Horror en el vuelo 73: la azafata heroica, el alpinista del milagro y 22 víctimas masacradas por terroristas

Cuatro miembros de la organización armada Abu Nidal tomaron un avión de Pan Am que había aterrizado en Karachi, Pakistán. Era el 5 de septiembre de 1985. Los pasajeros quedaron a merced de los secuestradores, que pretendían volar a Chipre y exigir la liberación de palestinos detenidos. Tras 16 horas de negociaciones, en el interior de la nave a oscuras, se desató un infierno de ejecuciones a balazos

Neerja entendió lo que estaba ocurriendo y demoró a los atacantes, que le exigían que los llevara ante el capitán. Pero William Allen Kianka, veterano de la guerra de Corea y piloto del vuelo 73, huía en ese momento por la pista. Eran las 5.45 am; la situación se tensaba al máximo. Los atacantes, que empuñaban Kalashnikovs, armas automáticas soviéticas que en Vietnam se habían convertido en símbolo de la lucha antimperialista, mostraban determinación. Abu Nidal, formada en 1974 como una escisión de la Organización Liberación de Palestina (OLP) que pretendía eliminar al Estado de Israel y ponerle fin al proceso de paz en Medio Oriente, venía de cometer dos atentados en simultáneo en aeropuertos europeos. El 27 de diciembre de 1985 cuatro hombres habían disparado contra el mostrador de la compañía israelí El Al en Roma, al mismo tiempo que otros tres tiraban granadas contra pasajeros que se embarcaban hacia Tel Aviv. En el primer ataque murieron 16 personas; en el otro, 4. Ocho meses y una semana después, en Karachi, los cuatro terroristas iban a demostrar que estaban dispuestos a todo.

Primer rehén asesinado

Una vez que comprobó la fuga de los pilotos, Zaid Hassan Abd Latif Safarin, alias Mustafa, líder de los secuestradores, obligó a Meherjee Kharas, mecánico de Pan Am a bordo, a comunicarse con las autoridades del aeropuerto. Viraf Daroga, jefe de la aerolínea estadounidense en Pakistán, se puso al habla por radio y recibió el pedido de Safarin: que mandaran a un equipo de pilotos. Después, el terrorista le ordenó a Neerja, formada como azafata en Miami, que recogiera los pasaportes de todos los pasajeros. Neerja intuyó que era para asesinar a las ciudadanos estadounidenses y les dijo a sus subalternas que escondieran los pasaportes norteamericanos. Sunshine Vesuvala y Madhvi Bahuguna, encargadas de recolectar los documentos, cumplieron: los tiraron debajo de los asientos o los escondieron entre ropas. Neerja, además, arrancó una página del manual de operaciones, con las instrucciones para la apertura de emergencia de la puerta R3, en la zona central, cerca del ala derecha: la puso dentro de una revista y, cuando pudo, se la dio a un pasajero que estaba sentado junto a esa puerta.

Los minutos, eternos, pasaron sin que hubiera novedades. Los secuestradores hicieron que todos los pasajeros se sentaran en la parte central del avión, muchos de ellos en los pasillos, para poder controlarlos. Y usaron a las azafatas, todas indias, como escudos humanos. “En un momento, uno de ellos me agarró del pelo, me aplastó la cara contra una ventanilla y me preguntó qué veía en la pista. Quería que le dijera si veía aviones de combate estadounidenses”, contó Sherene, Hasta que, para presionar, los terroristas tomaron a un pasajero llamado Rajesh Kumar, de 29 años, que acababa de obtener la ciudadanía norteamericana y lo llevaron hasta la puerta L1, cercana a la cabina de comando. Primero, lo hicieron arrodillarse con los brazos en alto; luego, le dispararon a la cabeza y lo tiraron a la pista. Kumar murió minutos después en una ambulancia, rumbo al hospital. “Eso cambió todo, fue la prueba de que eran unos asesinos despiadados”, declaró Sunshine. En realidad, aunque nadie lo sabía dentro del avión, los terroristas habían asesinado a dos miembros de Kuwait Airlines antes de subirse al Boeing 747 de Pan Am.

