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La noticia, otra vez, dice que Boca volvió a ganar por penales. Y
si uno de los que lamentan esta superioridad tan nuestra se encuentra
de pronto con el enunciado solo, sin contexto, sin aclaraciones, volverá
a putear. Y nos acusará de culones, y le quitará méritos a la
circunstancia más dramática del fútbol, donde hace falta mucho más que
suerte. Pero esta vez fue distinto. Bien distinto. Boca le ganó a Talleres mucho antes. Los penales fueron, como el fallo de un jurado de boxeo, la confirmación del triunfo. Boca lo mató a trompadas a Talleres, le llenó la cara de dedos, lo tuvo en la lona varias veces. Sólo le faltó el golpe de nocaut, el piñazo definitivo que Cavani a veces erró y otras no se animó a meter,
extrañamente impreciso, como si no tuviera en los mano a mano la misma
actitud altiva, el mismo espíritu ganador, la puntería definitiva que
mostró en los penales.
Seguro
el hincha se fue mucho más contento que otras noches porque sintió que
ese canto final por la Libertadores, que en otros partidos brotaba igual
por inercia, por el deseo ciego de alcanzar la Séptima, ahora no tiene
tanto de utopía. Ojo, a no confundirse: Talleres no es Fluminense, ni de cerca, aunque hace apenas unos días haya peloteado a River en su propio estadio. Pero es un rival calificado en un mano a mano. Y más allá de su categoría, la mayor diferencia estuvo en la producción de Boca, futbolísticamente quizá la mejor de todo el ciclo Almirón.
Hacía mucho tiempo el equipo no mostraba una superioridad tan grande,
con juego por afuera pero también interno, con circulación, con rotación
de posiciones, con tantas llegadas claras, con esa salida limpia, con
esa firmeza que minimizó a los cordobeses. Con la tozudez para
sobreponerse a un penal claro que nos chorearon y seguir sin volverse
loco.
Con un Cavani más certero, o con un ratito más de Pipa Benedetto
-entró muy bien y en pocos minutos mostró su jerarquía-, Boca lo
hubiera liquidado mucho antes. Esta vez, aparte del empate de penal, generó una docena de chances claras. Y abasteció a los 9 como nunca antes. Y se vio el funcionamiento que Almirón seguramente tanto habrá soñado. Barco, aun sin su lucidez habitual, puso tres pases de gol (dos a Cavani, uno a Merentiel);
Medina, que no jugó el mejor partido, pisó el área, se generó sus
chances y le contó los pelos de la barba a Herrera, que un par de veces
se jugó la cabeza a sus pies. Si con sus dos mejores creadores
parcialmente nublados fue capaz de esto, ¿cómo no creer, cómo no
ilusionarse? Tan bien jugó Boca que no extrañó a sus laterales titulares
(bien Blondel y Saracchi). Más allá del error en el gol de Talleres,
toda la última línea estuvo sólida. Y mejoró mucho Pol, y fue una fiera
Equi -más suelto- hasta que salió acalambrado de tanto jugar y meter.