Vélez vs. River, por la Copa de la Liga: el Millonario mostró en Liniers la peor versión del ciclo Demichelis, es un equipo indescifrable, que ya no sabe a qué juega
En Liniers, perdió 2-0 con Vélez y dejó un mensaje inquietante: el problema no se trata solamente de su baja versión lejos del Monumental
“Hoy fue uno de nuestros peores partidos, sino el peor desde que asumí. Estoy preocupado para intentar buscar soluciones lo antes posible. Soy el primer responsable y tendré que buscar, investigar y dar en la tecla para volver a ser el River del torneo anterior”, dijo Demichelis.
Un pelotazo profundo, de derecha a izquierda, de Gianetti a Aquino, descubrió mal parada a la defensa de River, desconectada en sus líneas. Sobre todo, Simón, que todavía está adaptándose a su función de lateral. Y el volante, de 32 años, de un dorado y fugaz paso por Godoy Cruz y una carrera multifacética, le pegó como le pegan los cracks, más allá de que el balón sufrió un desvío en Mammana.
Antes y después de ese traumático minuto 22, antes y después de la lluvia, River es un equipo en desarrollo, cambiante, con caras que se chocan, se contraponen. Ya no se trata de recordar el confort que disfruta en el Monumental, imperial en el torneo local y hasta en la fallida Copa Libertadores, es algo más profundo de lo que suele trastabillar lejos de casa. Juega con el prueba y error en la mano. Cambios de nombres, de sistemas. Bruscos cambios de un partido a otro, como del 5-1 sobre Barracas Central de hace una semana (luminoso en el resultado mucho más que en el juego) a esta versión ciertamente confusa de Liniers. Un 4-3-3 forzado por los ingresos en Núñez punzantes de Solari y Colidio. Delanteros, wines mucho más que extremos que suben y bajan, con Borja en la brújula del área.
Había una razón. “Con Solari y con Colidio abro mucho más la cancha. Te fijan allá arriba, tienen características diferentes al resto de nuestros volantes. Colidio puede jugar por adentro también, como Solari, que lo hace. Cuantas más posiciones pueda interpretar un jugador a una manera rápida de resolver, bienvenido sea porque le aporta mucho al equipo”, contaba el conductor, que sorprendió al postergar a Barco al banco de suplentes. No hay mejor jugador que el pichón de crack surgido en Independiente, aún en tardes o noches poco resolutivas. Tal vez, a la altura de De la Cruz.
Vélez lo empujó, lo estorbó todo lo que pudo. No sintió la presión de estar luchando por evitar caer en la zona roja del descenso. Buscó, luchó, lo sacó de eje a River, incómodo como casi siempre para defender y desorientado, como casi nunca al atacar. Más allá de las eliminaciones en la Copa Libertadores y en la Copa Argentina, hace un puñado de semanas que River se consagró en el ámbito doméstico con una versión de salón. Era un lujo verlo, parecía el Monumental un teatro. Se fue Beltrán y, con el delantero, todas las buenas decisiones. Parece mentira. “Puede ser que sea un River en transición, pero River no espera. Ojalá ya entre la próxima y la cuarta fecha ya se vea un River bien dominante. Hay que tener un poco de paciencia. Si bien River no te espera y hay que ganar y ganar, hay chicos y jugadores nuevos. Manu (Lanzini) venía de tantísimos años en Europa, Santi (Simón) por derecha, con Ema (Mammana) y Ramiro (Funes Mori), una defensa nueva…”, contaba el DT.
Demasiados cambios y otra realidad: González Pírez y Paulo Díaz, en el centro de la defensa, son irremplazables. River juega con el colmillo desafilado, sin prepotencia. Casi en puntas de pie. En general, le bastaba para arrasar a casi todos los rivales locales, pero ahora no puede. No lo dejan y cae rendido a la trampa rival.
Una salida en falso (como si tuviera pocos problemas), de Mammana a De la Cruz, provocó otro shock: de Méndez para Castro y desde su botín, el inapelable 2 a 0. River ya era una moneda al aire, con cambios drásticos (más modificaciones, en este caso, durante la segunda mitad), con los ingresos de Rondón, Nacho Fernández y Barco. Pudo descontar el equipo millonario, con un bombazo que Chila Gómez le sacó a Barco, en la última parte de un espectáculo intenso, apasionado, bajo un diluvio.
“Les dije a los chicos que no podíamos pasar de ser los mejores a hacer malos cuatro meses. Vamos a competir de acá hasta el 23 de diciembre, que ya está estipulada la final del Trofeo de Campeones, hay que llegar hasta el final de la mejor forma. Y para eso vamos a trabajar”, se escuchan, todavía, las palabras del joven conductor, que extravió la mente fría para las decisiones calientes y no tiene casi nada de la sintonía fina de apenas un puñado de semanas atrás. Al final, el campeón se sostenía sobre un castillo de naipes. Solo había que soplarlo.