MÉXICO 2-2 ALEMANIA México y Alemania empatan 2-2 en amistoso de Fecha FIFA en Filadelfia
Ensayo de alto nivel. La Selección Mexicana, que bordeó su mejor versión, reaccionó a dos desventajas ante los renovados tetracampeones mundiales; marcaron Antuna y Sánchez para neuturalizar los tantos de Rüdiger y Fullkrüg.
Alemania procedió al concierto. Gündogan en la batuta en interpretación de una partitura futbolizada de Haydn. Gross, Musiala, Sané, Wirtz; violines, violonchelos, oboes y clarinetes. ‘El Tri’ sólo se dejó acurrucar por la dulce armonía. Entonces, Sané, con los trombones, irrumpió violentamente en la sinfonía. Hipnotizado, México persiguió embelesado la pelota hasta que le pilló la urgencia: prolongó Gosens el córner en el primer poste y Rüdiger cerró la ecuación en el segundo. Una milésima confirmación del viejo axioma.
Sólo maltrecho se reanimó ‘El Tri’, apelando a una tradición mexicanísima. Recuperó pulsaciones la Selección, Sánchez y Álvarez recorrieron la posición hasta la bomba central y Alemania dejó abajo los violines, porque el metrónomo ya había superado los 300 BPM. México se gustó con el heavy metal y empezó a recolectar méritos. Cuando la Campana de la Libertad resonó por un pelotazo de Giménez, ‘El Tri’ ya había comparecido. ‘La Mannschaft’ no claudicó, también aceptó gustoso el nuevo ritmo galopante: colgó la pelota Gündogan y Gross forzó que Ochoa emulara su estampa en Fortaleza ante Neymar; en realidad, el envío estaba etiquetado hacia Sané. En el frenesí, Müller punteó en offside y, mientras media batería germana se batía en debate con Vásquez, Ochoa accionó la réplica. La intuición salvaje que confieren los años. Lozano recogió el balón al otro lado del Schuylkill, adelantó a Süle a la velocidad de un tren de la Deutsche Bahn, y preparó el arribo de Antuna. Oh, los déjà vus de Lusail. Los helicópteros, las luces. A diferencia de entonces, el extremo ahora sí eligió la pierna izquierda. Nunca es tarde para aprender.
México regresó de los camerinos hiperactivo, fogoso. Antuna arrebató el violín a Gündogan y acarició el cuero con el arco: mientras la pelota viajaba, Giménez fijó a Tah y Sánchez se mezcló con Süle, la única forma para rematar con 20 centímetros de diferencia. Pero Alemania tiene estirpe. Tiene espíritu. Tiene pergaminos, cuatro estrellas. No pasó mucho hasta que Sané, un demonio a campo abierto, surcó la parcela; Jorge Sánchez cabeceó a la nada, Wirtz aprovechó el gazapo con testarazo seco, Ochoa sacó la pelota del límite entre la línea de cal y la zona de gol, y Fullkrüg confirmó la anotación. ‘La Mannschaft’ nunca concede.
El partido perdió cauce racional. Un vaivén descontrolado en el que Lozano se citó a duelo a cuchillos con Thiaw, Raum arrasaba los pies de Antuna, Rüdiger se revolvía in-extremis, Ter Stegen jugaba a la matatena y Ochoa ejercía como líbero. Un despropósito táctico, pero un gozo estético para el espectador. Ambos se expusieron a dejar sin guardia sus parcelas finales. Descamisados y con machetes. Musiala, un futbolista fascinante provisto del picor latino, señaló a la tronera más lejana de Ochoa, pero cogió un poco de pasto en su disparo; el guardián de Salerno acompañó y resopló, el ensayo ya había valido la pena.
Lozano optó por cambiar todos los cromos de su línea de ataque. Antuna, Sánchez, Lozano y Giménez, a los cajones. Córdova, Pineda, Henry y Huerta, a escena. Tampoco hubo muchas más noticias de ellos más que su fichaje de entrada, a decir verdad. El ritmo enloquecido casi turba a Sánchez, quien por poco cae en la trampa de Thiaw. Vásquez no observó pecado alguno. Quizá el partido merecía hacer catársis final, pero no habría correspondido a la justicia. Lo que importa son las conclusiones. Que no son pocas, ni son malas. Más noches como estas.