TyC
Debe haber pocos antecedentes de un equipo recién clasificado a las semifinales de la Libertadores al que le gritan "Movete, dejá de joder". Para quienes buscan perlitas, logros de este cuerpo técnico, ahí hay una. Y no
deja de ser una rareza que un equipo que -se supone- está entre los
cuatro mejores de América pierda contra Tigre, que acaba de cambiar de
técnico por los malos resultados. Sin embargo, este Boca es el arte de lo posible. Hace cuatro partidos enteros (360 minutos) que no mete un gol, de los últimos siete juegos apenas ganó uno (empató cuatro y perdió dos en fila contra rivales preocupados por el descenso).
Alguno
podrá decir que luego de la serie con Racing, que consumió muchísimas
energías, el equipo estuvo apagado, sin intensidad, sin el ojo del Tigre
casualmente. Pero la realidad es que Boca juega mal desde hace tiempo, con la salvedad de algún que otro partido
-o rato de partido. Siempre hay algún boludo que lo toma a mal, pero
ésta es la realidad con apoyo de los números, que no están trucados. En
mi propio grupo de bosteros amigos, mientras algunos hablaban de
vergüenza, uno saltó a aclarar que no habíamos "descendido".
Es muy difícil vivir en Termolandia. Sobre todo porque si hay algo que
nos une es la pasión por Boca, la ilusión de verlo ganador. Pero la
pasión a veces es ciega y los resultados disimulan errores. No éste
contra Tigre, claro, pero sí otros.
En los últimos días, luego de eliminar a Racing con un doble cero a
cero, comenzó a rodar la fantasía de alzar la Séptima sin ganar un solo
partido en las series eliminatorias. No deja de generar una sonrisa
cómplice, sería una forma realmente distinta de ser campeón. Pero cabe
aclarar que para que eso ocurra, si no ganamos ningún partido, tampoco
habría que perder ninguno. Podemos apostar a hacer un campeonato de
penales, de hecho hasta deberíamos armar el proyecto y llevárselo a la
AFA, a Conmebol, a la FIFA. Pero tengamos en cuenta ese detalle: si
antes de los penales hay partido, de mínima hay que empatarlo. No como
contra Sarmiento o Tigre. Y por favor, no insulten la inteligencia de la gente hablando de suplentes:
todos los que jugaron en Junín serían titulares en Sarmiento. Muchos de
los que perdieron en La Boca -salvo Campuzano o Valdez- serían de la
partida en Tigre.
A
la antipática hora de buscar responsables de esto que no se puede
tildar de catástrofe por el contexto, el bueno de Almirón tiene casi
todo el talonario de números comprados. Así que habría que empezar por él y su -otra vez- inentendible formación.
Así como a Racing le puso 42 mediocampistas para ganarle el medio,
contra Tigre planteó un partido con cinco defensores reales -Advíncula
lo es, aunque juegue más adelante-, dos volantes (uno de los cuales era
Campuzano, con lo cual tal vez no habría que contarlo) y tres
delanteros. Cavani y Benedetto se murieron de angustia en el primer
tiempo: no les llegó una bola limpia. El Chango desbordó pero nunca
encontró a nadie. La sociedad Weigandt-Advíncula no funcionó. Sarachi no
pasó como hacen Fabra y Barco. Y encima Aaron Molinas -prestado a
Tigre- metió un córner precioso a la cabeza de Luciatti justo cuando
nosotros no tenemos un puto especialista en pelota parada. El
equipo del debutante Pusineri manejó la pelota mientras los nuestros la
veían pasar y la historia no cambió radicalmente en el segundo tiempo.
Algún pase lindo de Taborda -discontinuo-, el debut para los registros
-sólo eso- de Bullaude y algunos intentos desesperados al final, como
apostar al caudillaje de Rojo para cagar a gritos a sus compañeros y
sacudirles la tibieza. O meter a Fabra para que haga lo que mejor hace:
asociarse por izquierda, romper y desbordar, sólo que al entrar el bueno
de Frank, Almirón no se dio cuenta de decirle a Zeballos que volviera a
la izquierda para tirar paredes con él, ya que Janson mete siempre la
diagonal. Un despropósito gigante.