GRUPO E | ATLÉTICO 6 - CELTIC 0 / Grizi, ¡qué bueno que volviste!

El Atlético se da un festín ante el Celtic. Atisba los octavos con un recital de Griezmann, acompañado de Riquelme. Goles del francés (2), Morata (2), Lino y Saúl.

Patricia Cazón
As
Salió el Atleti con hambre de Champions y un miedo: el de volver a morir sin haber vivido. Avisado venía de Glasgow, de la jornada anterior. Del inicio en relámpago del Celtic, ese que en Escocia había arañado su único punto en el grupo de Champions. Simeone no quería sustos, no quería fantasmas, no quería lo del año anterior, no quería Las Palmas. Faltaba De Paul, sancionado, pero eso no es un problema cuando tienes a Griezmann.

Ese Griezmann que, antes de que todo empezara, mientras todos los demás escuchaban solemnes el himno de la Champions, miraba atrás, a esa lona en el centro representando el balón que latía en las manos de los voluntarios, al ritmo de esa música que le llena las botas de fuego dorado de dragón. Porque Griezmann es siempre el mejor y da igual dónde juegue porque siempre juega de todo. Centra balones, despeja en su propia área y hace a la vez coberturas. Porque roba, crea, suma. Porque descarga, acompasa, dirige. Porque Griezmann acelera, frena y siempre está donde sea, afilando nuevas hojas a la navaja infinita de su bota. Y porque además a todo eso le suma el gol. Seis minutos llevaba como interior en este partido y ya bailaban sus manos porque estaba a uno menos de los 173 de Luis. En la noche fría encontró calor en un nuevo aliado con el que jugar en su jardín: Rodrigo Riquelme.

Porque el chaval respiró la Champions, esa hierba del Metropolitano que le había bendecido hacía unos días ante el Alavés y se hizo viento para sumarse al vendaval Griezmann. Ningún escocés era capaz de quitarle el balón. Ni siquiera Johnston en el segundo minuto cuando trató de frenarle con un pisotón que le dejó tendido (y que el árbitro, por cierto, no castigó). El Celtic ya superado, ya terriblemente incómodo, Palma de puntillas, Paulo Bernardo, transparente y el Cholo apretando su cuello con un Griezmann en todas partes. Ni siquiera necesitó pinchar de inicio a Rodgers con su delantera de estreno, Morata-Correa, porque ahí estaban ya Grizi y Roro, los nuevos mejores amigos.

Riquelme se quitó en la segunda carrera a Johnston de encima para centrar y generar. McGregor despejó de cabeza pero, ay, que ahí estaba Griezmann por la frontal con la bota rebosando de pólvora. Disparó, Carter-Vickers rozó y Hart tragó. Qué suene alta la música. Los primeros cuarenta y cinco minutos de los dos fueron de fútbol rock and roll y un monólogo infinito. Maeda a los veinte se iba a la ducha por una entrada con la plancha por delante a Hermoso. Primero vio amarilla pero, tras pasar el árbitro por la pantalla, la tarjeta se hizo amarilla. Mientras él se iba del campo cabizbajo y el escalón que dejaba en el campo se le hacía un abismo a los suyos. Bailaba el Atleti sin precipitarse y buscando por dentro, con Koke, Grizi, Correa y Barrios. Y Riquelme desequilibrando por mucho que Nahuel rifara cada centro como una lotería.

Rozó Morata el gol en propia tras un córner y aumentó la ventaja después de un centro de Grizi y una dejaba de cabeza de Giménez, mientras el Metropolitano seguía admirando al francés y preguntándose de qué bendito planeta llegó y hacia donde miraban todos aquellos que en el último Balón de Oro le situaron en el puesto 21º. Adónde, adónde. Porque gafas a granel.

Tras el descanso, Barrios se quedó en la caseta y Llorente ocupó su lugar. Los cuarenta y cinco minutos que siguieron los futbolistas de Rodgers solo quería que se terminaran y Griezmann, que nunca lo hiciera. Siguió bailando el francés en su capa, oteando unos octavos que podrían cerrarse en el viaje de Rotterdam, y restando otro gol a la lista de los 173 de Luis. Fue de media tijera, le faltan cinco para igualarle. Controlaba cómodo el Atlético, con ocasiones y un rival que era como hoja al viento, vapuleada y rota. Giménez disparó al larguero y a Simeone le dio para repartir descansos con sentido: a la hora reservó a los dos nuevos amigos, para batallas siguientes. Justo después Lino celebraba su regreso con un tirazo desde el lateral del área y, al rato, asistía de pecho para que Morata marcara con la derecha su gol dieciséis de la temporada, doce para el Atleti. La herida de Rodgers la cerró Saúl. La grada, mientras, celebraba y cantaba oleadas, con los ojos en el banquillo y su francés entre los aplausos. Qué bueno que volviste.


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