¿Por qué confiamos ciegamente en la medicina? Tres libros que cuestionan a la “industria de la enfermedad”
De la deshumanización del paciente y el autoritarismo de los profesionales de la salud a la influencia de los laboratorios y el peligro de la inteligencia artificial en los autodiagnósticos.
En cada guardia, consulta, estudio y salas de cuidados paliativos que DeForest frecuentó se encontró con algunas encrucijadas que se corrían de lo estrictamente medicinal, como el problema de ponerle nombre a la pérdida, de narrar el trauma, tanto el propio como el de los demás. Y también notó cómo los profesionales se vuelven cada vez más desapegados, fríos y rozan la indiferencia conforme avanzan en la profesión.
¿De dónde surge la necesidad de escribir este libro? “La mayoría de los estudiantes de medicina que han tenido que interactuar con el sistema médico, al menos en Estados Unidos, pueden sentir de inmediato que algo realmente anda mal allí. Por parte del paciente, se parece mucho a la deshumanización, y dado que ese sentimiento es tan concreto y ampliamente difundido, parece que hemos identificado el problema, y un problema, una vez identificado, debería tener solución. Realmente no ha sido así”, sostuvo la autora en una entrevista reciente.
La pregunta por la deshumanización parece haber quedado sin respuesta, pero el libro colabora a desandar esta problemática compleja del sistema médico. En Sobre lo natural, texto de la escritora y médica Mónica Müller publicado por la editorial Vinilo, se cuestionan otros rasgos del campo de la medicina. Ella cuenta cómo su madre cambió radicalmente la alimentación de la familia a un régimen naturista. De un momento a otro, los flanes ya no eran de dulce de leche sino “bolas lívidas de tapioca flotando en agua ambarina” y lo mismo con los tomates rellenos: dejaron de estar cargados de mayonesa y atún para estar rellenos con arroz integral y un copete de crema de zanahorias.
En el libro, híbrido entre una memoria y un ensayo, Müller retoma esta vivencia biográfica y la amplía a lo social para cuestionar la tendencia actual de lo que se toma como natural y también la conducta hacia lo natural como imposición del cuerpo y la salud. Hoy en día circulan numerosos discursos que postulan qué es saludable y qué no, qué puede ser cancerígeno y que no, lo que genera -para la autora- un “régimen de sospecha universal en que todo puede ser dañino”.
¿Cómo construyó el discurso médico su legitimidad?¿Cómo logró volverse tan indiscutido y creíble? “Supongo que no es necesario investigar en profundidad para afirmar que el discurso médico debe su permanencia y su poder al hecho de que opera nada menos que sobre el temor a la muerte”, considera Müller en diálogo con Télam.
“En ese sentido, médicos y sacerdotes seguramente comparten la fuente de su legitimidad desde los inicios de la historia humana sobre la Tierra. Los médicos trabajando para evitar la muerte y los sacerdotes para gestionar el pasaje al misterio del más allá”, elabora la escritora.
¿Siempre resultaron hegemónicas las narrativas médicas? “En el antiguo Egipto, a pesar de los avanzadísimos recursos de su ciencia médica, se veneraba más a los arquitectos y a los ingenieros que a los encargados de curar. Esto es lógico en una cultura que consideraba a la muerte un mero tránsito a otra vida, tan completa y tan importante como la terrenal”, analiza la médica.
Sin embargo, en culturas como la nuestra, la perspectiva cambia. “La enfermedad y la muerte son la eventualidad más temida, quien tiene en sus manos la capacidad de evitarlas o retrasarlas ha sido siempre el depositario de la confianza y el respeto de sus semejantes”, señala la autora.
Con la aparición de internet, las maneras de circular el conocimiento cambiaron. Así lo observa la escritora: “Hoy el conocimiento médico circula en diversas formas, desde la más silvestre hasta la más sofisticada y está al alcance de todos. El hábito ya naturalizado de consultar cualquier síntoma al doctor Google ha sido superado en forma dramática por la inteligencia artificial”.
