La violencia en Francia, de Huntington a Messi

Estamos globalizados pero no occidentalizados, o no tanto como se creyó

Infobae
Samuel Huntington la hacía fácil. Su modelo de descripción del “Choque de civilizaciones” es esquemático y ofrece una tipología, justamente por eso resultaba atractivo. Lo que no se puede resumir es entreverado, decía un catedrático amigo, quizás esa fue también una de las “magias” del marxismo teórico: su capacidad para elaborar una teoría en formato “Lego”, con etapas y razonamientos acoplables y comprensibles por todos (aunque esa teoría resultara atractiva, su praxis no tuvo éxito en ningún lugar del planeta en cuanto tal).

Que el mundo no se estaba globalizando sino transformándose en “multipolar y multicultural” era un dato obvio que solo los necios no advertían. Bien Huntington. No es cierto que la “occidentalización” era un proceso ineluctable (acertó también en esa puntualización), nunca existió la misma como la advertían sus simplificadores creyendo que Mickey Mouse y Levi’s suplantarían a Mahoma. Los mismos que usan esa ropa, y van al cine, son aquellos que luego creen en lo que creen y sus minorías (son minorías en esos universos, atención) dan un paso más y apelan a la violencia.

Se confundía cierta idea de “occidentalización” con “globalización”, asuntos bien distintos que se mezclaron demasiado tiempo. También acertó Samuel Huntington allí: todos estamos globalizados, pero cada uno en su dimensión cultural, étnica y social, aunque viva en Manhattan, París, La Paz o Buenos Aires. O sea, dicho sencillamente: estamos globalizados pero no occidentalizados, o no tanto como se creyó que semejante asunto nos tragaría el alma.

Agentes de la policía patrullan en motocicletas los Campos Elíseos en Paris  (AP Foto/Christophe Ena)
Agentes de la policía patrullan en motocicletas los Campos Elíseos en Paris (AP Foto/Christophe Ena)

Las tensiones mundiales, sostenía Huntington, se moverán a largo plazo pero en base a relaciones entre civilizaciones. Las guerras se producirían en “líneas de fractura” y el presente, sin llegar a ser una “guerra” (confieso que no tengo claro si la invasión a Ucrania no tipifica en la mirada de Huntington, sospecho que si) empieza a tener ese aroma. Y se aproxima mucho lo que se vive a nivel de conflictos internos en diversos países europeos. Por algo los movimientos políticos de derecha alcanzan un resurgimiento y no es una derecha light la que está reingresando a escena, ahora rescatan un discurso nacionalista ultramontano que empatiza con los que ya están, apelan al orden urgente como referencia previa a todo lo que sea, y logra adhesiones de muchos inmigrantes que -éstos sí- al sentirse integrados, ya no se perciben fuera de la fiesta. Paradójico pero real.

Es un dato que hay grupos de inmigrantes no asimilados (distinto a integrados) en Europa que pretenden “vengar” o empoderarse de la sociedad occidental en la que hoy viven. Sienten que sus padres y abuelos malgastaron sus vidas en un asunto que no les otorgó movilidad social ascendente. Ellos, los del presente, patean, incendian y rompen bienes públicos que no perciben propios, no valoran lo alcanzado por las generaciones anteriores, pues creen que entregaron su vida por una causa que los succionó y que además no les produjo felicidad. Si a eso se leen los párrafos descontextualizados de carácter vibrante del Corán, la cosa se pone ardiente.

Protestas en París
Protestas en París

Todo este asunto sonaba demencial hace unos años, luego con la aparición de los atentados de diverso tipo y naturaleza supimos que Europa era de veras un polvorín, y la tasa de natalidad del europeo anterior (no del migrante ya europeizado de las últimas décadas) estaba estancada: el resultado está a la vista, lo conocemos todos, la demografía lo sabe todo, siempre.

Europa, además no tiene los atentados con arma de fuego constantes que vive Estados Unidos por parte de lobos solitarios o alienados mentales, la violencia en Europa posee otra naturaleza y otra dimensión. Las cosas como son.

La clave es aceptar el nuevo orden mundial en su dimensión actual. Dicho en español, tenía bastante razón Huntington cuando las miradas soberbias (¿cómo las calificamos?) le objetaban ver un futuro fantasioso. No era así. Sus palabras eran advertencias, si alguno creía que exageraba o que nos estaba timando, pues habría que hacerle un reconocimiento público a su clarividencia. La realidad empírica lo avala. De distopía, nada; de cruda realidad, todo.