El 5 de septiembre de 1985 a la madrugada, el vuelo 73 de Pan Am, que había despegado en Bombay, India, aterrizó en Karachi, Pakistán, donde bajaron 109 pasajeros
El 5 de septiembre de 1985 a la madrugada, el vuelo 73 de Pan Am, que había despegado en Bombay, India, aterrizó en Karachi, Pakistán, donde bajaron 109 pasajeros

El escalador británico

Mike Thexton, contador británico de 27 años, venía de escalar una montaña paquistaní y de hacer base en Broad Peak, en la frontera de Pakistán y China. En ese lugar había muerto, tres años antes, en una travesía como escalador, su hermano Peter, médico y alpinista. Al subirse al vuelo 73 de Pan Am en Karachi, con su pasaje a Frankfurt, Mike sintió el alivio espiritual y el agotamiento físico de haber seguido el recorrido final de Peter. Metió su bolso en el portaequipaje y buscó un libro. Se senté dispuesto a leer, antes del despegue y de quedarse, suponía, dormido. Pero en ese momento escuchó un grito y, luego, vio a un hombre tomando del cuello a una azafata. No sabía si era real o una pesadilla. “Recuerdo que el hombre tenía una pistola en la mano y que yo pensé: ‘que raro es esto’. Y sin embargo, no me agaché ni huí ni intenté ayudar a la mujer. Sólo me quede mirando como un idiota”.

Un rato después, cuando los secuestradores del avión revisaron los pasaportes, Thexton -que ya se había ubicado en la situación- fue llevado ante Sarafin, sin saber de quién se trataba ni que había asesinado a otro pasajero. “Después de un par de meses en la montaña no me parecía mucho a la foto de mi pasaporte. El hombre que tenía mi documento en la mano me preguntó si llevaba un arma. Era una pregunta ridícula; me reí de la tensión. Me dijo que me arrodillara. Recién entonces sentí que iba a matarme. Le rogué que no me hiciera daño. Le conté la muerte de mi hermano en la montaña y que mis padres estaban terriblemente tristes y sólo me tenían a mí. Me hizo gesto con la mano, como indicando que no tenía tiempo para esas historias”, contó Thexton, quien apoyó la frente contra el piso, como si estuviera orando al modo de sus captores.

Luego de haber estado horas en esa posición, horas en las que escuchó parte de las negociaciones por radio y a un secuestrador que le explicaba que la intención de ellos era “liberar a Palestina de la ocupación israelí y estadounidense”, se quedó dormido. “La gente pregunta cómo, pero estaba exhausto. Yo venía de una travesía de dos meses en la montaña y además es muy agotador tener miedo durante tanto tiempo. Me despertó uno de los terroristas, pateándome los pies. Me dijo: ‘Arriba, arriba, movete’. Un rato después empezó una escena de horror, que no voy a olvidar nunca”.

Operación masacre

Las horas pasaban y, ante la falta de novedades, los secuestradores anunciaron que ejecutarían a un rehén cada quince minutos. Afuera, el Grupo de Servicios Especiales (SSG) del ejército pakistaní y los Pakistán Rangers, iban cerrando un cerco alrededor del Boeing 747 para retomar el control, aunque el riesgo era enorme. La azafata Nupoor Abrol y su colega Dilip Bidichandani repartieron sandwiches; Neerja, agua y palabras de aliento, aunque sabía que la negociación había fracasado y que pronto podía desatarse más violencia. Los 361 pasajeros del vuelo 73, entre ellos nueve bebés, estaban en pánico, atrapados. El aire acondicionado permaneció encendido; igual que las luces interiores de la nave; las puertas y ventanillas estaban cerradas. Cuando caía la noche, Meherjee le advirtió a Safarini que la energía no duraría mucho más. A las 9 pm, la Auxiliary Power Unit del avión se apagó. Sólo quedaba la iluminación de emergencia, y la negociación se había cortado. Los secuestradores se apostaron a ambos lados de sus rehenes: era evidente que iban a ejecutar a alguien.

Algunos de los miembros de la tripulación y sobrevivientes del vuelo 73 de Pan Am
Algunos de los miembros de la tripulación y sobrevivientes del vuelo 73 de Pan Am

A las 21.30, tras 16 horas de tensión, se desató el infierno. “Se les había acabado la paciencia. Dieron un grito de guerra y empezaron a disparar contra la gente. Hubo ráfagas de luz que cortaban la oscuridad y muchos gritos”, contó Sunshine, quien vio a Meherjee tirado en el piso, muerto a balazos. Entre detonaciones, aullidos de pánico, quejidos y ruegos, Neerja logró abrir una de las puertas, pero no saltó a la pista, prefirió quedarse en el interior de la nave y proteger a tres chicos, en medio de la balacera. Dick Melhart, el hombre de la R3, siguió las instrucciones que ella le había pasado dentro de la revista, abrió esa puerta, pero el tobogán de emergencias no se desplegó. En la desesperación, muchos se treparon al ala derecha del avión. Nupoor Abrol y Madhvi Bahuguna caminaron por ella y se tiraron a la pista: sufrieron varias fracturas. Sunshine Vesuvala y Dilip Bidichandani también estaban en el ala, pero no saltaron. Desde ahí vieron a Sherene Pavan escapando por un tobogán de la puerta R4, cerca de la cola del avión. La única azafata que quedaba adentro era Neerja.

