De Hemingway y Bukowski al último Premio Nobel: ¿por qué hay tantos escritores alcohólicos?
¿Qué relación hay entre la literatura y el consumo problemático de alcohol? ¿Por qué a los autores se les perdona (y hasta se les alaba) aquello que en otros se recrimina y se penaliza?
Seis de los Premios Nobel de Literatura eran grandes consumidores de alcohol: Ernest Hemingway, Harry Sinclair Lewis, William Faulkner, Eugene O’Neill, John Steinbeck y el reciente galardonado, el noruego Jon Fosse. “Escribir es como rezar”, dijo alguna vez el último Nobel, quien durante años estuvo cerca de los cuáqueros y ahora es un converso católico no ortodoxo que va a misa. “Antes me consolaba el alcohol; ahora la literatura y las misas”, confesó en otra oportunidad.
Los escritores beben mucho -explicó alguna vez el francés Michel Houllebecq- porque escribir es un trabajo de fuerza. El abanico de casos es amplio. Desde Samuel Beckett, que era un apasionado por el whisky, a Graham Greene, que escribía con un daikiri en la mano. Jack London, escritor de clásicos de aventuras como Colmillo blanco o El llamado de lo salvaje, escribió una novela autobiográfica sobre el tema titulada Memorias alcohólicas.
Cruzando el charco, los rioplatenses Juan Onetti y Pablo Ramos también transitaron la creación literaria bajo los efectos de la bebida. Hace unos años, se publicaron en forma póstuma los Diarios de Castillo. “Mi experiencia personal del alcoholismo pertenece al mito, a la leyenda negra del escritor y, en más de un sentido, mal o bien pertenece a la literatura”. Este pasaje, que tiene por título “Días con huella” -en clara oposición al libro de Jackson-, pone de manifiesto la lucha que mantuvo durante toda su vida.
También María Moreno en su libro Black out se refiere al alcoholismo. “El alcohol es una patria”, declara Moreno, y agrega: “Por eso nunca se la pierde. Sólo se puede estar exiliado de ella”. Con esta patria tan arraigada, ese es un libro sobre el duelo porque los amigos con los que la escritora se sentaba a beber; ya no están.
Mientras Alfredo Bryce Echenique se enorgulleció de declararse “el escritor más borracho del mundo”, Oscar Wilde escribió: “¿Cuál es la diferencia entre un vaso de absenta y el ocaso?”, escritor que junto a surrealistas franceses se embriagaron hasta perderse en las palabras.
Sofia Balbuena, escritora argentina, cuenta en Doce pasos hacia mí, publicado por la editorial Vinilo, cómo su alcoholismo se entrelazó con la literatura. “Se podría pensar el acto de escribir como una intoxicación y a la abstinencia como un bloqueo, pero también podríamos pensarlo al revés y encontraríamos maneras de justificarlo. No me gusta la idea de romantizar los consumos, de disfrazarlos, atribuirles propiedades místicas o curativas. Por muchas razones, pero sobre todo porque no necesariamente las tienen”, contó Balbuena en una entrevista a Télam.
Años antes, el escritor y editor Mauro Libertella escribió Mi libro enterrado, donde retrató el alcoholismo de su padre, Héctor Libertella, una figura importante en la literatura argentina: “Yo tendría doce, trece años, cuando empecé a inferir la inclinación de mi papá por el alcohol. Lo veía siempre con un vaso en la mano y una botella cerca, pero entre la inocencia natural de la edad y su propensión a invisibilizar el vicio, la recurrencia no cobró mayor peso”, cuenta en esas páginas.
Carlos Janin, escritor español, publicó recientemente el libro Excelentisimos borrachos donde realiza un recorrido biográfico por distintas figuras de la cultura que se han dedicado a la bebida y distintos tipos de alcohol como absenta, aguardiente o anís. Pero la obra no es un mero diccionario de alcohólicos, también hay entradas sobre aquellas personas que deciden mantenerse sobrias. “Hay muchísimos bebedores, tanto en mi diccionario como en la realidad, que no padecen en absoluto de ese mal y que disfrutan de la bebida como de cualquier otro placer”, asegura Janin quien antes publicó otro título similar: Diccionario del suicidio.
