Shack-a-Shaq: O’Neal y la historia de una tortura

En la mejor temporada de su carrera, Shaquille tuvo que soportar el martirio de los tiros libres. Una táctica que no perduró a pesar de ser imitada, pero que el pívot sufrió más que nadie.

Alberto Clemente
As
Shaq estaba en plenitud. Nunca había jugado tan bien ni había dominado tanto. La llegada de Phil Jackson dio una nueva perspectiva al pívot, que jamás estuvo en mejor forma. Anotó más, reboteó mejor, mejoró en el pase y se convirtió en el epicentro del triángulo ofensivo, que el Maestro Zen, con Tex Winter siempre en la sombra, se encargó de desarrollar y perfeccionar con el paso de los años. El vértice interior del triángulo y sus variaciones tácticas disfrutaron de su mayor justificación con un jugador generacional, que se retiró como uno de los mejores de siempre. Una carrera que no se puede entender sin la figura del legendario entrenador a su lado. A su vera ganó tres anillos consecutivos. El primero de ellos, en la 1999-00, la primera del técnico, que supo moldear al center y permitir que su relación con Kobe Bryant, siempre llena de altibajos, fuera lo más pacífica posible. Eso sí, no todo fue un camino de rosas para esos Lakers... ni para Shaquille. Que, en medio de la marejada de éxitos y distinciones individuales, sufrió una tortura sin paliativos.

El Hack-a-Shaq no tuvo un arraigo demasiado grande ni gozó de una continuidad que lo convirtiera en un problema, pero sí alentó una variable táctica que dejó desmadejado el ego de una figura de la trascendencia de O’Neal. Para él fue un calvario, el que suponía en su mente acudir a la línea de tiros libres. De forma constante y permanente, pasó de hacerlo por la lógica pura de ser el líder absoluto de un ataque a pisar la línea casi de forma insultante. En 19 temporadas en la NBA, Shaq promedió un 52,7% desde ahí, con siete de ellas bajando el 50% y llegando a un bochornoso 42,2 en la 2006-07. En 10 de esas campañas, acudió más de 10 veces a la línea; y sólo superó el 60% una vez, con un 62,2 en la 2002-03, algo que además ocurrió en 12 de sus 17 participaciones en playoffs. Su mecánica de tiro, tan cuestionable como ineficaz, le impedía acertar con asiduidad y prácticamente empujaba el balón con una mano hacia la canasta mientras su cuerpo se inclinaba hacia delante.

Todo empezó al 6 de noviembre de 1999, en el que era el tercer partido de la temporada para los Lakers y el cuarto para sus rivales ese día, los Blazers. Eran los dos principales favoritos (acabaron con 67 y 59 victorias, primeros y segundos del Oeste respectivamente), dos equipos llamados a conquistar el anillo, uno que en Oregón no ganaban desde 1977 (con Bill Walton) y que a los angelinos se les resistía desde 1988, una espera demasiado larga tras una década de Showtime, en la que Magic enamoró y Jerry Buss consiguió el objetivo de coleccionar estrellas en pista a través de acumularlas en las gradas. Fue el propietario el que potenció el cambio del viejo Forum al Staples Center, que se estrenaba en 1999 y que hoy se llama Crypto Arena. El advenimiento de una nueva era, la de la fiebre amarilla. Pero antes había que remar; y, en medio de todo ello, Shaq mantendría una lucha personal... contra sí mismo.

Con 57-51 en el marcador favorable a los Blazers, Mike Dunleavy se giró al banquillo. Era un entrenador de contradicciones, con un talento enorme pero dedicado casi por entero al mal, con buenos resultados deportivos (con los Lakers en 1991, esos Blazers, o los Clippers de 2006), pero con una forma de hacer las cosas que desgastaba muy rápido los proyectos. En ese momento, hizo una de esas cosas que le convertían en alguien ambivalente y mandó a un joven Jermanie O’Neal a la pista a hacer faltas a Shaq de forma indiscriminada. Le habían defendido mucho aprovechando la ausencia de Kobe, pero Dunleavy quería matar el partido. Jermanie hizo 5 faltas en 5 minutos y provocó dos técnicas a su par, que fue expulsado, antes de volver al banquillo, felicitado por todos, y dar salida a un Avrydas Sabonis que campó a sus anchas en la zona y anotó 11 puntos. Del 77-70 se pasó a un 97-82. Los Blazers consiguieron su cuarta victoria en cuatro partidos esa temporada. Y en la hoja de estadísticas se mostraba una clara diferencia: 17 de 34 en tiros libres para los Lakers, 21 de 22 para Portland. Shaq, 3 de 11: y 10 de 28 en lo que llevaba de temporada. En otra palabra: problemas.

