CHAMPIONS (E) | FEYENOORD 1 - ATLÉTICO 3 / Harakiri, Hermoso y a octavos
El Atleti certifica su clasificación con una victoria ante el Feyenoord con dosis de suerte (dos autogoles) y una bella vaselina de Hermoso. Griezmann, superlativo.
Necesitaba el Atleti ganar en Róterdam y ganó. Y eso que el Feyenoord salió como ya se sabía que saldría. Como en Madrid. Enrabietado y atrevido, como una avispa a la que acaban de levantarle la tapa del bote. El aguijón iba en las internadas de Minteh más que en las de un Giménez (Santi) al que otro (Josema) secó en su bañera. Los neerlandeses salían sabiendo que la Lazio había ganado y que o igualaban o se quedaban fuera. De Kuip apretaba de garganta. Llovía, hacía frío. El Atleti tardó en salir de su campo.
Un Atleti con Riquelme (por Lino) y Llorente (por Barrios) dedicado en los primeros minutos a repeler córners y al propio Minteh, que quiso testar a Oblak con un zurdazo. Pero De Paul se pegó a él como un chicle, Riquelme alborotó por su banda y el Atleti asomó por primera vez al partido con una contra en la que Morata lo tenía todo a favor tras un pase sublime de Griezmann, de gol. Todo menos su cabeza. Que Morata siempre es mejor cuando en el área no piensa. Porque llegó, pensó y con toda la portería ante él estampó la pelota en Bijlow. El Cholo ni tiempo para lamentar tuvo. Dos minutos después, el Atleti le daba la mano a la Lazio en octavos de manera virtual.
Fue un churro, vale. Un gol tonto. En propia y de barriga. Pero después de vivir los últimos octavos de Champions por la tele, el bocata de sardinas sabe a caviar. Witsel saltó a rematar un balón llovido de Llorente pero en realidad no lo hizo. Geertruida hizo como que lo dejaba pasar pero tampoco. Y el Dios del fútbol ayer iba con el Atleti. La pelota pega en la tripa del defensa del Feyenoord y adentro. Witsel lo celebró como suyo. El Atleti era equipo de octavos. Adiós al trauma, los fantasmas y hasta al gol de Provedel. Bye, bye. El Feyenoord rondaba pero el Atleti controlaba mientras Roro sobresalía y Grizi se ataba esta Champions al hilo de su bota. Fue un espectáculo. Cómo se movió. Cómo une todo.
Cuando la segunda parte comenzó, al Feyenoord solo le quedaban 45 minutos de vida en esta Champions. Vida real. Vida con opciones. Volvió a salir con Slot agitando el tarro de sus futbolistas y un cambio para despertar a su Giménez: Paixão a la ducha y Ueda al verde para ejercer de 9 y que el mexicano lograra arrancarse los grilletes con más espacios. Griezmann lo recibió con un gong. Un tirazo al palo que recorrió De Kuip como un escalofrío. El Atleti, cómodo, sobrevivía en realidad en el alambre, demasiado cerca de Oblak. Y claro, el Feyenoord rondaba y rondaba buscando carne. Witsel, hasta el momento impecable, la pifió en la salida y le regaló la pelota a Giménez (Santi) a dos metros de Oblak. Peligro. Música de Psicosis. Nervios. Todos los traumas de vuelta. Lo del año pasado. Lo de hace dos. Pero el Dios del fútbol seguía esta noche de parte del Atleti. Llegó Giménez (Josema) y salvó. El mexicano ni acertó a rematar.
Después Hermoso llevaría la tranquilidad al marcador con un gol que quizá quiso ser pase pero que salió vaselina al primer toque, con toda la belleza en su vuelo que le había faltado al gol anterior. El pase, por cierto, una picadita a la espalda de la defensa fue de un Barrios que acababa de pisar la hierba. Pero, claro, todo era demasiado Hermoso para acabar así, que esto es el Atleti y su verbo es sufrir. Controló durante muchos minutos. Pasaba el tiempo, y los cambios de Slot, que introdujo a todos sus delanteros posibles, a la espera de ese pitido final que certificara la gloria de unos y la puerta a la Europa League de los otros. Tanto se confió el Atleti que en un córner Wieffer cabeceó sin necesidad de saltar siquiera para superar a Oblak. En la jugada anterior Bijlow había detenido un zurdazo de Griezmann. Dos minutos después, Santi Giménez hacía su gol, pero en la portería contraria. Cuatro minutos habían durado los nervios. El Atleti respiraba mirando los octavos. El camino de los alemanes lo marca el hilo que sale de su bota. Ni necesidad de marcar siquiera.