Foto de archivo de daños en un edificio tras protestas en Marsella (REUTERS/Sarah Meyssonnier)
Foto de archivo de daños en un edificio tras protestas en Marsella (REUTERS/Sarah Meyssonnier)

Si alguna duda quedaba, luego vino Giovanni Sartori y lo que Huntington sugería, el italiano a sus noventa y pico de años no se calló nada. Habló de la Sharía y dijo que viviríamos guerras de religión. Otro que acertó. La democracia no es exportable porque las teocracias creen en la voluntad de Alá en todo. Y no hay manera de hacer converger dos principios de legitimidad que se contradicen. El pueblo y Alá son asuntos entonces que no se concilian siempre. (“Cuando se llevan a cabo asesinatos en masa como los de París o Bruselas, significa que estamos en guerra. Y en tiempos de guerra no se pueden respetar las reglas de la paz porque si lo haces, pierdes la guerra. Estamos ante gente que nos ha declarado la guerra”. G. Sartori. 2016. El Mundo)

Ya hasta resulta antiguo el reproche de Byul Chul Han a Slavoj Zizek sobre si la izquierda podía conjurar la violencia terrorista. Ese debate arrancó por 2015 y la evidencia le dio la razón al profesor de Heidelberg al mostrar que nadie ha podido con el terrorismo. Nadie. También es cierto que el “exceso de libertad” que le reprocha Byul Chul Han al “capital” no es un asunto verídico y se pierde en esa elucubración lateral, pero ese debate indirecto no colabora en este asunto, pero nunca la libertad es culpable de nada. No dejemos pasar esa bola, la libertad es la única garantía de todo, es la última ratio absoluta.

Ahora, irrumpen estas explosiones ciudadanas de violencia reivindicativa o como las quieran llamar, da igual, que arrancan por una queja al sistema jubilatorio en Francia pero que esconde un malestar de otra dimensión y calibre en la base. El resultado es que se rompa todo, que se incendie todo y que se calienten motores a como dé lugar. ¿No suena repetida esta “narrativa”? ¿Ya no vimos otras veces en la historia que los fenómenos de violencia masiva terminan mal? ¿Estamos ante las visiones de Huntington y Sartori nuevamente?

Nadie está loco cuando una sociedad enloquece. O, en todo caso, muchos están locos. ¿De veras la gente enloquece al por mayor y alegremente? Cuando se pierde el horizonte, sí, eso puede pasar. Por eso las revoluciones se llevan puesto todo, porque se inician y a sus propios instigadores -aunque tuvieran algo de razón en su denuncia- la maquinaria de alienación se los deglute. Las revoluciones son trombas enloquecidas que aplastan todo y al final pasan raya para ver qué quedó. Se degluten a sí mismas, en todas y con todos. Esta es la verdadera ley del asunto. Cuando la violencia se transforma en algo que empieza a reproducirse, no siempre se está a tiempo de bajar la pelota y de apagar el incendio. Y todo pasa en un segundo. Es un segundo el instante fatal. Un segundo que hay que evitarlo como sea. Entonces el tema es el tiempo y el momento. Entender los segundos es la clave de todo.

¿Me permite el lector una bajada al mundo de la cultura masiva para ilustrar la idea que busco expresar con otra dimensión? Si en el mundial del fútbol pasado, Lionel Messi no lo ganaba, hubiera sido el rey de los fracasados, su derrota rotularía que había perdido siempre con su selección (borrando que ganó todo, absolutamente todo lo demás y nadie se lo recordaría nunca) y a la vez Kylian Mbappé habría sido el gigantesco campeón mundial, la nueva super estrella planetaria emergente, con dos mundiales antes de los 23 años, siendo el mayor goleador de la copa del mundo y con un futuro por delante de tres mundiales más. Y todo pasó al revés porque en pocos segundos se entendió el momento. ¿Me explico? Pocos segundos…

Todo pasa en poco tiempo, en pocos segundos, en la vida, en el deporte, en los conflictos sociales y políticos. Hay que estar muy despierto para no reaccionar tarde.

Acá, desde la distancia, se tiene la impresión de que Europa no termina por comprender el desafío que vive en estos segundos. No se capta la presión del tema o se lo simplifica para no encararlo. Y son segundos nada más. Ya no queda tiempo para improvisar nada.

Lo curioso del tema es que, entre estos pensadores y algunos aún más clásicos, todo se lo vio venir, todo; sin embargo, la política no ha podido solucionar el conflicto. Y esto es lo grave porque si el déficit democrático planetario -por estas horas- se agudiza, y si a eso le añadimos liderazgos con poca prevalencia real en la gente, no liderazgos por descarte como se viven en buena parte del planeta, en fin, la cosa se empieza a poner inquietante. Justamente, así es como luego se padecen dramas en la historia que luego al repasar en el tiempo, todos lloran la tragedia, pero que a la hora de frenar y actuar solo muy pocos tienen el coraje y la racionalidad para hacerlo.


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