A las puertas de otra era de oscuridad

El mundo está ingresando sin pausa en una etapa de la cual podría ser muy difícil salir sin dolor

Es llamativo, sin embargo, que esas mismas organizaciones que reclaman “proporcionalidad” en el uso de la fuerza, no golpeen la mesa cada día, cada hora, por las decenas de rehenes que permanecen secuestrados en los lúgubres túneles de Hamas. Entre esas víctimas hay bebés, niños y mujeres que no figuran en las agendas de los organismos que tienen contacto con el grupo terrorista.

Pero el conflicto no se circunscribe a Gaza. La frontera norte de Israel está en permanente tensión. La guerra con Hezbollah está a la vuelta de la esquina y sería de proporciones aún mayores. El grupo chiíta -responsable de los atentados terroristas de 1992 y 1994 en Buenos Aires- responde al régimen teocrático de Irán y posee una estructura militar más importante, numerosa y preparada que Hamas. Sus capacidades misilísticas son superiores, también. Decenas de miles de soldados israelíes están desplegados con fines defensivos en la frontera con Líbano.

Pocos días atrás, varios comandantes fueron aniquiliados. Entre ellos Wissam al-Tawil, uno de los más altos rangos de Hezbollah, con nutridos vínculos con Hasan Nasrallah -jefe de la agrupación- y con la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán. Hoy, esa fuerza respondió a su manera. Bombardeó un edificio en el norte de Irak donde murieron cuatro civiles. Argumentó que allí operaba una base de espionaje israelí. Los kurdos, en cambio, dijeron que en ese lugar se alojaba un próspero empresario de nombre Peshraw Dizayee. Su familia también habría muerto en el ataque.

A tal punto Estados Unidos está involucrado que se conocieron detalles de una misión ejecutada por comandos SEAL de la Armada para interrumpir el suministro de armamento iraní a los hutíes. Ocurrió este domingo, en las costas cercanas a Somalia. Un grupo de miembros de ese cuerpo de elite abordaron un barco con poderosas armas. Los artículos incautados incluyen ojivas de misiles balísticos y de crucero, sistemas de propulsión y guía y componentes de defensa aérea de fabricación iraní. Como consecuencia de la peligrosa tarea y la turbulencia del oleaje dos militares están aún perdidos en aquel mar revuelto.

Justamente en Somalia, África, no se viven momentos de tranquilidad. El gobierno acusa a Etiopía de haber violado tratados al proponerse reconocer a Somalilandia como un país independiente. Todo a cambio de un puerto que le permita salida al mar. El anuncio fue hecho en una conferencia de prensa conjunta el pasado 1° de enero entre el primer ministro etíope Abiy Ahmed y Muse Biji Abdi, su contraparte del estado por declamarse. El acuerdo incluye también 20 kilómetros de costa en el Golfo de Adén y unas acciones de Ethiopian Airlines. El presidente somalí, Hassan Sheikh Mohamud, dijo que ese pacto favorece la expansión y el fortalecimiento de Al-Shabab, el grupo islámico de Al-Qaeda en esa porción del continente africano que controla gran parte de las zonas rurales de un país que vive al borde de una guerra civil permanente.

Sudán es otro país que no logra escapar de un destino trágico. El enfrentamiento entre las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, por sus siglas en inglés) y las Fuerzas Armadas Sudanesas está en uno de sus peores etapas desde que en 2021 tomaran el poder por la fuerza. La situación interna es un polvorín. Desde abril más de seis millones de personas huyeron de sus hogares. Ya son casi diez millones las que fueron desplazadas, sumando conflictos anteriores, de acuerdo a The Economist. Las evidencias de un nuevo genocidio están sobre la mesa.

Nigeria, por su parte, vive su propia tragedia. El 23 de diciembre pasado, al menos 140 personas fueron masacradas. Eran cristianos de 26 pueblos del estado de Plateau. Una limpieza religiosa a manos de extremistas islámicos fulani de la que poco se habla. También Boko Haram y el Estado Islámico en la Provincia de África Occidental (ISWAP) operan en ese país, controlando regiones enteras sin presencia gubernamental. Cada semana, las matanzas en aldeas aisladas se repiten. Milicias antiterroristas luchan al lado del Ejército de Nigeria para combatirlas. De tener éxito, esas fuerzas irregulares algún día conseguirán un poder desmedido que podrían utilizar contra el gobierno que hoy defienden.

Pero el crítico y desolador panorama no sólo se observa en Somalia, Etiopía, Sudán y Nigeria. Otros países, como la República Centroafricana, Chad, Níger, Mali, Burkina Faso, entre otros, luchan diariamente contra los yihadistas de Al Qaeda y el Estado Islámico, que ha encontrado en África una tierra fértil para su expansión. Otros, como Camerún, sufren luchas separatistas. En muchos de ellos operan, principalmente, dos países: Rusia y China. El primero envía a controlar y custodiar minas con los mercenarios del Grupo Wagner. Beijing, por su parte, regentea puertos, derechos de explotación pesqueros y recursos naturales a cambio de deuda y vehículos militares de tan mala calidad que sus uniformados no usan.

En Europa, Vladimir Putin continúa en su sangrienta excursión militar en Ucrania. La guerra está congelada desde hace tiempo. En poco más de un mes el conflicto bélico cumplirá dos años. Kiev no consiguió, en su muy auspiciada contraofensiva, traspasar las trincheras rusas para recuperar terreno. En este invierno, las fuerzas invasoras reforzarán sus fortalezas. El desgaste de ambos bandos es absoluto, pero con una diferencia sustancial: a Putin no le preocupan las vidas humanas y seguirá enviando al matadero a su pueblo.

