El centro de gravedad permanente del Madrid

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El Clásico tejano desempolvó los dos grandes ejes existenciales en los que se ha debatido el Real Madrid reciente: ¿es posible campeonar de manera continuada sin un delantero centro o un superdotado para el gol (Cristiano, Mbappé, Haaland...)?, y ¿emplear un centro del campo armado con aliens y predators en el lugar de los violinistas sobre el tejado? Un bolo veraniego no va a resolver esas dos líneas de debate, la levedad de la medular y el peso del gol, en términos de Kundera, pero sí que inquieta que siga sin verse un modelo incontestablemente exitoso en el horizonte blanco.


Porque este fibroso 4-3-1-2 con Bellingham empotrando al rival ha sonado de lujo contra Milan y Manchester United, pero no pasó una de las eternas pruebas del algodón en clave madridista, el Barça. Cuesta imaginarse un Madrid que aparezca ante Ter Stegen hasta 29 veces y, teniendo a Mbappé o Haaland, no desemboque ese torrente ofensivo en un par de goles como poco. Incluso en la Decimocuarta vimos al Benzema más nueve pese a su alma de diez y por fin empadronado en el área como primera residencia.

La franja ancha del campo es el otro centro de gravedad que no termina de ser permanente. Ancelotti despliega sus jóvenes unidades de desplazamiento (Camavinga, Valverde...) para presionar altísimo y disparar transiciones con un ritmo interestelar, pero a la hora de armonizar la construcción del juego, las miradas se iban en Dallas al banquillo, donde ‘vegetaban’ Kroos y Modric. En tiempos de máscaras de hipoxia, big data e inteligencia artificial, materia gris artesanal. El pie fino nunca sobra. Otro debate, mira por dónde, que tampoco pasa de moda.


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