GRUPO D | REAL SOCIEDAD 1 - INTER 1 / Lautaro ahoga la ilusión

Una Real pletórica se deshace en los minutos finales por falta de físico. El Inter espera su momento para sacar un punto. Barrenetxea, estelar

Alfonso Herrán
As
Lautaro Martínez pinchó el globo, recogió el confeti y, como un vecino que madruga y quiere silencio, aguó la fiesta en el Reale Arena. La Real puso todas las herramientas para cenarse a todo un subcampeón de Europa, pero la jerarquía del Inter le dejó sin un triunfo que le pertenecía en justicia. Desde el minuto 79, el equipo de Imanol fue desangrándose por falta de piernas. No se puede jugar con los mismos en el Bernabéu y tres días después en el torneo más exigente del mundo por clubes. La Champions pasa factura en casos como estos. El Inter, un bloque que asusta por su tarjeta de 13 goles en cuatro partidos en la Serie A, se vio contra las cuerdas, pero salió de ellas con la pegada descomunal de Lautaro. Tres disparos de los de San Siro en toda la velada y solo uno a puerta. No les hace falta más para puntuar. Es su oficio, sacar petróleo de la nada. Odriozola regresó cinco años después y Barrenetxea se vistió de artista.

La incógnita de cómo iba a procesar la Real esta década de ausencia en el gran torneo continental, en el cielo del fútbol europeo, se despejó con el saque inicial. El pitido del colegiado inglés Oliver fue la señal para que una manada de bisontes se desatara en estampida camino de la meta de Sommer. La Real se quiso convencer a base de empuje de que está a la altura de este evento que se trabajó durante un largo año con aquel paréntesis mundialista incluido. Lanzó una presión furibunda y desnudó los problemas del Inter para sacar la pelota jugada desde atrás.

El equipo de Imanol fue un ejemplo de cómo se domina al rival. En la primera parte fue mejor en todos los aspectos del fútbol. Empezó subido al bólido de Barrenetxea y desniveló pronto el marcador. Un cabezazo de Brais desviado, un remate de Barrene a la madera y el gol. Todo en cuatro minutos. Un tanto que arrancó con el agobio de un incansable Oyarzabal a Bastoni. El torpe central se trastabilló al tratar de cambiar de dirección y se fue al suelo ante el aliento cercano del capitán txuri-urdin. Agarró esa pelota sin dueño Barrenetxea, quién si no, y definió raso con potencia desde la frontal del área con la zurda cerca del poste izquierdo de Sommer.

La Real salió con el convencimiento de que podía ser mejor que un equipo con tres Champions y otras tantas Europa Leagues y eso se merecía el premio conquistado en tan poco tiempo. Ahogó al cuadro nerazzurri en su campo, haciendo de la primera parte 45 minutos de espinas y mostrando un nivel futbolístico descomunal, gracias a excelentes asociaciones y unos contra uno demoledores. En ello influyó un juego que descansaba en la viga de Le Normand, Zubimendi y Merino. El central francés, que anda con ciertas dudas estas semanas, mostró su etiqueta de internacional, con una actuación sobria, fuerte y rápida. A partir de ellos, llegó la brillantez ofensiva.

El Inter es un equipo diésel. Lleva su línea y no se mueve ni un milímetro. Su presión era muy tímida, apenas se activaban cuando lograban el milagro de recuperar la bola. Necesitan una larga actividad ofensiva para merodear por el gol. Se preocuparon por exprimir los dos contra uno a Kubo, al que desactivaron unos cuantos minutos, pero el equipo donostiarra no tuvo problemas de vivir volcándose por la izquierda. Eso sí, cuando el japonés tuvo una jugada clara, sacó su chistera y metió un pase imposible entre Pavard y Augusto. Donde cualquier mortal vería imposible colar el esférico, por ahí se metió éste. Le Normad no pudo meter esa pelota de lujo acunada por los pies de Take. La avalancha no cesaba porque no había dique italiano que pudiera contenerla. Cerca del descanso, Oyarzabal lanzó al larguero tras una jugada con mil pases, incluido un bello taconazo, aunque la acción quedó invalidado por fuera de juego.

La única preocupación de los locales era saber si aguantarían los pulmones ante un desgaste físico tan descomunal. Había sospechas y se cumplieron en los fatídicos instantes finales. Además, jugaban los mismos que el domingo en el Bernabéu. Y eso que parecía espantarse esa sombra al inicio del segundo tiempo, con otro arranque espídico. Estaban cayendo en la trampa del equipo experto. Los milaneses se limitaban a jugar sin riesgos, a que no les desarbolaran con balones a la espalda de los tres centrales. Brais estuvo cerca del 2-0 con una falta lanzada por fuera de la barrera y en el córner posterior, Oyarzabal falló un remate a bocajarro, mientras De Vrij pegaba un manotazo no castigado a Le Normand.

El Inter se desesperaba. Los cambios no surtían efecto. Y estuvo a punto de verse reducido a cenizas cuando el árbitro decretó expulsión de Barella en el 65 tras un rifirrafe con Brais. Una pierna se le quedó encerrada entre las dos del gallego y al tratar de sacarla parecía que le pisaba con fuerza, pero el VAR alertó al colegiado de su inocencia. Respiró el centrocampista italiano. Llovían los saques de esquina sobre los dominios de Sommer, que era un coloso. En uno magníficamente botado por Kubo remató Merino lamiendo de nuevo el larguero.

Inzaghi probó con tres nueves, metiendo a Thuran y luego a Alexis, este ubicado en la mediapunta. El Inter es un grupo sabio, conoce los entresijos de la Champions y lo demostró ante el novel donostiarra. En el minuto 79 sonó su campana de montarse en el partido. También puso de su parte Imanol con errores en los cambios, sacando a Barrenetxea, el mejor, del campo y metiendo a Odriozola de extremo, y luego colando en el verde a Pacheco para juntar líneas y amarrar el resultado. Un veloz contragolpe milanés acabó en gol, pero fue anulado por fuera de juego de Augusto muchos metros atrás. Por entonces el partido estaba desordenado y los txuri-urdin empezaban a verse con el depósito de la gasolina en la reserva. Un cambio de juego permitió a Lautaro decir ‘aquí está un campeón del mundo, una plata europea por clubes’. Traoré se despistó con la línea y le cogieron la espalda. La Real, con la extraña sensación de haber perdido, acabó pidiendo a gritos la hora. Mal síntoma cuando has hecho un partido excepcional. Bueno, para ser precisos, 80 minutos de fábula.


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