GRUPO E | LAZIO 1 - ATLÉTICO 1 / Faltó acierto y sobró un portero

Provedel, meta de la Lazio, empata en el último minuto el gol de Barrios (con ayuda de Kamada) en el Olímpico. Un Barrios que se fue lesionado al descanso.

Patricia Cazón
As
“Hola, holaaa”, saludaba el Atleti de nuevo a la Champions en un Olímpico que alzaba alto la voz y una pancarta en su curva sur: “Bienvenido Cholo, Roma y Lazio siempre serán tu casa, bienvenido de nuevo, esta siempre será tu casa”. Su casa antes y después de este partido que terminó con los focos sobre los porteros. Los que marcan goles evitándolos, como Oblak, y los que los marcan a secas, Provedel, para torcerle de nuevo el inicio de Champions al Atleti mientras la radio no dejaba de cantar goles de João Félix en Barcelona.

Los primeros minutos el Atleti no salió mal. Los primeros dos o tres al menos. Con esa intensidad porque para un equipo del Cholo ese es el único sentido de la vida. Bien plantado y de rojiblanco. Con Witsel superviviente a Mestalla, Nahuel de vuelta al once y el estreno en la titularidad de un Lino llamado a hacer de Carrasco con solo 47 minutos previos en el Atleti hasta esta noche en Roma. Enfrente, Sarri, penalizaba a Casale en el centro de la defensa por sus errores el fin de semana e introducía a Vecino en la medular para darle más empaque. Si en los primeros minutos el cholismo pareció apretar, nada más lejos. Luis Alberto y Kamada cogieron el balón y empezaron a hacer ilusionismo para instaurar sobre el verde el sarrismo.

Lo escondían, lo jugaban, como dos Fred Astaire bailando entre briznas de hierba encerrando a rojiblancos en su campo. Incapaces de generar los del Cholo juego, extrañando terriblemente a Griezmann aunque lo tuviesen delante, porque ese que caminaba por el Olímpico no es aún Griezmann. El de la emoción, el del espectáculo, el del sonido incomparable, el único, el inigualable... Ese que aún no ha vuelto del verano y si Griezmann no está, al Cholo le falta la música. Todo es gris, rutinario y previsible, como ese cabello hoy del francés, sin ya ni una pizca de rosa. A los rojiblancos todo les costaba un mundo, mientras Oblak no dejaba de aparecer en pantalla. Ahora un despeje de puños, ahora un despeje, ahora viendo irse fuera por un milímetro una volea de Luis Alberto, la única ocasión envuelta en peligro de verdad. En la contraria, Griezmann arrancaba y se iba a la portería de Provedel, con caño a Patric, para terminar tropezándose con sus propios pies. Morata era una isla y de aquel Llorente que iba en moto dejando solo rivales acalambrados atrás nada ya queda. Pero entonces apareció Barrios y el Atleti, antes que el fútbol, se encontró con el gol.

Lo fabricaron entre Nahuel, que asistió, y Barrios, que disparó desde la frontal. Ayudó en realidad Kamada: el balón le golpeó en la espalda y despistó a su portero. La pelota se coló en la portería italiana como al grito: “Provedel, un purito”. Barrios celebró con una camiseta de Lemar. Segundo partido en Champions y primer gol en Europa, y de pivote, ese lugar en el que crece sin que sea su sitio natural. Solo ellos, Lino y Saúl parecían estar de verdad en el partido. Uno no volvería del descanso.

Porque si Sarri perdía a Pellegrini por lesión justo antes del reposo, Barrios ya no regresó del vestuario. En su lugar, Giménez y Witsel en esa posición de mediocentro en la que a Simeone no le gusta pero en realidad es su posición. El partido empezó a romperse mientras Griezmann fue cogiendo color, pulso y posesión de balón. Los del Cholo se olvidaron del patadón y empezaron a jugar. La Lazio se diluyó como azucarillo en el agua. A Oblak solo volvió a amenzarle otra vez y por un error del propio Oblak: regaló la pelota a un futbolista de la Lazio que se la sirvió a Immobile para que la descerrajara sobre el esloveno como castigo a un pecado mortal. Pero Immobile disparó al único lugar donde no encontraría el gol: el cuerpo del portero. Morata estrellaba el balón en el palo en una primera ocasión que, en el rechace, obligaba a Provedel al paradón. También lo haría Lino, siempre un alboroto. El Atleti ya no solo dominaba el marcador, también el juego. Aunque sin espantar los nervios. Porque la distancia de un gol puede irse en un chasquido de dedos como arena de playa. Porque Witsel caía sobre su rodilla con gestos de dolor, el último de los pivotes puros del Cholo sanos. Continuaría el belga, aunque renqueante.

Cerrarían el área de Oblak bajo cuatro llaves mientras Riquelme llegaba al partido llenando de perfume con clase cada acción. Tiene algo distinto, como ese Griezmann que volvía a asomar, un placer a los ojos, un placer de este mundo. La Lazio ya solo veía a Oblak de lejos, intentaba amenazar córner a córner, disparo a disparo desde la frontal. Como ese de Cataldi, en el tiempo añadido, porque los milagros han regresado a sus guantes y Oblak es uno de esos porteros que marcan goles evitándolos. Sacó la punta de los dedos y sacó esa pelota. Parecía el final del partido pero no. Aún faltaba el gol de la Lazio. Provedel metiendo la cabeza para que al Cholo se le escapara el verano en el último suspiro, en el último minuto. Provedel deja su portería y se dirige también a su área. A ver qué caza, si caza. La Lazio ataca, Hermoso despeja con el pecho, de brazos encogidos para no cometer penalti y dejarle la pelota franca a los italianos. Ésta llega a Luis Alberto y el final se escribe solo: centra y Provedel se lanza sobre el cuero como un 9. Gol. 1-1. Locura. Épica. Final. Otro comienzo torcido. El purito de antes, ahora un purazo.


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