Una tortura inacabable

Los Lakers se enfrentarían a los Mavericks en la siguiente jornada, un equipo que entrenaba un Don Nelson al que se le atribuye la creación del Hack-a-Shaq. Algo que no es así, Dunleavy mediante. Pero es innegable que el legendario entrenador potenció al máximo dicha táctica. Phil Jackson arremetió contra los árbitros en el partido anterior, pero también responsabilizó a Shaq de su expulsión, algo que no sentó bien a un pívot que se fue ese día sin hablar con la prensa. Ante los Mavs, la cosa fue a más: Shaq llevaba 10 puntos y 8 rebotes sólo en el primer cuarto y finalizó con un espectacular 30+20... pero de nuevo ensombrecido. Los Lakers, que llegaron a mandar de 21, recibieron un 1-9 que puso el marcador 88-75 con 4 de 9 desde la personal de Shaq en ese periodo. Shawn Bradley primero y Dirk Nowitzki después hicieron 10 faltas en un lapso de 4 minutos, en los que el pívot amarró tan sólo 6 de los 14 tiros libres en los que dispuso. Phil Jackson sentó al pívot con algo más de 3 minutos de partido para evitar estas situaciones y con los angelinos 11 arriba. Y Shaq se sintió humillado.

El resultado final fue de 105-97 para los Lakers, que conseguían su 17ª victoria consecutiva ante los Maves, que fueron 18 dos días después, esta vez en Dallas. O’Neal se quedó en 10 de 23 en ese encuentro y en 3 de 14 en el siguiente, un paupérrimo 21,4%. Jackson, que se llevaba bien con Nelson, definió esta táctica como “divertida” y dijo públicamente (las cosas del Maestro Zen) que su jugador nunca sería un buen lanzador desde la personal. Shaq, desquiciado, se vio sólo ante el peligro y se desesperó. Una sonada pelea con Charles Barkley un partido después, ante los Rockets, le provocó la expulsión y un partido de sanción. En su regreso, acumuló 9 de 35 tiros libres en los tres siguientes encuentros, una racha que se redondeó con un 2 de 14, su peor porcentaje de la temporada (14,3%) en Denver, la Mile High, donde el tremendo desnivel por culpa de la altitud siempre hizo estragos en la estrella.

La táctica no tuvo continuidad, pero sí más episodios llenos de bochorno. La NBA ya advirtió que si en los 2 últimos minutos de los partidos se echaban encima de alguien sin balón serían sancionados con una flagrante. Jackson, en más de una ocasión, quitaba al pívot hasta que llegaba ese marco temporal, cuando le volvía a introducir. El 18 de abril, a dos jornadas del final de la regular season, Nelson se encargó de demostrarle al mundo que Shaq era mal tirador desde la personal, como si a alguien se le hubiera olvidado. De nuevo en Texas y con 74-75 a favor de los Lakers, Nelson dio la orden y, primero Bradley (que tiró al pívot literalmente al suelo, como si eso fuera fácil) y luego Damon Jones por partida doble, cargaron contra el pívot, que sumó 6 intentos desde la personal y ningún acierto en 49 segundos. Los Mavs, sin opciones de playoffs, cerraron 80-75 el cuarto y ganaron por primera vez a los Lakers desde el 5 de abril de 1995 (112 a 102 al final). Shaq acabó con 8 de 19 en tiros libres en un día de muchas rotaciones para Jackson, al que le daba igual el resultado al tener los angelinos el primer puesto del Oeste asegurado. El pívot finalizó con 38 puntos y 20 rebotes, pero de nada importó. La gente volvía a hablar de la tortura.

Los Lakers se fueron a 67 victorias ese año, acumularon rachas de 16 y 19 partidos ganados de forma consecutiva y Shaq se hizo con el MVP de la temporada, el MVP del All Star y el MVP de las Finales, además de figurar en el Mejor Quinteto, en el Segundo Mejor Quinteto Defensivo y convertirse en el máximo anotador, segundo máximo reboteador y tercer máximo taponador. La táctica se siguió utilizando, pero sin demasiado éxito: en esos mismos playoffs, Dunleavy volvió a hacer su aparición y mandó 27 veces (13 aciertos) a la línea al pívot en el duelo inaugural de las finales del Oeste, esa que los Lakers ganaron en el séptimo partido, con una remontada para los anales motivada por Kobe Bryant y que tuvo en el alley oop con Shaq la foto para el recuerdo. En las Finales, Larry Bird lo intentó todo en el segundo asalto, en el que Jalen Rose lesionó a Kobe y los Pacers mandaron 39 veces a O’Neal a la personal, récord histórico. De nada importó: los 18 aciertos de ese día son anecdóticos y el pívot se fue a 40 puntos y 24 rebotes en el encuentro tras sumar 43+19 en el primero. La fiebre amarilla saltó de pronto y los Lakers volvieron a ganar (4-2) el título por primera vez en más de una década. Shaq promedió 38 puntos y 16,7 rebotes en dicha serie. Más Superman que nunca, por mucho que los tiros libres no entraran.

