con los tipos precedentes. Fort habla de condenar la negación y la indiferencia a esas “cosas”.

Charles Fort fue investigador y escritor. Se animó a cuestionar muchos postulados de la ciencia positivista.
Charles Fort fue investigador y escritor. Se animó a cuestionar muchos postulados de la ciencia positivista.

Desde ese punto de vista, no hay nada que no sea absurdo (o intermediario entre la absurdidad absoluta y la verosimilitud final) porque todo lo que es nuevo es aparentemente absurdo hasta que se convierte, ante el orden establecido, en el absurdo disfrazado. Luego, transcurrido un tiempo, vuelve al absurdo. Si todo progreso avanza de lo escandaloso a lo académico, tarde o temprano volverá a lo escandaloso. Un ida y vuelta en el que todo cambia para no cambiar.

Hasta que hay una ruptura y Copérnico concibe el heliocentrismo porque la continuidad le importa poco. Claro que siempre hay un precio por pagar al ir en contra de lo dogmático. Por eso, para Fort, la ciencia del positivismo se convierte en una suerte de Inquisición moderna que persigue y excluye, que no tolera desvíos. Más adelante hará un paralelismo diferente para decir que ser positivo es como “ser un Napoleón Bonaparte, contra el cual el resto de la civilización se aliará tarde o temprano”.

Hay una belleza extraña en el discurso que se mofa de lo establecido e invita a perderle el miedo a lo estandarizado. Hay cierta poesía absurda en el imaginar los efectos físicos de la gravedad si los terraplanistas tuvieran razón. ¿Cómo podría, biológicamente, volar y escupir llamas un dragón? ¿Cómo hubiera sido la evolución del unicornio? ¿Qué construcciones y conocimientos pueden habernos legado los visitantes de otros mundos? Es un juego. El pensar y cuestionar, los delirios y la fantasía, lo que no tiene explicación y lo que no la tiene ahora mismo. Es todo un juego. Lo imposible se convierte en razonable cuando es presentado de manera razonable, dice Fort, y que “la gran desgracia de este libro es que hará de nosotros una pandilla de cínicos, pues seremos incapaces de asombrarnos ante nada”.

Quizás sea cierto. Aunque también es mucho más probable que, más que una pandilla de cínicos, seamos un grupo de ludópatas que no apuestan efectivo sino curiosidad. Que en este gran juego sin respuestas la pregunta más determinante sea qué más hay por descubrir hoy. Aunque sea ficción o no. O tan sólo sea un cúmulo de fechas irrelevantes en las que quién sabe qué objeto absurdo cayó del cielo.

“El libro de los condenados” (fragmento)

El nuevo espíritu dominante es el Inclusionismo, y este es considerado un seudostándar.

Interpreto todo dato en concordancia con este seudostándar. No tengo, por el momento, los delirios de absolutismo que han otorgado tal vez algunos positivistas del siglo XIX a un paraíso cualquiera. Soy agente intermediarista, pero sospecho, pese a todo, que un día me solidificaré, me desliberalizaré dentro de un Positivismo superior.

Por el momento no busco identificar los hechos de lo absurdo o de lo razonable, porque por absurdidad o razón entiendo el beneplácito o disgusto hacia un estándar que debe ser una ilusión, y que un día puede ser desplazado por una cuasiilusión de naturaleza más avanzada. Los científicos del pasado tomaron una actitud positivista: ¿resultaba razonable o fuera de razón? Analícenlos, y descubrirán que se pronunciaban según criterios newtonianos, el daltonismo o lyellismo, pero se expresaban como si supieran realmente discernir lo razonable de lo irrazonable.

Mi seudocriterio es pues el Inclusionismo. Si un dato se adapta a una visión más ampliamente inclusiva en cuanto a la Tierra, su armonía con el inclusionismo la admite sin problemas. El proceso era el mismo en la Antigua Dominante: la única diferencia reside en el intermediarismo subyacente, en la conciencia de que, aun estando más cercanos a lo real, nosotros y nuestros estándares no somos más que cuasiexistentes. Todo, en nuestro estado intermediario, es el fantasma de un superespíritu hundido en un estado de sueño, pero intentado despertar a la realidad.

Quién fue Charles Fort

♦ Nació en Albany, Estados Unidos, en 1874 y murió en Nueva York en 1932.

♦ Fue escritor e investigador de eventos anómalos.

♦ Publicó cinco libros a lo largo de su vida: una novela y cuatro de no ficción, incluyendo El libro de los condenados (1919).


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