En este contexto, para ella “no es infrecuente que los pacientes lleguen al consultorio con su diagnóstico presuntivo y propuestas de tratamiento con sus pros y sus contras bajados la noche anterior en su celular. Todo esto hace que no se pueda hablar ya de un discurso médico surgido del conocimiento y la experiencia”.
En relación con este proceso, “la influencia poderosa de los laboratorios, la ciencia farmacéutica y la biotecnología han hecho desaparecer el arte médico”, según relata la autora. Este tipo de medicina, explica Müller, consistía en “el buen manejo de la semiología, en el saber farmacológico y hasta en el legendario ojo clínico, del que no se habla ni se sabe nada desde hace varias décadas”.
Desde la consolidación de la llamada medicina basada en la evidencia (MBE), “los médicos no indican un tratamiento según su saber y su experiencia, sino según las estadísticas que el laboratorio ha querido hacerle conocer”, observa Müller. El hecho de que exista una pastilla como solución a cualquier dolencia está estrechamente ligado a la prensa y a la publicidad. “La industria de la enfermedad ha instalado un nuevo producto y sus clientes están ansiosos por consumirlo”, dice la escritora.
Pese a que se dedica a la medicina alternativa, la escritora no niega los avances en la medicina que posibilitaron, por ejemplo, que las mujeres no mueran después del parto por fiebre puerperal a partir del simple consejo de lavarse las manos o también la posibilidad de no morir a causa de una neumonía. Por eso, recuerda: “Perón diría que la naturaleza es buena, pero si se la vigila es mejor”.
En Ciencias de la vida, novela de la escritora francesa Joy Sorman publicada por Sigilo, el discurso médico también aparece problematizado desde la ficción. ¿Por qué confiamos ciegamente en la medicina? o ¿por qué acudimos a las instituciones médicas para que nos den todas las respuestas? son algunas de las preguntas que atraviesan la novela. Sorman (1973) además de dedicarse a la escritura de libros, es presentadora de radio y televisión. Aunque tiene una docena de libros publicados, este es su primer libro traducido al español.
La protagonista de esta historia, Ninon Moise, es una joven parisina de 17 años que tiene una maldición, al igual que su madre Esther y que todas las primogénitas de su familia desde la Edad Media. Sus historias familiares arrastran todo tipo de enfermedades y dolencias: desde la peste danzante de Estrasburgo en el siglo XVI hasta ardores insoportables en la piel.
En la historia, “la familia puede verse como una enfermedad, en la medida en que sus léxicos son similares y se entrecruzan: transmisión, contaminación, gen, herencia”, dice la autora a Télam. Pero también hay una perspectiva feminista: “El libro ahonda también en la cuestión de lo femenino como maldición, y en la opresión de la mujer que ha atravesado los siglos”, señala la autora.
Entre las concepciones sobre una maldición que se mantiene a lo largo de muchas generaciones y la explicación científica sobre la herencia de enfermedades, hay un abismo. O una tensión, entre los mitos populares y los discursos médicos. Se trata, para la autora, “de dos narrativas que chocan con sus respectivas verdades, intuitivas o científicas, individuales o colectivas, inmemoriales o actuales”.
Mientras que en Sobre lo natural Müller resalta la necesidad de búsqueda de todo tipo de información que nos mantenga alertas sobre nuestra salud alimentaria, Sorman deja entrever en su novela cómo, en un punto, la medicina opera como controladora de nuestros propios cuerpos: “La novela plantea preguntas sobre el poder de la medicina, su saber como poder, el poder sobre pacientes indefensos, ignorantes, abandonados a su suerte, y también sobre su dificultad para lidiar con incertidumbres y dudas ante pacientes preocupados, vulnerables y necesitados de respuestas, que quieren ser tranquilizados cuando la medicina no siempre está en condiciones de hacerlo”, considera la autora.
“La literatura es un lugar de duda, ambivalencia, vacilación y ensayo y error. Permite cuestionar y poner en crisis verdades establecidas, discursos seguros de sí mismos y palabras autoritarias -como las que a veces se utilizan en medicina-, y por eso es tan saludable y tan valiosa”, dice sobre la literatura como una herramienta para problematizar aquellos discursos que las personas aceptamos sin cuestionar.