De la siesta a la fiesta
Un Madrid de menos a más se mete en octavos y roza acabar primero de grupo. Brahim entusiasmó al Bernabéu y Rodrygo recuperó el gol y la brillantez. Lunin, que jugó por el lesionado Kepa, paró un penalti.
El partido amaneció lleno de imprevistos. Kepa se rompió en el calentamiento y Lunin encontró una segunda oportunidad que quizá ya no esperaba. Entró pronto en acción. Antes de que el Madrid adivinara el plan del Braga, Lucas Vázquez le hizo un penalti de cadete a Borja. Un agarrón prescindible que resulto venial porque el meta ucraniano detuvo el lanzamiento del español Djaló. Su segunda gran parada llegó en el descuento. Una noche redonda.
Artur Jorge pareció haberse dejado el arrojo que le precede en el banquillo. Dos supernueves tiene en la plantilla y, por primera vez en el curso, se guardó a los dos. Ahí puso a Djaló, habitual extremo, el más rápido de la clase. La decisión apuntaba a un plan de contención y contragolpe, pero lo cierto es que a los portugueses no se les vino el Bernabéu encima. Con un fútbol vistoso, combinativo, alegre y atrevido, salieron a pisar con cierta inocencia el área del Madrid más de lo conveniente. Bruma empezó a darle la noche a Lucas Vázquez, que rozó un segundo penalti, y Djaló a los dos centrales.
Enfrente estaba el Madrid del domingo, convencido de que su sala de trofeos caería sobre el Braga sin verse obligado a cambiar de marcha. Ha sucedido tantas veces que ha acabado por generar un patológico exceso de confianza. Esta vez la cosa acabó bien. Al Madrid le bastó un relámpago para ponerse por delante: pase en profundidad de Mendy a Rodrygo, invasor de la zona de Vinicius, y centro retrasado que remató de zurda Brahim. El último en llegar y el primero en marcar.
La noche de Brahim
En este Madrid sin más nueve que Joselu, que tampoco es primer plato, aún quedaba algo por probar. El malagueño viene de un larguísimo Erasmus en Milán para reingresar en un equipo con dos futbolistas de su misma especie, Bellingham y Arda Güler, fichados ambos este verano, con credenciales (y ya cifras) de galáctico el inglés y de primer novillero del escalafón el segundo. Dos paredes para un futbolista que tampoco llega con el gol bajo el brazo (18 en su trienio rossonero). La ausencia del inglés por su lesión en el hombro y la falta de puesta a punto del turco le abrieron una puerta y por ahí coló su gol, esa piedra preciosa que escasea en el Madrid cuando no aparece Bellingham. Antes le habían anulado otro tanto por clara falta previa de Vinicius, que incluso dio la razón al árbitro. Europa acaba con esa versión iracunda que tan molesta resulta en la Liga.
Brahim calcó el papel de Bellingham: enganche y verso libre en ataque, primera barrera en la izquierda si el Madrid no tenía la pelota. Podría decirse que a día de hoy no está por debajo de Rodrygo y Vinicius. A este le estaba costando volver. A diferencia de su compatriota, le verán equivocarse, con los pies o con la lengua, pero no deprimirse. Poco a poco va recuperando esa velocidad extra que desmantelaba defensas y la finura de pies que tanto le costó alcanzar. Rodrygo, por su parte, anduvo más emprendedor y preciso. Cuesta salir de un mal de goles, pero no es imposible.
Por fin, Rodrygo
El Madrid fue muy a más con el paso de los minutos. Se lo debía a un público que se marchó tristón tras empate ante el Rayo y que estaba pasando frío en uno de esos partidos que se extinguirán si un día hay Superliga. Contribuyeron un mayor empeño general, un mejor entendimiento entre Brahim, Vinicius y Rodrygo, un Valverde desbocado y una apertura de líneas del Braga, que si en su estado natural ya resulta muy permisivo atrás, a la desesperada es un coladero.
Rodrygo seguía alejado del gol, pero ordenaba estupendamente cada contra del Madrid, con una precisión insólita cuando se juega a la velocidad de la luz. Fue lanzadera del 2-0, que abrochó Vinicius con calma y picardía: control, recorte y disparo a contrapié del portero en un terreno donde abundan las pirañas. Y al fin llegó el merecidísimo gol del propio Rodrygo. Vinicius cambió de papel y asistió a su compañero, que salvó la salida de Matheus con un inteligente remate picado. Se fue a abrazar a Ancelotti. Delanteros sin puntería propia agradecen la paciencia ajena y el italiano la ha tenido con él.
Para entonces el Braga ya era un pelele en manos de un Madrid disfrutón. Equipos como el portugués alegran la vista por sus buenos propósitos pero difícilmente llegan lejos. Tienen mejor plan que futbolistas.
A partir de ahí el partido entró en terreno de homenajes: el público obligó a desmonterarse a Brahim, que le gusta más a la grada que al técnico, rindió honores, una vez más, a Modric y avivó el ojo para examinar al debutante Nico Paz, el mejor alumno de la academia. Solo faltó Arda Güler, al que el entrenador solo ve, por ahora, para hacer el tour del Bernabéu.