La heroína y los asesinos

Cuando las tropas de asalto paquistaníes tomaron el control del avión, el piso estaba cubierto de sangre y cuerpos de muertos y heridos, Neerja entre estos últimos. Había recibido un balazo a la altura de la cadera: poco después se convertiría en una de las 22 víctimas mortales; otras 150 personas quedaron heridas. Del total de 41 pasajeros estadounidenses, sólo dos habían sido asesinados, probablemente por la decisión de la azafata de esconder sus pasaportes. Neerja Bhanot fue reconocida como “la heroína del secuestro del vuelo 73″. Recibió el Premio Ashok Chakra, el más prestigioso de la India a la valentía en tiempos de paz. También, homenajes y condecoraciones póstumas en los Estados Unidos, Gran Bretaña y Pakistán. Se transformó, además, en estampilla y en película (”Neerja”, 2016).

Los secuestradores del avión -Safarini, Jamal Saedd Abdul Rahim, Mahammad Abdullah Khalil y Muhammad Ahmed Al-Munawar-, más un cómplice apresado en el aeropuerto, fueron condenados a muerte el 6 de julio de 1988. Pero luego esa sentencia fue conmutada y quedaron bajo un régimen de prisión perpetua. En septiembre de 2001, Safarini fue extraditado a los Estados Unidos, donde el 13 de mayo de 2005 fue sentenciado a 160 años de prisión. El juez, Emmet Sullivan, no hizo ningún esfuerzo por ocultar su empatía por los sobrevivientes de la masacre de Pan Am y los familiares de víctimas que habían viajado de todo el mundo para declarar en el juicio: “Eres un cobarde y un asesino a sangre fría. Esta sentencia es mejor de lo que mereces”, dijo, tras leer la condena.

Una foto del parabrisas del avión con agujeros de bala
Una foto del parabrisas del avión con agujeros de bala

Safarini, en traje naranja de presidiario, pidió la palabra: “Lamento muchísimo lo que pasó. Asumo la responsabilidad de todo el dolor. El mío proviene de lo más profundo de mi corazón. Si no creen que soy una persona con corazón, lo acepto -dijo-. Ojalá hubiera muerto en ese avión. Estoy sentado en mi celda. No tengo esperanza. No tengo sentimientos. Sé que moriré solo y que nunca volveré a ver a mi familia. No odio a los Estados Unidos. En realidad, admiro las costumbres de este país, sus tradiciones, su libertad. Cuando hice esto, creía que estaba ayudando al sueño del pueblo palestino de una patria. Ahora creo firmemente que la organización ( Abu Nidal) no tenía ese objetivo. Sé que fui utilizado, al igual que los demás. Me equivoqué. Tuve la culpa. Me equivoqué y las víctimas que cayeron eran personas inocentes”.

Extraña simetría

En 2022, 36 años después de la masacre, Safarini y Thexton fueron puestos en contacto por los productores del documental “Hickjacked: Flight 73″. Thexton, que había escrito un libro (”¿Qué pasó con el hombre hippie?”) sobre aquella experiencia trágica en la que salvó su vida casi de milagro, dijo: “Lo pensé mucho. No quería que la gente que viera la película pensara que estaba teniendo una conversación amistosa con el hombre que mató a toda esa gente. Pero era una oportunidad que tenía que aprovechar. Nunca había olvidado al tipo que pensé que iba a acabar con mi vida”. Cuando Safarini le dijo que recordaba el episodio y la historia de su hermano, Thexton, que había escapado de la balacera final por la puerta R4, quedó conmocionado. “No tuve palabras. Jamás se me había ocurrido que él le hubiera prestado atención a eso. Me dijo que no me había disparado por lo de mi hermano. Fue todo increíble. Viajé para despedirme de mi hermano muerto y, de regreso a casa, no me mataron por mi hermano. Hubo una cierta simetría, un equilibrio extraño”.


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