El doble juego de Qatar: refugio de líderes de Hamas y mediador para liberar rehenes en Gaza
El emirato del Golfo logró la liberación de cuatro de los israelíes que están en manos de los terroristas. Mientras tanto, los dirigentes de la organización armada mantienen su principal oficina en Doha
Al día siguiente, el principal diplomático iraní, Hossein Amirabdollahian, aterrizó en el país del Golfo para condenar a Israel y advertir de que su bombardeo de Gaza podía ampliar el conflicto. Amirabdollahian se reunió después con Ismail Haniyeh, líder político de Hamás en Doha, y alabó la “victoria palestina”, refiriéndose al ataque del grupo militante del 7 de octubre que desencadenó la guerra.
Ese delicado equilibrio internacional que mantiene Qatar con buenas relaciones tanto con Estados Unidos como con Irán y su ayuda humanitaria a Gaza reciben desde hace tiempo elogios en los círculos diplomáticos globales. Pero también producen levantamiento de cejas cuando se observa su flexibilidad para tratar con los grupos más radicalizados del mundo islámico.
Estados Unidos sancionó a Mashaal en 2003 por ser “responsable de supervisar operaciones de asesinato, atentados con bomba y asesinatos de colonos israelíes.” Washington también sancionó a Haniyeh en 2018, diciendo que tenía “estrechos vínculos con el ala militar de Hamás y es partidario de la lucha armada, incluso contra civiles.”
“Es un arma de doble filo y los qataríes tienen que tener mucho cuidado en transmitir el mensaje adecuado porque, aunque los estadounidenses han expresado su gratitud y se están ganando puntos en la diplomacia global, su imagen puede quedar muy dañada si se descubre que está haciendo un doble juego”, es el análisis que hace Mehran Kamrava, profesor de la Universidad de Georgetown en su sede de Qatar.
El gobierno qatarí lleva ya más de una década forjándose su papel de mediador, tratando de aprovechar su disposición a hablar con quienes otros se muestran reacios y proyectarse como “solucionador de problemas” internacionales. Una tarea que también lo beneficia. Fue así, y con la ayuda de unos cuántos millones de dólares que llegaron a las manos de corruptos dirigentes de la FIFA, que consiguió organizar el último campeonato mundial de fútbol. Qatar “considera sus esfuerzos diplomáticos parte integrante de su estrategia de seguridad, consciente de sus vulnerabilidades en una región volátil rodeada de vecinos más grandes, y de la necesidad de garantizar su relevancia ante las potencias”.
Con esta estrategia en mente, participó de innumerables negociaciones. Los talibanes mantienen en Doha su principal oficina fuera de Afganistán desde 2013. Desde allí se manejó la evacuación de los afganos en riesgo de sufrir represalias tras la caótica retirada estadounidense de Kabul hace dos años. Este mes, negoció un acuerdo para reunir a cuatro niños ucranianos con sus familias tras haber sido separados durante la invasión rusa.
En septiembre, desempeñó un papel decisivo en un acuerdo de intercambio de prisioneros entre Estados Unidos e Irán que llevó a Washington a descongelar 6.000 millones de dólares del dinero del petróleo de Teherán. Los fondos se transfirieron a cuentas en Doha, donde están siendo controlados para garantizar que sólo se utilicen para bienes no sujetos a sanciones. También facilitó este año las conversaciones secretas entre el gobierno de Biden y Nicolás Maduro con la esperanza de mediar en un acuerdo en virtud del cual el presidente de Venezuela aceptaría celebrar elecciones libres y liberar a los presos políticos a cambio del alivio de las sanciones estadounidenses.
“En todas las mediaciones en las que participamos, el diálogo no debe confundirse con el respaldo”, explicó al Financial Times un alto funcionario qatarí entrevistado esta semana. “Hablamos con diferentes grupos porque creemos que los canales abiertos de comunicación son la única forma de generar confianza y resolver las diferencias. La alternativa es más sufrimiento para todas las partes”.