En el más lejano oriente, también las aguas se mueven. Este fin de semana el triunfo electoral del actual partido gobernante en Taiwán -encarnado en Lai Ching-te- significó un duro revés para las campañas de desinformación y miedo que trató de instalar en el régimen de Xi Jinping. Lai será presidente pese a Beijing. El resultado en las urnas plantea un escenario aún más complejo para la región por la rigidez que presenta el ganador respecto al vínculo con el continente. Propone mantener el statu quo, establecer un diálogo, pero sin socavar la soberanía de la isla. También buscará fotalecer sus fuerzas armadas y la compra de armamento, algo que altera los nervios de China.

Esa misma China continuará con sus pruebas balísticas, la violación del espacio aéreo taiwanés, las maniobras marítimas en el Estrecho, el acoso a las embarcaciones filipinas y sus embestidas (poco) diplomáticas. Este martes lo ratificó. Acusó a Filipinas de “jugar con fuego” luego de que el presidente Ferdinand Marcos Jr., felicitara a Lai, con quien promete trabajar más estrechamente. “Le aconsejamos que no juegue con fuego en la cuestión de Taiwán y que detenga inmediatamente sus palabras y acciones equivocadas sobre cuestiones relacionadas con Taiwán. Deben dejar de enviar señales equivocadas a las fuerzas separatistas a favor de la independencia de Taiwán”, dijo Mao Ning, vocera de la cancillería del régimen autocrático chino.

En ese contexto de tensión, Japón, Corea del Sur, Filipinas y Vietnam, en menor medida, se refuerzan con la seguridad que les da el patrullaje marítimo permanente de los Estados Unidos. Nadie quiere que China tenga salida franca y controle el Indo-Pacífico. India, tampoco. Australia, más al sur, permanece atenta. Hubo acercamientos con Beijing, pero la desconfianza no se despejó del todo y un conflicto armado los enfrentaría de inmediato.

Corea del Norte, esa dictadura detenida en el tiempo, también juega al límite. Este domingo hizo pruebas con misiles balísticos de alcance intermedio con los que podría llegar a bases norteamericanas en el Océano Pacífico. El mismo “líder supremoKim Jong-un ayudó a Rusia proveyéndolo de armamento para bombardear Ucrania. El dictador norcoreano se mueve de acuerdo al aire que le ofrecen Moscú y Beijing.

Mientras tanto, América Latina es una olla a presión. La región está jaqueada por el terror narco. Lo vivido en Colombia en los 80 y 90 se replica ahora en otros países. Florecieron mil Pablo Escobar. A diferentes escalas, con otros aprendizajes, pero con la misma ferocidad criminal. La complicidad entre los carteles y algunos estados es total. Venezuela, México, Bolivia y Ecuador son claros ejemplos de cómo el poder de la droga se infiltra en diferentes niveles institucionales. Un ejemplo claro: la justicia norteamericana acusa a Nicolás Maduro de formar parte del Cartel de los Soles. Ofrece 15 millones de dólares por su cabeza mientras otros mandatarios cercanos lo aúpan.

Los sucesos de la última semana en las principales ciudades ecuatorianas conmovieron a los gobiernos regionales. El presidente Daniel Noboa decretó que existía un conflicto armado interno” en el país e identificó como “terroristas” a una veintena de bandas armadas. Envió al Ejército a la calle para controlar el desmadre que había nacido en la toma de las cárceles urbanas, controladas por traficantes. El dramatismo fue televisado: un canal fue tomado en vivo por delincuentes que mantuvieron como rehenes a los trabajadores de la emisora por un par de horas. Allí ocurrió algo extraño: los secuestadores se entragaron mansamente a las autoridades federales que retomaron el control del medio sin derramar sangre. ¿Quién ordenó (o negoció) la rendición?

En la Bolivia de Evo Morales y Luis Arce, la producción de coca se multiplicó durante casi dos décadas con el aval de sus gobernantes. Nadie se escandalizó. Por el contrario, a lo largo de los años presidentes latinoamericanos abrazaron al líder aymara con condescendiente misericordia europeísta. Culpa, ideología o negocios, o todo al mismo tiempo. Nadie lo tiene muy claro. En la guerra interna que se desata en el Movimiento al Socialismo (MAS) gobernante, el presidente Arce envió a las fuerzas armadas a desmantelar laboratorios en el Chapare, bastión de Evo. El conflicto se profundizará. Sólo Cuba, con poderes plenipotenciarios sobre La Paz -y participacion accionaria en el negocio-, podría poner fin al entredicho boliviano, más por razones de índole capitalistas que institucionales.

Pero el estallido ecuatoriano preocupa a otros jefes de estado latinoamericanos. Esta parte del mundo no crece desde hace casi una década y el estacamiento comienza a sentirse. El descontento se nutre en cada esquina. Los estallidos podrían encadenarse, uno a uno, empujados por bandas criminales que ganan poder territorial con el caos. Esas bandas narcos son trasnacionales: operan en Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. Mantienen, además, lazos con grupos terroristas como Hezbollah, que -con operativos en Sudamérica- forma parte de la red de tráfico hacia el otro lado del globo. Hace un tiempo estuvieron disfrazadas de “brisas bolivarianas”. No sería extraño que soplen una vez más.

El mundo parece encaminarse hacia otra era de oscuridad. O quizás ya está en ella y todavía no se dio cuenta cómo será el final.


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