Esto es Ucrania: escenas de la vida cotidiana trastocadas por la guerra y la lluvia de misiles
Las sirenas que alertan de posibles bombardeos suenan constantemente en Kiev y Kharkiv. Los ucranianos atraviesan el miedo todos los días, logran salir del estado de trauma en minutos y se aferran a la esperanza
-…¿Amarga y triste?
-Alocada aún pero con amargura.
-Sí, es así. Yo solía tener una risa increíble. Solía reír tan fuerte… Mis amigos grababan mis risas y las usaban como ringtones, la escuchaban cuando estaban tristes. Y yo ya no río de ese modo desde hace un año y medio. Eso es lo que extraño más: esas situaciones en las que podías reír como si no hubiera ningún peligro en el mundo, como si no fueras a dejar de ser libre nunca.
La entrevista se interrumpe de golpe. La grabación registra el motivo: una potente explosión que deja a todos en silencio. Después de la sorpresa -hacía meses no sonaba un estruendo así de fuerte y cercano en el centro de Kiev- Tata Kepler y su equipo recuperan la lucidez. Ella da un par de órdenes en ucraniano, busca dos bolsos, deja su té sobre la mesa y empieza a mover las manos como indicando una dirección en la que caminar. La seguimos: salimos del salón en el que estamos, atravesamos un jardín lleno de sol primaveral, y entramos en otra ala del edificio para dirigirnos al refugio bajo tierra. Mientras, comienza a sonar la alarma. No debía suceder así: por lo general hay quince minutos entre la alerta y la llegada de los misiles, pero esta ocasión fue diferente, algo más veloz cayó en la capital de Ucrania.
Para los ciudadanos de Kiev, mayo fue el peor mes desde octubre del 2022 -cuando los restos de un misil ruso cayeron en una plaza del centro frente a la Universidad Taras Shavchenko y mataron a una persona-. Durante todo mayo los rusos mandaron misiles crucero y drones como para hacerle perder el sueño a cualquiera: Kiev fue una vez más una ciudad donde nadie dormía, pero los días solían ser tranquilos. “Igualmente, confiamos en nuestras defensas antiaéreas”, dice Tata, ya en el refugio, más tranquila una vez que constata que todo su equipo está con ella.
Tata tiene 37 años y el pelo con rastas rubias. Hasta antes de la invasión, era la encargada de un bar de cócteles en Kiev, “el más cool del país”, dice, pero esa vida quedó atrás. Cuando comenzó la guerra decidió -fue, más bien, una decisión colectiva, simultánea y primitiva- que debía hacer algo por su país. Y entonces, como tantos otros, se puso a recaudar dinero. Pocos meses después se convirtió en un ícono de la resistencia civil. Juntó desde febrero del 2022 a esta parte más de 6 millones de dólares, los cuales destinó a la compra de drones, medicinas y equipamiento para los soldados de la primera línea. Ella misma con su equipo de dedicó y se dedica a reunir el material y viajar en camioneta por todo el frente entregándolo.
Ahora estamos en el refugio de su base operativa en Kiev y continuamos la entrevista bajo tierra. A nuestro alrededor cuatro bailarinas de ballet de entre 13 y 15 años lloran silenciosamente, su clase de danza fue interrumpida por la explosión y tuvieron que correr a refugiarse. (Serán solo cinco minutos de llanto, luego volverán a reír, porque así de rápido es ahora el vaivén entre la felicidad y la tragedia).
-¿Es tu primera entrevista en un refugio? -preguntamos.
Tata afina los ojos, gira la cabeza y mira a su alrededor. “¿En un refugio?… Sí, es la primera entrevista durante una alarma”, dice, y se ríe.
-¿Cómo llevás esta vida? Uno se asusta, luego se acostumbra, luego vuelve a caer una bomba y uno se vuelve a asustar. ¿Esta es la vida?