Incluso un asesor de Seguridad Nacional de Israel elogió esta semana los esfuerzos de Doha para conseguir la liberación de los rehenes. “Los esfuerzos diplomáticos de Qatar son cruciales en este momento”, afirmó Tzachi Hanegbi en un mensaje en las redes sociales.
Pero Qatar también es acusado por sus vecinos de patrocinar y financiar grupos islamistas en toda la región. Eso es lo que argumentaron Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos en 2017 cuando lideraron un embargo regional de más de tres años sobre Doha. Si bien Qatar niega su apoyo al terrorismo, contribuyó con movimientos políticos islamistas en Siria, Libia y Egipto, en particular la Hermandad Musulmana transnacional.
El gobierno qatarí afirma que no patrocina ni financia a Hamás y que accedió a acoger la oficina política después de que Estados Unidos le pidiera que abriera un canal con el grupo hace más de una década. Los dirigentes políticos de Hamás tenían antes su sede en Damasco que abandonaron cuando la guerra civil asoló Siria.
Según fuentes diplomáticas, Washington pidió por primera vez a Doha que abriera canales indirectos en 2006, después de que Hamás ganara las elecciones palestinas. Al año siguiente, el grupo militante se hizo con el control de la Franja tras un conflicto interno con Fatah, la facción palestina rival. Desde entonces, el gobierno qatarí destina diez millones de dólares al mes para subsidiar a las 100.000 familias más pobres de la Franja y a pagar a profesores y médicos. También proporciona fondos para suministrar electricidad. La ayuda se coordina a través de agencias de la ONU e Israel, aseguran desde Doha, y el gobierno israelí tiene una “supervisión completa” de la ayuda. Qatar no mantiene relaciones formales con Israel.
El profesor Kamrava describe la relación de Qatar con Hamás como “no ideológica sino estratégica”. “Si ustedes son los estadounidenses, ¿quieren que Hamás esté en Qatar o prefieren que esté en Damasco y Teherán y estar en deuda con ese tipo de actores?”, se preguntó durante la entrevista con Al Jazeera.
Estas explicaciones no convencen a todos. Particularmente a algunos aliados en Europa. Cuatro días después del ataque terrorista de Hamas en Israel, el jeque Al-Thani aterrizó en Berlín para una visita que tenía programada varios meses antes. La ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, lo recibió diciendo que Qatar tenía la responsabilidad de “enfrentarse claramente a este terror tan brutal”. Uno de los partidos de la alianza de gobierno, el Democrático Libre (FDP), exigió que “se congelara inmediatamente” el acuerdo de gas firmado el año pasado con Qatar. Francia, Italia y Holanda, que también tienen acuerdos por el gas qatarí, no pusieron reparos.
A su regreso a Doha, el emir el emir Al Thani no ofreció, precisamente, paños fríos sobre su polémico papel en las mediaciones e hizo una dura crítica a la ofensiva israelí que ya dejó más de 6.000 muertos en Gaza. “Es insostenible que se dé a Israel luz verde incondicional y licencia libre para matar, como tampoco lo es seguir ignorando la realidad de la ocupación, el asedio y los asentamientos”, dijo en un discurso ante el Consejo de la Shura, órgano consultivo y legislativo del país. Y fustigó el asedio israelí, afirmando que “no debería permitirse en nuestra época” utilizar como armas el corte de agua e impedir el suministro de medicinas y alimentos a la población civil.
También mencionó al pasar las presiones que está teniendo para que Qatar deje de financiar a la red de televisión Al Jazeera, que mantiene una importante cobertura de la guerra en los dos frentes y sufrió la muerte de varios de sus corresponsales regionales y sus familias.
“El papel del mediador siempre es muy ingrato. Pero en una guerra alguien siempre tiene que tener un canal abierto para la negociación. A Qatar le gusta ese papel y muchos le dan la bienvenida. Particularmente Estados Unidos. E Israel también lo necesita. No es bueno ni malo ser mediador, es tener la capacidad de hablar con todos. Y eso es imprescindible en una guerra en la que está en juego la vida de tantas personas”, dice en la entrevista el profesor Mehran Kamrava, tratando de explicar la esencia del arte de la diplomacia en un conflicto de tan alta intensidad como el que se desarrolla en Gaza.