¿Se puede fracasar con éxito? Por qué perderle el miedo al error puede ser la clave para vivir mejor

¿Cómo hacer para que aquello que más miedo nos da sirva como una catapulta para el éxito? ¿Qué podemos aprender de las malas experiencias?

Schuster lleva casi una década haciendo lo posible para desmitificar y resignificar el fracaso, la falla y el error a través de distintos medios como OOPS! Otra Oportunidad Para Superarse, proyecto que lleva adelante desde 2018. Y ahora, a esa larga lista le suma Cómo fracasar con absoluto, rotundo y total éxito, su primer libro.

Editado por Conecta, Cómo fracasar es un libro inspirador y motivacional que busca quitarle la mala prensa al fracaso y usarlo a nuestro favor. ¿Cómo hacer para que aquello que más miedo nos da sirva como una catapulta para el éxito? ¿Qué podemos aprender de las malas experiencias?

“Cómo fracasar” (fragmento)

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El eterno tabú

Sí, todavía hoy el fracaso es un tabú. Y creo que tiene mucho que ver con cómo nos educaron. Desde chicos, nos criamos en un modelo en el que lo importante es el éxito. Nos viven diciendo que tenemos que sacarnos buenas notas en el colegio, apuntar siempre al 10. No hay mucho espacio para equivocarse, porque nadie quiere decepcionar ni a los padres ni a los maestros ni a uno mismo.

Para los chicos, el fracaso es malo y algo que hay que evitar. Eso logra que, por un lado, no queramos hablar de nuestros errores, y por el otro, vivamos con miedo a fracasar. De hecho, fracasado es de los peores insultos que nos pueden decir. O loser, su versión un poco más canchera pero igual de hiriente. Y a nadie le gusta pegarse a un perdedor…

Así, empezamos la vida sin tomar mucho riesgo, tratando de jugar seguro, repitiendo cosas que aprendimos de memoria, porque es lo que parece garantizarnos el éxito en el colegio. Y en efecto lo es, dentro de ese modelo.

Fast forward a nuestra juventud: cuando crecemos, nos convertimos en personas reticentes a hablar de aquello que no sale como esperábamos. Si nos enseñaron que fracasar es una vergüenza, tiene sentido que cuando nos pase tratemos de negarlo, de esconderlo, de justificarnos y encontrar excusas, incluso buscando algún chivo expiatorio. Y en el proceso vamos creando un entorno en el que cada vez que algo nos sale mal no solo nos decepcionamos y frustramos, sino que además sentimos que somos los únicos. Que a todo el resto le va bárbaro y nosotros estamos solos en el tropiezo.

Al mismo tiempo, tenemos la particularidad de ser bastante rápidos para detectar el fracaso ajeno. Rapidísimos. Tanto, que los alemanes tienen una palabra para definir el placer derivado de ver a alguien sufrir o fracasar: schadenfreude. Schaden es daño, y freude, alegría. Es el sentimiento de alegría o satisfacción generado por el sufrimiento, infelicidad o humillación de otro. Te das cuenta, ¡está tan normalizado que hasta tiene una palabra que lo describe!

Así que sí, somos muy rápidos en activar el radar del fracaso ajeno, y hasta en regodearnos en él. Sin embargo, cuando tenemos que mirarnos a nosotros mismos, nos cuesta mucho más. Ahí somos lentos. Porque nadie quiere admitir un fracaso cuando desde chicos nos vienen diciendo que nuestra meta absoluta es el 10. Nuestra cultura es la que persigue permanentemente el diploma en la pared.

También somos muy veloces para etiquetar. No tenemos grises, y somos bastante binarios y extremos: así en el deporte como en la vida misma, si a alguien le fue mal en un partido, un proyecto o un negocio, enseguida es un fracaso. Un loser, un perdedor, un fracasado. Y también estamos llenos de adjetivos para aquellos a los que les va más o menos bien: genio, ídolo, figura, titán, monstruo, capo, tigre.

Pasa en todo el mundo, pero siento que los argentinos somos especialmente incisivos para esto. Ahora parece historia antigua, porque estamos todos mega enamorados de él y nos decimos sus fanáticos de la primera hora, pero hubo un momento en el que el mismísimo Lionel Messi renunció a la Selección Argentina por los cuestionamientos que le hacíamos. Porque le decíamos que era un pecho frío, que venía de Europa y no jugaba como en el Barcelona, que caminaba la cancha y no corría, y hasta llegamos a cuestionar su argentinidad porque no cantaba el himno… Me ha tocado ir a diferentes ciudades de Latinoamérica a dar conferencias sobre el fracaso, y cuando cuento esto, nunca lo pueden creer. Muchísimos países darían todo por tener aunque sea la mitad de un jugador como Messi y llegar a un cuarto de final de un Mundial. ¡Y nosotros le decíamos fracasado cuando había jugado cuatro finales, pero sin haberlas podido ganar!

Siguiendo con los ejemplos futbolísticos, al pobre Gonzalo “Pipita” Higuaín también le hicimos la vida imposible. Sí, erró algunos goles, pero fue un jugador que de River saltó directo al Real Madrid, y luego pasó por “pequeños” equipos tales como Nápoli, Juventus, Milán y Chelsea. ¡Hizo un carrerón! Y aún con semejante éxito, nosotros solo le dedicábamos memes. Lo cual, por supuesto, no fue gratuito para él.

Hace un tiempo, en un programa de TV, compartió lo que le había sucedido en esos momentos de “cancelación” popular. “Entré en una depresión total, al punto de replantearme si seguir o no”, contó. En esa situación, empezó a leer frases de figuras importantes, y se encontró con una de Michael Jordan que lo inspiró especialmente. Decía así: “Erré más de 9000 tiros en mi carrera. Perdí casi 300 partidos. 26 veces me confiaron el tiro ganador y lo erré. Fracasé una y otra y otra vez en mi vida. Y por eso triunfo”.

