River se sacó el estigma de visitante, despejó nubarrones y dejó a Boca en un a todo o nada en la Copa Libertadores, con Almirón muy tocado
Venció por 2-0, cerró una racha negativa fuera del Monumental y festejó en la Bombonera después de cinco años
River se quitó el estigma de la falta de triunfos de visitante –llegaba con solo uno en los últimos 14 partidos– en el territorio que más lo redime. En la Bombonera pagó deudas y sumó crédito. Le ganó al Boca muleto del primer tiempo y al mixturado con titulares en el segundo.
Desde la conquista de la Liga Profesional que River no se daba una alegría así. A partir de esa vuelta olímpica, se metió en problemas, con las eliminaciones en la Copa Libertadores y la Copa Argentina, una merma en el rendimiento general y un ambiente viciado por un Martín Demichelis que no supo cuidar la intimidad del vestuario ni sus pensamientos más profundos sobre algunos jugadores.
River salió de un trance complicado y Boca comprobó que la transición hacia la segunda semifinal de la Copa Libertadores se puso escarpada. Con la idea de que muchas piernas no sumaran 90 minutos, relativizó la importancia del superclásico con una formación inicial que fue una sombra, un esperpento de equipo. Cuando la quiso revitalizar con varios nombres de peso, volvió a otro de sus problemas: le cuesta el gol, una carencia que es evidente que va minando la confianza. Ni con el empuje de su gente Boca consiguió marcar más de un gol en los últimos cinco cotejos de local. El dato lo condena.
De tan emboscado que estaba Boca en su campo, Enzo Pérez se animaba hasta al balcón del área. Más allá de ser el único de corte defensivo en la legión de volantes de River, el capitán, con su sabiduría para leer el juego, acompañaba los movimientos ofensivos. Lo hizo desde el comienzo, durante varios pasajes, y sacó provecho sobre el final del primer tiempo, con Boca apelotonado en su área para hacer un despeje defectuoso. La pelota le cayó a Pérez, que no le pegó como si tuviera un mortero en el pie, pero el desvío en Rondón dificultó más la reacción de Romero.
Lo más destacado de Boca 0 - River 2
River conseguía una ventaja tras un dominio más inocuo que punzante. Es un equipo que, futbolísticamente, está un par de escalones por debajo del que obtuvo la Liga Profesional. Menos intenso y fino, sin poder disimular algunas inseguridades. De la ristra de media-puntas, De la Cruz es el que toma la bandera para conducir, lanzar y poner la pierna fuerte cuando hace falta.
River se encontró con un Boca que lo esperó, armó un bloque bajo y se concentró en obstaculizar el juego interior de River, al que le sobraba un pase o lo daba de manera imprecisa. Boca no podía desmentir su condición de muleto, de formación de emergencia. Con algún futbolista que cumplió un ciclo, como Juan Ramírez, cada vez más cohibido y perdido para contrarrestar la impaciencia que le tienen los hinchas.
Benedetto, poco menos que un llanero solitario, era el más amenazante, el que disputaba el superclásico como quería su gente. La individualidad que más conectaba con el sentimiento. El poco trabajo que tuvo Armani fue cuando tuvo que ir abajo a rebanarle la pelota al centro-delantero.
River, que por momentos abusaba con el juego por adentro, tenía más desborde por la derecha con Herrera que con Casco, más contenido por izquierda. Después de tratar de meter con fórceps a Simón en el lateral derecho en los cuatro partidos anteriores, Demichelis volvió a Herrera, como otras veces intentó con Casco. El puesto se transformó en una puerta giratoria.
Más allá de algunos espasmos, el nivel del partido era de tono menor. A River le faltaba fluidez y constancia en su juego, y a Boca, animarse, salir del papel apocado que asumió. Bullaude –perjudicado por una función de interior que no siente- y Ramírez eran invisibles. Janson no conectaba con nadie. Boca se conformaba con cerrarse por el medio con el triángulo Valdez-Valentini-Campuzano. Mucha lija, poca ductilidad.
Era evidente que Boca necesitaba rectificaciones, como estaba no podía ir muy lejos. Clasificarse para la final de la Copa Libertadores es la prioridad, pero ir perdiendo un superclásico no resulta indiferente. A la cancha para jugar el segundo tiempo aparecieron tres que seguramente serán titulares frente a Palmeiras: Barco, Ezequiel Fernández y Medina. Cambiaba casi todo el mediocampo, un síntoma de cómo estaba funcionando.
Esas variantes le cambiaron la cara al equipo en el arranque del segundo período. Otra disposición, más agresiva. Pero fue un suspiro, un espejismo, porque River encontró espacios donde antes era un bosque de piernas. Tuvo ocasiones con Rondón y Lanzini, mientras Romero se complicaba con un remate sencillo de Esequiel Barco.
El partido se pasó a jugar desde los bancos con las variantes. Almirón terminó de armar una media formación titular con los ingresos de Cavani y Zeballos. El uruguayo entró hecho una tromba y un off-side milimétrico por VAR lo privó de un gol que necesitaba tanto él (suma uno en nueve partidos) como su equipo.
El trajín empezó a pasar factura. Enzo Pérez –si fue su último superclásico, lo jugó con jerarquía- y Casco salieron lesionados. Un cambio de características en la función de N° 9: Colidio por Rondón. Aliendro había entrado para ayudar a Enzo Pérez y Funes Mori para armar una línea de tres zagueros centrales con González Pirez –de solvente reaparición- y Paulo Díaz, un titán en el cruce, el anticipo y el choque. La figura. Tres para contener al doble 9 que armaron Benedetto (bajó su nivel en el segundo tiempo)-Cavani.
Boca no terminó de creerse que podía empatar, se fue desarticulando, chocó y River ajustó la última puntada, con el gol de Enzo Díaz. Boca necesitará de la Copa Libertadores para atenuar el impacto del superclásico. Y para que Almirón conserve su puesto. Los cuestionamientos se acumulan para un entrenador que no le da al equipo un estilo ni un funcionamiento.
River volvió a ganar en la Bombonera, después de cinco años, hacía mucho de eso había dicho Demichelis. Se cargó de una responsabilidad que su equipo sacó adelante.