RAYO VALLECANO 0 - ATLÉTICO 7 / Desfile de goles y delanteros del Atleti en Vallecas

Paseo de los rojiblancos ante el Rayo con la mayor goleada a domicilio. Marcaron Griezmann, Memphis (lesionado), Correa, Llorente y Morata dos veces. Los de Francisco, descolocados y desconocidos.

Patricia Cazón
As
Si el partido comenzó con los Memphis-Grizi, esa pareja sobre la que Simeone quiere colgar los goles en la 23-24, terminó con todos los delanteros del Cholo presentando candidatura en Vallecas. Con Griezmann, Memphis, Morata, Correa y hasta Llorente marcando. Todos. Los que jugaron, claro, que hubo uno que no (João), ni un minuto otra vez, pero de tan normal que resulta ya no es noticia. Ningún gol había recibido el Rayo en dos jornadas de Liga disputadas y se fue ayer de Vallecas con siete agujeros de bala en la red. No había llegado el reloj al segundo minuto y a Dimitrievski ya le tocaba recoger el balón del fondo de su red. Pero es que Memphis hay días en los que parece jugar en pantuflas de tan fácil, cómodo que todo lo hace. Y ayer era uno de estos días del neerlandés en Vallecas.

Con sus botas de fútbol convertidas en zapatillas de andar por casa, recibió ese balón y amagó a Óscar Valentín para esperar a ver con el rabillo del ojo derecho que De Paul se colocaba. Antes de enviarle el balón volvió a amagar al futbolista de un Rayo que encimaba desde lejos, lo que es igual a no encimar. Mientras, un puñado de rojiblancos iban cogiendo sitio a los pies de Dimitrievski como en la primera fila de un festival: la de la defensa de Francisco en la noche, en un ejercicio de defender a dos metros de distancia del rival y solo con los ojos. De Paul recibió el balón y, antes de teledirigir un pase por alto al otro lado del área para el desmarque de un Griezmann que volvía a ser Griezmann y no el primo lejano del pelo rosa pálido en los primeros dos días del curso. Con chispa y una sonrisa, sin que la pelota botara, lo pateó. Red, gol. Aridane habilitaba, Isi no completaba el retroceso, Espino erraba en el intento de despeje. A Óscar Valentín, mientras, no se le habían ido aún los pajaritos de mareo de alrededor de la cabeza.

Dos minutos y una certeza ya sobrevolaba Vallecas: el Atleti como esa canción de Arde Bogota, pura adrenalina y rock and roll, atronando alto en una noche de verano. Bueno, en realidad, dos. Que el césped de Vallecas sería el peor enemigo al que se enfrentaran los equipos. Tan nuevo como mal asentado. De todo menos un césped sobre el que jugar a fútbol. Francisco con Raúl de Tomás como titular y Simeone resignado a que su deseado 5 en este mercado, a cuatro días del cierre de la ventana, lo tuviera ya en la plantilla, ese Barrios que repliega muy rápido y recupera mucho balón, aunque aún se le note que esa no es su posición natural. Pero el traje, con un pespunte por aquí y un apaño por allá, puede funcionar. Y la mezcla con De Paul y un Saúl que fue respirar Vallecas y recordar que una vez fue un Saúl cuyo prime parecía infinito tras el último golpe de cocción en su cesión en Vallecas. Se movían y jugaban entre la adrenalina y rock and roll como lo hacían Busquets, Xavi e Iniesta.

Un Rayo, descolocado y roto

El Rayo, descolocadísimo, desde el inicio fue un juguete roto al antojo rojiblanco. El pase de Saúl a Memphis le pasó por debajo del pie a Aridane que seguía la defensa del Rayo en su encimar pero no. El neerlandés solo tuvo que empujar el balón para que Dimitrievski tuviera que recoger el balón de su red antes del veinte. Un reloj que pasaba unos minutos de la media hora cuando Vallecas mostraba también la otra cara de Memphis. Su sino, su punto débil: la insoportable levedad de sus músculos. Morata ocupó su lugar sin siquiera calentar después de que sintiera un pinchazo atrás, pareció isquio, y levantara el brazo pidiendo el cambio.

Dimitriesvki recogería una tercera vez el balón de su vez antes del descanso, la conexión argentina, esos dos campeones del mundo capaces de entenderse sin mirarse. De Paul asistió. Nahuel se cruzó Vallecas por la derecha para demostrar que comienza este curso como terminó el pasado, todo velocidad y profundidad, como si esa hierba levantada a trozos fuera en realidad tartán en los Mundiales de atletismo en Budapest.

Francisco regresó del reposo bullendo ideas. Pathe Ciss y Nteka sentaban a Unai López y Óscar Trejo para introducirle al partido fuerza, vigor y físico como los chispazos de un desfibrilador para levantar a su equipo. Un Rayo que había mostrado constantes vitales al final de la primera parte. Un poco más compacto, un poco más tranquilo y sin gota de ansiedad: ya perdía 0-3, total estaba ya todo perdido, por delante solo podía ganar. Al menos pulso, respiración. Con la entrada de Ciss y Nteka, el muerto se levantó y el Rayo se acercó a Oblak sin acierto pero con insistencia. En el área contraria, acechaba Morata en modo Morata. Es decir, enviando dócil a las manos de Dimitrievski un saque de esquina que recibió solo, la portería vacía ante él. Lo mismo hubiera dado, en realidad, que lo hubiese enviado a la escuadra. El asistente ya tenía el banderían listo para alzarlo al aire: estaba dos metros en fuera de juego.

Pero era un aviso. Los delanteros del Atleti habían llegado a Vallecas con hambre y querían más, querían todos los delanteros del Cholo. El partido terminaría con la mayor goleada a domicilio de un Atleti que acumulaba cuatro traspiés fuera ya. Por dos veces lo haría Morata para mostrar que eso también es el modo Morata: oportunista, golazos y en dos manos a manos, a menudo su sino. El de Francisco seguiría siendo su propia defensa. Baillu enganchado ante Morata o Dimitrievski regalando un balón a Correa el 0-5. Llorente le pondría el lazo mientras todos los jugadores del Rayo sucumbían ante ese Atleti que fue de verdad un rayo en la noche. Y sin, de nuevo, sin un minuto de João, que espera al viernes y el cierre de este mercado que le lleve lejos como si sonara la Champions.

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