“Borrachos hay muchísimos y siempre los ha habido. Pero tienen que ser cultos, y aún más que cultos, figuras de la cultura, para que nos acordemos de ellos, los tomemos en consideración y puedan figurar en libros como este mío, que si los llama ‘Excelentísimos’ no es por su excelencia en el arte del beber, sino en otros dominios artísticos, literarios, históricos o cualquier otro”, dice Janin en una entrevista a Télam.
¿Cómo es ser tener un consumo problemático de alcohol y dedicarse al oficio de la escritura?¿Por qué se mira con otros ojos a las personas obreras que se emborrachan? “No cabe duda de que aquí, como en otros muchos campos, hay cierto clasismo latente y que se mira con mucha mayor complacencia a un gran escritor que bebe un poco más de la cuenta que a un obrero de la construcción que hace exactamente lo mismo”, responde Janin.
En esa línea, considera que “el prestigio social obtenido por la fama en algún campo exime de la culpa. Dentro de los ilustres bebedores, hay músicos y pintores, pero la literatura es un campo privilegiado porque en él se puede plasmar y se plasma, con rasgos de dramatismo, de humor, o de fantasía las relaciones entre el autor y su afición, su vicio o su adicción”.
Entonces Janin distingue a la pintura o al cine de la literatura: “Aunque puedan ofrecer imágenes elocuentes, no nos proporcionan el testimonio más directo en primera persona, el relato o la descripción autobiográficos mucho más vívidos que cualquier otro”.
Parece estar instalado en el mito popular de que el alcohol estimula la creatividad, que ayuda a distender. Sin embargo, hay experiencias de autores que diagnostican lo contrario. John Cheever, enorme escritor de relatos breves, era brutal en sus escritos en los que demostraba el dolor y el disgusto que sentía por él mismo. Para sobrellevarlo, se ahogaba. Aunque en 1975 atravesó satisfactoriamente un proceso de rehabilitación y dejó de beber, no abandonó el vicio por el cigarrillo y murió de cáncer de pulmón en 1982.
“Hay de todo en la viña del Señor, depende de la experiencia de cada uno. Pero también es cierto que hay muchos a prioris de modas, poses y leyendas favorables a la percepción positiva del alcohol. Puede ser una exigencia social, una forma de esnobismo, casi un atributo del artista”, reflexiona el escritor.
Otros autores como Friedrich Nietzsche estaban situados en la vereda opositora. “Entre los abstemios amargados e intolerantes, críticos acerbos del alcohol y sus seguidores, destacan Nietzsche y Céline”, cuenta Janin en el libro. “¡Qué contradictorio el amigo Nietzsche, tan dionisiaco él y tan abstemio! Mucho loco ha habido en la literatura, empezando por él y siguiendo por Hölderlin, Nerval, Robert Walser y tantos otros, que, sin necesidad de embriagarse con alcohol, ya tenían otras vías de escape para acceder a zonas inexploradas y experiencias de éxtasis”, detalla el escritor español y precisa: “El ensayo del poeta Adam Zagajewski, En defensa del fervor, ilustra muy bien esta aspiración. La mística y la droga pueden llevar a vivencias muy parecidas. La diferencia es que la primera es menos nociva para la salud y es menos cara”.
Desde las más antiguas mitologías, el vino se ha asociado a Eros, el dios griego que simboliza el deseo y es responsable de la atracción, el amor y el sexo. ¿Qué efectos tiene en la literatura el hecho de que para algunos autores y autoras el deseo esté asociado a la bebida? “No cabe ninguna duda de que el primero produce un grado de desinhibición que acorta distancias y quema etapas. Son placeres complementarios por lo que tienen de irracional, de irresponsable, de placentera locura”, concluye el escritor español