Una victoria para el futuro
El canterano Nico Paz le da el triunfo a un Madrid liderado por Rodrygo y Bellingham. Enésima exhibición con gol del inglés. Los blancos acaban primeros de grupo.
En esta larga sucesión de catastróficas desdichas clínicas, el Madrid ha convertido en certezas dos sospechas: Rodrygo es un figurón y, desgraciadamente, el puesto que le cae como un guante está asignado a Vinicius. En la zoología del fútbol fue incluido de primeras en la categoría de ratón de área. A esa calificación errónea contribuyeron algunos goles decisivos y esa frialdad tan común sobre las brasas del área. Esta segunda ausencia de Vinicius le ha revelado como un jugador anfibio: es estupendo en la definición, pero también en la creación, la velocidad y el regate.
Ante el Nápoles tardó un minuto en desactivar la primera alarma: un gol con guasa firmado por un Simeone, Gio, en una acción que preparó Kvaratskhelia con un balón indefendible al segundo palo que Di Lorenzo acabó poniéndole en suerte al argentino. Los laterales pisan poco las alfombras rojas, pero algunos son primeros espadas. Pregunten a Ancelotti por Carvajal.
Un inglés anda suelto
El Nápoles, que se había guardado a Osimhen, recién salido de una lesión, no tuvo tiempo de disfrutarlo. No le dejó Rodrygo, que fotocopió su primer gol en Cádiz de tres días atrás: despegue desde la izquierda para orillar el área y meter su derechazo a la escuadra. Todo sucedió mucho más rápido de lo que se tarda en contarlo. Esos dos goles explicaban bien la alegría del partido. En cierto modo, jugar así les resultaba natural a los dos equipos, con una diferencia notable: el Madrid defiende mejor que el Nápoles.
Quedó claro diez minutos después, cuando la izquierda de Alaba (ha perdido otras cosas, pero el tacto, no) mandó un balón diagonal al área que Bellingham cabeceó con la estampa de Zamorano. Lo coyuntural ya es estructural. Nadie mete quince goles en tres meses si no lleva un matador dentro, aunque sea bajo el disfraz de todocampista. De fantástico todocampista. Al filo del descanso se torció un tobillo. Su dolor fue el del Bernabéu. Se recuperaron ambos.
El 2-1 ofrecía una mejor fotografía del partido, porque el Madrid jugaba realmente bien en los cuatro puntos cardinales: defensivamente concedía poco, el mejor Kroos posible lo decidía todo con su precisión en largo y la escolta de Valverde, Bellingham enganchaba y llegaba y Rodrygo andaba en sus diabluras. Y ayudando a todo, Ceballos y Brahim. En el mundo sin tregua del fútbol, la adversidad de unos es la oportunidad de otros. Las ocho lesiones blancas abren un horizonte al séptimo centrocampista y al cuarto delantero, condenados a muchos minutos de banquillo. A Ceballos casi siempre le ha sucedido algo en la pista de despegue: no le veía Zidane, no tuvo el relanzamiento esperado en el Arsenal, se rompió en los Juegos, ha sufrido dos lesiones este verano… pero es jugador para la hinchada, que le suplicó la renovación la temporada pasada en uno de los pocos momentos soleados de su carrera en el Madrid. Mejor le fue a Brahim, uno de esos duendes que calan más en el corazón del público que en la cabeza de los entrenadores. La situación le hace necesario y su partido ante el Nápoles le acerca a imprescindibles. Todo lo que emprendió el malagueño fue estupendo: recortes, desmarques, la preparación del 1-0. Lo que cabe admirar en un suplente que no quiere serlo.
Un final feliz
El descanso le dejó dos malas noticias a ese buen Madrid: entró Osimhen y empató Anguissa, en la mezcla fatal de un despiste de Mendy y un despeje defectuoso de Ceballos. Hasta ahí los deméritos blancos. También hubo mérito del camerunés: un zapatazo invisible casi sin ángulo. Ancelotti dio un paso adelante y Bellingham tuvo que dar otro atrás con la entrada de Joselu por Ceballos y la de Nico Paz por un acalambrado Brahim. Para entonces todo había mejorado en el Nápoles: Zielinski y Anguissa empujaban más, Di Lorenzo ya era un extremo y de los buenos y Kvaratskhelia se metía al equipo en la mochila. Está acostumbrado a hacerlo en Georgia peor acompañado.
El punto pareció resultarle suficiente al Madrid, porque en realidad lo era, pero el público esperaba más, especialmente tras lo que había disfrutado en la primera mitad, y el equipo, por decisión de Bellingham, se lo dio. A Joselu se le fueron vivas tres ocasiones de distinto color: con la rodilla, de chilena y con la cabeza. En cambio, Nico Paz aprovechó la primera que tuvo para decidir el partido desde fuera del área. Meret fue amable con el canterano con mejores perspectivas. Su sonrisa fue la de todo el madridismo. Y la cosa acabó con la redención de Joselu, que pidió perdón por sus pecados anteriores tras marcar a pase del fabuloso Bellingham. Al Bernabéu no le costó absolverle.