El estilo poético de Homero
Explorar las epopeyas homéricas, la Ilíada y la Odisea, revela desafíos literarios únicos. Desde la repetición de versos hasta digresiones detalladas, Homero desafía las expectativas modernas, exigiendo una apreciación minuciosa de su estilo poético singular
La Ilíada relata la ira y ausencia de Aquiles del combate de los aqueos contra Troya. La Odisea, por su parte, detalla las vicisitudes del retorno de Odiseo, responsable de la caída de Troya, a su lugar de origen, la isla de Ítaca.
La lectura de ambos poemas pide abandonar la costumbre de imponer categorías y expectativas modernas a los textos griegos antiguos. También reclama que se aprecien uno por uno los rasgos de estilo poético sin los cuales Homero no sería Homero. Y por “Homero” entendemos la figura o figuras que, alrededor de finales del siglo VIII a. e. c., compusieron mediante la escritura dos grandes poemas enraizados en una larguísima tradición oral. Sea cual fuera su autoría y proceso de composición, lo cierto es que la Ilíada y la Odisea poseen rasgos formales comunes y un estilo único.
Nos parece que están llenos de digresiones superfluas, listas interminables de nombres y lugares, reduplicaciones gratuitas y repeticiones enervantes. Pero esto, más que derrotarnos, debiera estimularnos.
¿Qué visión del mundo se expresa en este estilo redundante, tranquilo y moroso? ¿Por qué es capaz de admirarlo todo –una fuente, un cetro, un muslo ensangrentado– con ese extremo placer y esa intensa atención?
Adjetivos y digresiones
Característico del estilo homérico es el uso de combinaciones formulares de nombres y adjetivos, por ejemplo: “Afrodita la dorada”, “hombres comedores de pan”, “cabezas sin vida de los muertos”. Estas combinaciones son una marca de la composición poética oral improvisada, y su función estética resume el significado general del estilo de Homero.
Los epítetos formulares nos obligan a dedicar nuestra atención a aquello que modifican. No adjetivan de forma caprichosa, sino descubriendo la esencia diferencial, la verdad fundamental: la tierra es “la que a tantos alimenta”; los ancianos son “los que mucho han soportado”, etc.
Este rasgo se amplía en las digresiones a propósito de objetos o guerreros, a menudo personajes que se presentan una sola vez en el poema y lo hacen para morir. En la Ilíada los hombres no desaparecen en el anonimato total. Es su último momento y el poeta escribe su epitafio: “Eneas mató a Medón, el hijo bastardo de Oileo, exiliado de su patria por doble asesinato”. No era un guerrero menor ni un hombre cualquiera. Era un ser único, por eso la atención y el homenaje.
Las digresiones más famosas son probablemente la descripción del escudo de Aquiles en la Ilíada y la historia de la cicatriz de Odiseo en la Odisea, que Erich Auerbach hizo célebre en su obra Mímesis. No son rellenos superfluos ni tienen mero valor ornamental. Son parte esencial de la figura del poema.
Aquiles necesita un nuevo escudo para volver al campo de batalla y vengar la muerte de Patroclo, su amigo irreemplazable, y el dios Hefesto le forja el escudo más asombroso que hayan visto nunca ojos mortales. La cicatriz de Odiseo es la señal de identidad que su nodriza reconoce mientras lava sus pies pensando que es solo un mendigo –Odiseo retorna a casa bajo ese disfraz–. Si lo descubriese, todo el plan de retorno se echaría a perder.
Las digresiones son esenciales no solo porque cumplen una función narrativa determinada –la historia de la cicatriz de Odiseo eleva el suspense y la tensión del momento–, sino porque abundan en la capacidad de prestar atención plena a cada detalle: en Homero cada detalle es importante, interesante, bello, único.
Repetición y ritual
Otro rasgo de estilo llamativo para el lector contemporáneo es la recurrencia de versos y tiradas de versos similares.
Cada vez que amanece un nuevo día, los poemas lo proclaman: “Aurora, la de velo de azafrán, se esparcía sobre la tierra”. Y cada vez que los hombres terminan de consumir alimentos se concluye que “expulsaron el deseo de bebida y comida”.
Naturalmente se producen variaciones en la repetición, pero lo importante es reconocer que Homero no describe los acontecimientos de modo azaroso, sino que dispone de un conjunto de esquemas rutinarios para describir la partida de un barco, la acogida de un extranjero, un baño, un sacrificio, un juramento, un duelo o una súplica.
Son las llamadas “escenas típicas”, bloques narrativos que contienen una serie repetible de elementos con los que los oyentes antiguos estarían familiarizados. De este conocimiento previo dependía que pudiesen detectar eventuales desvíos u omisiones en el modelo y evaluar no solo el éxito o el fracaso de la escena, sino también de la ceremonia (el sacrificio, el duelo, la súplica, etcétera).
Independencia y unidad
Los epítetos, las digresiones y las escenas típicas manifiestan la capacidad de ver las cosas una por una, separadamente, sin necesidad de relacionarlas exhaustivamente con otras ni con el conjunto total. Esta independencia se observa también en el hecho de que en estos poemas las escenas poseen cierta consistencia y autonomía propias.
Esto ha motivado una reflexión acerca de si es o no adecuado aproximarse a Homero desde la expectativa de la “unidad orgánica” de la obra de arte, es decir, presuponiendo que en un poema las partes han de subordinarse jerárquicamente al conjunto. En la escritura de Homero esta expectativa no se cumple del todo. Hay unidad, pero también cierta inorganicidad esencial a la figura del poema.
En Homero las cosas tienen protagonismo por ser sencillamente lo que son. Lo mismo ocurre con las escenas y también con los versos, los hexámetros dactílicos, cada uno de ellos un logro artístico individual. Un hexámetro dactílico es una secuencia de seis dáctilos –una sílaba larga y dos breves– hasta un punto de corte. El ritmo de la poesía griega se basa en la cantidad de las sílabas y es por esto que hoy no puede replicarse.
La poética homérica ha sido vinculada a menudo con la pintura sobre vasos de estilo geométrico, en la cual la primacía no la tiene de manera exclusiva el cuadro total, sino cada parte y cada elemento tomados por separado.
Estilo y pensamiento
Un reto aún mayor para los lectores modernos es poder comprender por qué la referencia a ciertos personajes inmortales forma parte de la capacidad poética de resaltar la belleza y la singularidad de cada cosa.
La presencia ubicua de los dioses ensancha el horizonte mortal del poema. Ellos son los espectadores honoríficos de las vidas humanas, que, por esta razón, no pasan desapercibidas ni son del todo insignificantes. Son además antagonistas y benefactores: aman y odian, socorren y desbaratan planes. A Aquiles le tiran del pelo, sonríen escuchando las fabulaciones de Odiseo, riñen con duras palabras a Helena cuando se resiste a la cama de Paris y advierten a Diomedes del límite que un mortal jamás traspasará. Las figuras de los dioses no son solo un recurso narrativo de primer orden, sino también una manera de aumentar la fascinación y la distinción de todo lo que aparece y acontece en el poema.
Que algo “sea” dios o tenga un dios detrás es en efecto la máxima expresión de un mundo lleno de presencias vivas y fuerzas majestuosas que los lectores modernos quizá ya no quieren o no pueden soportar.