Gracias por esta fiesta, Román
Mientras todo el club trabaja en la despedida del ídolo, Boca pasó vergüenza en Mendoza. Un 4-0 lapidario que da como para ni asomarse a la calle. ¿Qué vamos a celebrar el domingo?
Lo que pasó en la noche de este jueves, para quienes todavía no lo midieron, entra de cabeza en la historia negra de Boca, una de esas páginas que uno quiere quemar. Hay una imagen final que es una puñalada: Tello Figueroa, a los 90 exactos, termina el partido. Un acto de piedad. De lástima. Damos pena. La última jugada fue todo un símbolo: Weigandt rechaza y la pelota le pega en la cara a Varela, que queda groggy en el césped. Un blooper. A los 12 del segundo tiempo, Pol Fernández estaba por darle de zurda a una pelota que buscaba red pero terminó pegándole una patada al Colo Barco, que se le metió insólitamente en el medio. Boca versus Boca. Boca, el peor enemigo de Boca. Boca haciéndose la vida imposible.
Las prioridades están definitivamente trastocadas. Este mismo viernes, en las horas previas al papelón frente a Godoy Cruz, antes de que el equipo se comiera un ole histórico, un toqueteo que le hizo hervir la sangre a Medina hasta hacerlo correr 50 metros como un desaforado para cortarlo, los abonados de Boca se desesperaban por sacar una entrada para la despedida de Riquelme. Se armó revuelo, incluso, porque las entradas que faltaban en la plataforma sobraban en la reventa, un negocio sospechoso vaya uno a saber de quién... Muchos, pero muchos, parecen darle más bola a un partido en joda, a un show bussiness estilo yanqui -con el indisimulable toque mersa argento- que a la realidad del club y del equipo.
Justito antes de que el partido arrancara en el Malvinas Argentinas, River le ganaba a Instituto y dejaba a Boca -en ese momento con siete partidos por jugar- sin chances de alcanzarlo. A ver si lo entendemos: a seis fechas del final del torneo, Boca se quedaba matemáticamente sin posibilidades de pelearlo. Es durísimo de sólo pensarlo. Durísimo. A ver: iba a pasar más temprano que tarde, no había un solo hincha de Boca, a esta altura, que creyera que el torneo podía pelearse. Pero una cosa es esa mirada vaga de la realidad y otra es que River le saque ¡22 puntos! en un campeonato. Es cierto, luego de ganar los dos últimos torneos, Boca no tenía urgencias por quedarse con éste. Ni siquiera necesidad. Pero sí la obligación de luchar. La camiseta, el nombre, la historia se lo reclaman. Y Boca sabe, además, que es el único capaz de hacerle comer los mocos a River. El único que le puede tirar la chapa encima y hundirlo. Convertirlo en una sombra. Pero ahí está River, en el primer torneo post Gallardo, arrasando todo a su paso. Y acá estamos nosotros, rifando prestigio.
Sin embargo existe ese otro mundo -distinto de éste que sufro-, un mundo snob, superficial o simplemente estúpido, que se preocupa por el homenaje a Román. Ocho años después de su retiro en Argentinos, nueve años después de su último partido con la azul y oro, tres años y medio luego de haber asumido como vicepresidente del club y a cinco meses de las elecciones. El que no vea en este partido un acto proselitista, con un enorme sentido de la oportunidad y hasta un tremendo slogan de campaña ("Un partido para toda la vida") es un ciego. Y de los peores: de los que no quieren ver. Más allá de lo justo y reconfortante que pueda ser premiar con esa última tarde al mayor ídolo de Boca.
La fiesta en las tribunas -las bengalas, los cantos- es un out of context más en la vida de Boca. A esa gente que fue, le están metiendo la mano en el bolsillo. Le chorean hasta la posibilidad de ser feliz en una cancha. Hubo apenas un reproche en el primer tiempo ("Movete Boca, movete"), sólo eso. Y después, a bancarla. Amor y pertenencia. Identidad. Sentido común. Ellos sí quieren de verdad al club.