REAL MADRID-RAYO VALLECANO / El Madrid pierde la cabeza
Sin goles de Bellingham, el equipo blanco entregó el liderato ante un Rayo magnífico en defensa y con un Dimitrievski heroico.
Antes de cumplirse diez minutos y sin otra alteración que un mano a mano de Valverde ante Dimitrievski que ganó el meta con peores cartas, al Bernabéu se le encogió el corazón. Bellingham en un exceso de celo, puso el pecho para interceptar un balón que era de Isi y en la zambullida estiró el hombro más de lo aconsejable. Dos minutos después, el inglés recuperaba su brazo y el estadio, el aliento. Es tal su influencia en el equipo que muchos con cláusula de mil millones parecen ahora gregarios a su servicio. Más tras su conciertazo ante los Rolling en Montjuïc.
Lo mejor del Madrid en el inicio del encuentro quedó concentrado en el fabuloso inglés, futbolista capaz de mudar la piel para lo que se le pida. Es la pluma y la espada.
Impenetrable Dimitrievski
El equipo de Ancelotti mandaba con reparos. Tenía la pelota, ponía el ritmo... y se equivocaba más de la cuenta en la salida de pelota. Ninguno de esos errores fue atribuible a Camavinga, que está entre guardarle el sitio a Tchouameni o quitárselo. De su parte están el público y una personalidad, una intensidad y un desparpajo superiores. En contra, cierta irresponsabilidad en un puesto clave, que obliga a muchas decisiones y muy rápidas, a anticipar o a quedarse, a soltar de primeras o aguantar, a ser primer centrocampista o tercer central. En Francia esa pelea la ha perdido con Tchouameni. En el Madrid tiene ahora dos meses de margen para ganarla.
En uno de esos desajustes blancos en el inicio de la jugada tuvo Álvaro García una opción de oro. Le salió un paupérrimo tiro cruzado. En cualquier caso, el Rayo es un equipo de la periferia y no solo geográficamente. Su picadura es venenosa en las bandas.
Iraola le quitó los complejos al grupo y Francisco no ha tocado la herencia, pero en el Bernabéu acudió a la versión menos progresista de su alineación tipo: Unai en el once y Trejo en el banquillo, trabajo por creatividad. Presumía que tocaba resistir a un Madrid coronado por Joselu, un buen delantero con contraindicaciones. Si el equipo se encoge, cae tras las líneas enemigas y desaparece. Si el equipo manda, siempre hay alguien ahí para rematar cualquier cosa, con permiso de Bellingham. Joselu había marcado en todos los partidos de esta Liga en el Bernabéu y Ancelotti se agarró al dato (y a la aflicción de Rodrygo, dicho sea de paso) para ponerle. Antes del descanso tuvo el 1-0 en su cabeza, su mejor herramienta de trabajo, y en un zurdazo, tras acelerón de Vinicius, que Dimitrievski le sacó practicando contorsionismo.
Rodrygo no lo arregla
El Rayo concentró la defensa de la plaza en el centro y ahí resultó eficaz, pero pasó un calvario en las bandas, especialmente en la izquierda, cuando empezaron a ulular las sirenas ante cada arrancada de Vinicius. Y si no era el brasileño, allí se estiraban Fran García, lanzado por Bellingham, y hasta Alaba, que llegó de Baviera y ha pasado una temporada en Babia. Los disparos de ambos fueron agua, como el de Bellingham, muy cerca del descanso, tras bailar claqué sobre una sartén para hacerse sitio.
Esa alegría ofensiva con la que el Madrid se fue al vestuario tardó en volver luego, y eso que Vinicius tuvo el gol en un pase de exterior de Modric, bomba inteligente. El brasileño golpeó al aire con su bota y con su rodilla a Dimitrievski. No hubo continuidad. El Madrid comenzó a pensar que la victoria le llegaría por generación espontánea, sin cambiar de marcha. O de marcheta, porque lo cierto es que el Rayo se veía menos apurado que en la primera mitad. Tanto es así que Francisco metió a Trejo para ir más allá del empate.
Solo rompió aquella encalmada un gol anulado a Vinicius por fuera de juego previo de Joselu, su asistente. Al equipo de Ancelotti le faltaba el fuego para encerrar al Rayo, que se acomodaba en la protección de su área y se olvidaba de la contraria. Su líder, esta vez, fue un enorme Óscar Valentín, uno de esos jugadores a los que solo se aprecia con ojos de entrenador. A Ancelotti le pareció que aquel sesteo ponía muy en peligro el partido y metió a Rodrygo, tantas veces socorrista. Su primer remate rozó el palo; fue un falso toque a rebato. El 4-3-3 favorecía el juego de Vinicius, al pegarle a su banda, más con Camavinga ya de lateral y Kroos para ordenar el asedio, pero el Madrid no estaba por descamisarse. Fue el suyo un ataque protocolario e ineficaz que se celebró en el Girona, solo ya en el techo de la Liga y casi del mundo.