Para Pipita, esta idea fue clave, y lo motivó a preguntarse cómo él podía tirar la toalla después de haber perdido dos finales, cuando además era la misma persona que había metido 36 goles en una temporada... “Para tener éxito hay que fracasar”, sentenció en ese programa, “el fútbol te da más caídas que victorias, pero en las caídas lo importante es levantarse, creer en uno mismo y que nadie te diga que no podés lograr algo”.

Me animo a decir que Argentina es un país especialmente exitista. Creo que somos bastante extremistas, un rasgo un poco adolescente que habla de nuestra falta de madurez. Tal es un genio, tal otro es un tarado. Pareciera que no hay lugar para los grises, y la vida es muchísimo más que blanco y negro. De hecho, no vivimos en los extremos, la mayor parte del tiempo la pasamos en una posición más o menos intermedia.

Hernán Schuster: "Somos muy rápidos en activar el radar del fracaso ajeno, y hasta en regodearnos en él. Sin embargo, cuando tenemos que mirarnos a nosotros mismos, nos cuesta mucho más".
Hernán Schuster: "Somos muy rápidos en activar el radar del fracaso ajeno, y hasta en regodearnos en él. Sin embargo, cuando tenemos que mirarnos a nosotros mismos, nos cuesta mucho más".

El fracaso es subjetivo

¿Y cómo definir qué es un fracaso? La verdad es que hay tantas definiciones como autores existen. En principio, podríamos decir que es una cuestión subjetiva. Si bien hay cuestiones que claramente son fallas estrepitosas, como que se estrelle un avión, en la vida personal lo que es fracaso para vos puede no serlo para mí, y viceversa.

Y para muestra, fijate lo que sucede con el “efecto bronce”, algo que suele ocurrir en las competencias y que tiene tanto que ver con el deporte como con la mente humana. Se da cuando el que gana la medalla de plata queda más triste que el que gana la de bronce, porque siente que perdió el oro. En cambio, quien gana el bronce ve el valor de haber llegado al podio. Y aunque suena a mal perdedor, sobre todo cuando hablamos de ligas tan mayores como los Juegos Olímpicos, es algo que suele suceder. En la edición de Tokio 2021, la más evidente fue cuando el boxeador Ben Whittaker, de Gran Bretaña, directamente se negó a usar la medalla de plata y lloró en la premiación. Fue concreto: “no ganás la plata, perdés el oro”.

También solemos asociar mucho el éxito o el fracaso a lo económico. Alguien que gana buen dinero para nuestros estándares es etiquetado como exitoso, y alguien que está debajo de esos estándares es un fracaso. Sin embargo, está archi comprobado que el dinero no hace a la felicidad, que hay gente millonaria que se siente fracasada, y que tiene problemas de salud mental, ansiedad y estrés. En ocasiones incluso terminan en suicidio. A la vez, hay gente que no tiene nada y es feliz.

Hace varios años, la Universidad de Yale realizó un estudio sobre 2000 personas que lo comprobó. Demostró que, no importa cuánto gane, la gente cree que necesita el doble para ser feliz. Del mismo modo, está comprobado que la gente que gana la lotería y experimenta un enorme nivel de felicidad al poco tiempo vuelve al nivel que tenía antes de haber ganado. La zanahoria siempre está adelante, y esa parece ser la receta para la infelicidad.

Si quisiéramos definir el fracaso en términos oficiales, la Real Academia Española habla de “malogro, resultado adverso de una empresa o negocio; suceso lastimoso inopinado y funesto; caída o ruina de algo con estrépito y rompimiento; disfunción bruta de un órgano”. Y si buscáramos fracasar, la definición es “dicho de una pretensión o de un proyecto: frustrarse; dicho de una persona: tener resultado adverso en un negocio”. No sé a vos, pero a mí me suena que cuando llegaron a la “f”, los de la RAE ya estaban medio cansados y se tomaron un descansito. Quedó bastante pobre para lo amplio que es el tema…

En inglés, en cambio, hay bastantes más matices. Se suele distinguir entre falla, error y fracaso. Para los ingleses, un error es cuando te equivocás o hacés algo sabiendo que no es lo correcto, y una falla es cuando le ponés tu mejor intención, pero de todas formas no sale bien. Me gusta esta idea y va en sintonía con lo que suele decir Alejandro Melamed, uno de los tipos que más sabe de Recursos Humanos en Latinoamérica, “el fracaso es cometer un mismo error dos veces”. Fracaso sería entonces cometer un error y no aprender.

En español solemos usar falla, error y fracaso como sinónimos. Lo que sucede entonces es que hablar de fracaso toma una connotación muy grande y pesada, cuando tal vez ante lo que estamos es simplemente un pequeño error, un mini fracaso.

Quién es Hernán Schuster

♦ Es licenciado en Administración (UBA), con un MBA (UCEMA) y un posgrado en Coaching Organizacional (Universidad de San Andrés).

♦ Durante más de dieciséis años fue un “bicho de multi”, trabajó en compañías tales como Nestlé, KPMG, PwC y Arthur Andersen en Argentina, Suiza, Colombia y Chile.

♦ Se lanzó a emprender en 2015 con Spiquers, la plataforma de conferencistas que fundó y dirige, a través de la cual ayuda a empresas de toda Latinoamérica a contratar a los más brillantes “rockstars de la palabra”.

♦ Lleva casi una década intentando desmitificar y resignificar el fracaso, la falla y el error: desde 2018 está al frente de OOPS! Otra Oportunidad Para Superarse y antes organizó Fuckup Nights Buenos Aires durante más de dos años.


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