La estúpida fascinación por el estallido social
No pocos justifican a la violencia. Es más, muchos la traccionan creyendo que es la auténtica hora de verdad y gloria.
El estallido social es la toma de las calles, es el hastío ciudadano mutado por pedradas, es el “rompan todo”, son los estudiantes transformados en yihadistas y es la debacle en su máxima potencia. Es el “piquete eterno” pero ahora más iracundo que nunca y más violento. Sí, son los saqueos, los robos, las profanaciones de lo que sea y la destrucción de los bienes públicos. Es violencia, incendio y alienación infernal. Es la locura completa. Y más. Acontece así en los estallidos sociales a lo largo de la historia. Y todo lo que pasa, todo, nunca es bueno para nadie. ¿Cuándo alguien creyó que la violencia estúpida era una solución? ¿De veras en el 2023 se puede seguir apuntalando algo donde el bien jurídico tutelado más importante -como la vida del otro- se puede pasar por encima? ¿O no atentamos contra todo cuando se destruye lo que es de todos?
No pocos justifican a la violencia. Es más, muchos la traccionan creyendo que es la auténtica hora de verdad y gloria.
La izquierda revolucionaria llegó a considerar que es un momento definido por el proceso histórico en base a las visiones de Marx y Engels (la teoría del conflicto). Lo escribieron y buena parte de sus seguidores creen en la “cientificidad” de esos planteos. Y otros seguidores -con otras tipologías más posmodernas en lo político actual- siguen creyendo en esta ilusión alienante del momento revolucionario.
La verdad histórica es que cuando la violencia se apodera de la calle y el clima revolucionario es el imperante, luego no queda nada en pie, el descalabro es absoluto y la reinvención hacia un nuevo estadio institucional y democrático puede ser de una complejidad y requiera de un espacio de tiempo extenso, que semejante proceso causará mayor angustia en las gentes por bastante tiempo.
Los más humildes siempre son los más dañados por los estallidos sociales aunque crean lo contrario, aunque alguno fantasee que la turba busca a la fuerza arrancar algún acto de justicia. En realidad, lo que está pasando allí es que el contrato social de convivencia pacífica se quebró y ya nadie sabe mañana quien tendrá derecho a la vida. Robespierre puede afirmar con creces como terminó él mismo con su terror. La libertad y la paz mueren de pie ante el estallido social. Su muerte es la de todos.
Hasta Pablo Iglesias en España sostiene -y su moderación no lo caracteriza- que “pensar que el estado de ánimo que deriva de un estallido social puede tener efectos duraderos es uno de los grandes errores históricos de la izquierda”.
El estallido social solo irrumpe en un momento, no lo cambia, lo fogonea, por eso no tiene continuidad con un gobierno institucional, porque lo bloquea y lo fuerza al ejercicio de la contención o represión. Y en ese loop, todos pierden, el que alimenta la locura y el que cree que la puede contener.
Las democracias con estallidos sociales se transforman en pacientes con metástasis: pueden sobrevivir un tiempo, pero al final la enfermedad gana el cuerpo y los vence.
En Ciencia Política se conoce este fenómeno desde siempre, la legitimidad requiere de origen, de ejercicio y de finalidad. Cualquiera de las tres es un cristal, quebrada alguna se compromete a las otras.
Por cierto, hay politólogos que en algún punto justifican la alienación, consideran -paradójicamente- que es necesario atravesar por ese terror para luego arrimar a aguas tranquilas. Y están los que saben que todo es una apuesta al delirio. Curioso asunto que exista a nivel académico gente que cree que la violencia puede ser útil en algo cuando está probado con la historia (como evidencia empírica) que nunca sirvió para nada ese camino. La sangre solo aporta más sangre y más desconsuelo. ¿O hay algún ejemplo histórico que demuestre lo contrario?
Por eso la tan denostada “política” como espacio de negociación, de construcción de entendimientos y de respuestas a demandas, si no tiene un mínimo nivel de respetabilidad y de capacidad de sostener la estabilidad de una sociedad corre el riesgo del estallido social. Lo corre en cualquier lado del planeta y en cualquier momento. ¿O no vimos pruebas palmarias en todos lados de esto? Es como un motor de auto que se funde o un corte de energía eléctrica, la gente en esos momentos reacciona mal, no comprende lo que pasa y se asusta. Y allí los “agitadores” salen a la cancha con despliegues varios.
Porque la clave a entender en los estallidos sociales es que mucha gente es usada, agitada, empujada, traccionada y arrastrada en algo que luego -al tomar conciencia de sus actos- advierten la barbaridad que perpetraron. Pero en ese momento no lo pudieron dimensionar o se dejaron llevar por la locura. Por eso el pacifismo debe estar de moda, no es menor alimentar esta postura, es un acto de seriedad y necesidad en tiempos de cólera. Mandela y Gandhi deben ser rescatados del olvido y ubicarlos bajo las luminarias. Es lo que hay que hacer.
La historia es pródiga en estos ejemplos, por eso al pueblo para respetarlo, nunca se lo empuja al despeñadero. Luego, la historia siempre muestra todo, a los autores intelectuales y a los materiales. Y todos pierden por un momento de locura. Y la sociedad jamás perdona los momentos de locura. Los repasa, los revisa y los condena.