El régimen de Irán es más débil de lo que parece, y más flexible también
Estados Unidos debe disuadirlo de una escalada en guerra entre Israel y Hamas, pero también comprometerse con él
En muchos sentidos, su posición parece hoy más fuerte. Desde el 7 de octubre, los apoderados de Irán luchan contra Israel y atacan a las tropas estadounidenses en Siria e Irak. Sin embargo, el régimen ha logrado preservar su reciente distensión con Arabia Saudí, y el acercamiento saudí a Israel está en suspenso, al menos por ahora. Irán ha estrechado sus lazos con Rusia, vendiéndole aviones no tripulados. Y aunque Irán está cada vez más cerca de convertirse en un Estado con armas nucleares, enriqueciendo más y más uranio hasta alcanzar una pureza del 60%, Estados Unidos ha relajado la aplicación de las sanciones sobre el petróleo. Irán bombea ahora más de 3,4 millones de barriles al día, la cifra más alta en cinco años.
Sin embargo, las debilidades del país son evidentes. Aunque las milicias que nuclea se han unido a la batalla para defender a Hamas en Gaza, sus esfuerzos han sido poco enérgicos. Irán se vio acorralado por Estados Unidos, que envió dos grupos de portaaviones a Oriente Próximo, lo que parece haber disuadido a Teherán de ordenar a Hezbollah, su apoderado libanés, que intensifique la guerra en el enclave palestino. Sabe que todo lo que no sean ataques simbólicos contra Israel podrían costarle una respuesta devastadora. Los dirigentes de Hamas se quejan de este vacilante apoyo de Teherán. “O pierden la cara o pierden el brazo”, dice Enrique Mora, enviado de la Unión Europea para Irán. “Han decidido perder la cara”.
La economía iraní también está peor de lo que parece. El país bombea más petróleo pero los ingresos de su venta suelen quedarse estancados en el extranjero. El rial es un 25% más débil que hace un año. La inflación se mantiene por encima del 40 por ciento. Rusia no puede ofrecer mucha inversión, si es que ofrece alguna, y China no lo hará mientras Irán esté sometido a las sanciones estadounidenses. Alí Khamenei, el líder supremo, tiene 84 años. Su sucesión será difícil: los posibles candidatos son impopulares, incompetentes o ambas cosas. “Uno pensaría que están confiados pero están profundamente nerviosos”, dice un analista iraní sobre el régimen.
Esta realidad debería orientar a la política estadounidense. Algunos quieren que el presidente Joe Biden intente revivir el abandonado acuerdo nuclear en 2024 pero lo cierto es que Irán no llegará a un gran acuerdo con un presidente que pronto podría ser sustituido por Donald Trump. En su lugar, Estados Unidos debería seguir centrándose en la desescalada; eso significa seguir mostrando fuerza. Debería mantener la presión militar sobre Irán y sus representantes, y crear una coalición internacional para disuadir a los Hutíes de Yemen de nuevos ataques contra buques comerciales en el Mar Rojo -sobre lo que, se dice, ya hay conversaciones en marcha-.
Mientras tanto, Estados Unidos debería reanudar las conversaciones indirectas con el régimen. Debería centrarse en la estabilidad regional, presionando para lograr un acuerdo que permita a Hezbollah desplazar sus fuerzas al norte del río Litani, en el Líbano, evitando así una guerra mayor con Israel. Este podría ser un punto de partida para negociaciones más amplias. Biden debería evitar volver a la fracasada política de “máxima presión” de su predecesor y dejar la puerta abierta a un acuerdo que limite tanto el programa nuclear de Irán como su intromisión regional.
Irán tiene que tomar una decisión. Las milicias que patrocina en otros países amenazan ahora sus propios intereses. Han puesto en peligro los esfuerzos de desescalada. También le han costado 6.000 millones de dólares en forma de ingresos petroleros congelados que estaban a punto de ser liberados tras un canje de prisioneros con Estados Unidos pocas semanas antes del 7 de octubre. Estados Unidos ha amenazado incluso con atacar directamente a Irán si no frena a Hezbollah. En lugar de mantener el conflicto lejos de las fronteras de Irán, como se pretendía, ahora sus representantes corren el riesgo de acercarlo.
Los iraníes están inquietos, se avecina una difícil transición. Al régimen, como siempre, lo que más le importa es su propia estabilidad, a la que serviría mejor moderar su celo revolucionario en el exterior. No hace falta decir que esto también supondría un alivio para sus vecinos.