Una carrera inigualable

Shaq siempre aseguró que su problema con los tiros libres era mental y que en los entrenamientos llegaba a lanzar con un 80% de acierto. Nunca solucionó ese tema, uno de los peros que tuvo durante una carrera en la que el cuidado del físico y la alimentación, a la par que su indolencia defensiva, le impidieron ser dominante durante más tiempo. Y todavía quedaban escenas para el bochorno, además de titulares en los que dejaban en evidencia esta carencia y que nunca gustaron al pívot, que también tuvo la mayor cantidad de tiros libres lanzados sin acierto durante un partido: 0 de 11, un 8 de diciembre ante los Sonics. Curiosamente, en la temporada en la que también consiguió su mejor actuación en lo referente a los aciertos, sumando 13 de 13 el 17 de abril ante los Nuggets. La constante fue siempre esa y las imágenes de los jugadores rivales, ya fueran su par natural o las ayudas exteriores, le hiciera falta rápidamente cada vez que recibía, se repetían sin cesar. En muchas de esas acciones el pívot conseguía también la canasta y sumaba el 2+1 (que generalmente se quedaba en 2+0). Al fin y al cabo, mover una mole de semejante envergadura no es fácil.

La mezcla de peso y altura de Shaq y la capacidad que tenía para mover su cuerpo siempre fueron santo y seña de un jugador que era capaz, en sus buenos tiempos, de atrapar un rebote y correr toda la pista para machacar en el lado contrario. Y nunca solucionó lo de los tiros libres, pero sí que tuvo momentos en los que estuvo especialmente acertado: en las Finales de 2001 intentó más de 15 tiros libres de media, 22 en el primer partido (10 aciertos), el de los 48 puntos de Allen Iverson. Se fue por encima del 50% en acierto, una cifra que contrastó con los 38,7% de las Finales del 2000. En 2002, sus números fueron realmente buenos: en la histórica serie ante los Kings, las finales del Oeste de los reyes sin corona, se fue al 63,8%, con 13 de 17 y 11 de 16 en los dos últimos duelos. En las Finales ante los Nets de Jason Kidd (con Bryon Scott en el banquillo), subió hasta el 66%, con más de 11 aciertos en 17 intentos de media, haciendo inservibles los intentos del rival de aprovecharse de unos errores que entonces no existieron. Todo esto se le olvidó en las Finales de 2006, en su cuarto anillo, ya en decadencia y con Dwayne Wade de líder y Pat Riley de mesías: 1 de 9 en el choque inicial, 1 de 7 en el segundo y 2 de 12 en el quinto. Un 29,2% final. Más en su línea, por decirlo de alguna manera.

Las dificultades de Shaq fueron comparadas entonces con Wilt Chamberlain, otro hombre alto que pecó de errores constantes desde la personal. El hombre de todos los récords se quedó en un 51,1% de acierto desde ahí, por debajo incluso del 52,7% con el que se retiró O´Neal. La tónica, que fue siempre típica, de Chamberlain, era la de fallar muchos tiros libres y la táctica de sus rivales, como en el caso de Shaq, la de mandarle a la línea siempre que podían. Y aquí tuvo lugar una curiosidad muy grande: el gigante de Philadelphia (entonces con la nomenclatura de Warriors) anotó 100 puntos ante los Knicks el 2 de marzo de 1962. Y en ese encuentro, que finalizó con un 36 de 63 en tiros de campo (nadie ha lanzado tanto como él en un partido), acudió hasta en 32 ocasiones a la línea de personal... y anotó 28. Un dato curioso que confirmó que, una vez metía los tiros libres, sus estadísticas se disparaban de forma espectacular.

Curiosidades al margen, Shaq fue todo un referente en su época y se retiró con un currículum envidiable. En los playoffs del 2000 lanzó 296 tiros libres por los 824 de la temporada regular, sufrió la tortura de la personal, no pudo consigo mismo en ese aspecto pero prevaleció en todos los demás. Con 4 anillos en 6 Finales (perdió una con los Magic en 1995 y otra con los Lakers en 2004), fue campeón olímpico en Atlanta tras ser descartado en Barcelona 4 años antes (entró por él Christian Laettner), disputó el All Star en 15 ocasiones (con 3 MVPs), estuvo 14 veces en los Mejores Quintetos, fue 2 veces Máximo Anotador y MVP de la temporada en una ocasión, más 3 en las Finales. Un currículum lleno de éxitos que además soportó la tortura, una muy grande para él, de los tiros libres. Y alguien intrínseco a la historia de la NBA por éxitos y narrativa: su relación con Kobe Bryant, la que tuvo con Phil Jackson, sus actuaciones (a veces polémicas) en la TNT o su capacidad para sacar siempre una sonrisa a la gente son parte indispensable de su carrera deportiva. Una de las más grandes de la historia de la mejor Liga del mundo y que nada ni nadie es capaz de ensombrecer. Ni siquiera el Hack-a-Shaq

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