-Mirá, nosotros vamos a la línea de frente casi todas las semanas, así que la experiencia ahí es súper diferente: escapar de un drone kamikaze que se dirige directo a vos, cuando caen ataques a doscientos metros tuyos… Pero la verdad es que cuando vas a estos puntos súper calientes en el mapa, ya sabés lo que te vas a encontrar. Pero en Kiev es diferente. Aquí hay algo así como una vida normal, entonces esto de repente interrumpe algo. La vida, supongo.
La alerta no termina pero todos en el refugio deciden salir, abajo hace frío, está húmedo y no hay señal de teléfono; arriba hay sol y una ciudad llena de árboles en flor. “Confiamos en nuestras defensas aéreas”, dicen todos, y marchan a la vida. Era solo cuestión de pasar los primeros diez minutos de miedo, salir del trauma y aferrarse a la esperanza.
“No sabés qué esperar, qué será mañana, y toda tu vida y tus planes y tus sueños simplemente se detuvieron, y entonces hacés lo mejor que podés por el presente, eso es todo, eso somos nosotros hoy”, dice Tata, y nos despedimos.
Una hora después las cafeterías de la capital vuelven a estar llenas. Hay un café de especialidad por cada esquina y se venden chocolates y croissants de todo tipo. Las vidrieras y los mostradores no hablan de la guerra, las calles están repletas de monopatines que van de un lado a otro, se alquilan por minuto a través de una app y los hay en todos lados. Otra app anuncia las alertas con la voz de Mark Hamill -el actor que interpretó a Luz Skywalker en Star Wars- y cuando empieza el peligro dice cosas como “vayan al refugio más cercano, no te confíes: tu exceso de confianza es tu mayor debilidad”. Y cuando termina el peligro su voz otra vez dice: “ya pasó la amenaza, que la fuerza que te acompañe”. No es fácil entender si es un chiste, el gesto de humor de un pueblo guerrero, o una apelación real a la épica de una guerra entre el bien y el mal.
En otro lugar de la capital, un espacio de co-working lleno de luz y mesas modernas, el ex Ministro de Defensa de Ucrania, Andriy Zagarodnyuk, dice que deben seguir resistiendo porque con seguridad la guerra no va a terminar antes del 2024. “Rusia no está alcanzando ninguno de sus objetivos en esta guerra. Eligieron un plan muy riesgoso porque en caso de perder, lo perderán todo, incluso su propio régimen, pero el peligro aquí es que esto se convierta en una guerra infinita”, dice. Y agrega: “Están mandando un misil a la semana, o varios misiles a la semana, lo hacen sin parar, entonces no podemos relajarnos nunca, eso es uno de los grandes riesgos de una guerra prolongada. Por otro lado, si se centran en el Donbas, puede que esto empiece a parecer un conflicto congelado, durante el cual ellos van a ocuparte de recuperar su ejército, rearmarse, y volver a probar la invasión en unos años”.
La gestión en Defensa de Zagarodnyuk duró unos pocos meses, desde agosto del 2019 hasta comienzos del 2020, pero su salida respondió a una renovación total del gabinete. Hoy es asesor del ministerio en cuestiones especiales y una de las personas que más sabe del conflicto a nivel militar.
-Se habla siempre de la victoria de Ucrania. ¿Qué sería una victoria?
-La victoria sería expulsar a la tropas de Putin fuera de Ucrania -eso es lo más importante-. Después establecer que Putin es un criminal de guerra -que lo es, pero es necesario que sea condenado-. Y también la victoria supone recuperar a los prisioneros, y recuperar a los niños deportados a Rusia, eso es fundamental. Además debemos establecer las condiciones internacionales para que no sea capaz de volver a intentar una invasión.
-¿Entrar en la OTAN?
-La idea de ser miembros de la OTAN es compleja. Será decidido solo cuando la OTAN entienda que Ucrania es una pieza crítica en la seguridad de Europa. Si la OTAN piensa que el único que se beneficia es Ucrania, no va a suceder. Y hasta el momento la mayoría de los países de la OTAN no entienden por qué necesitan de Ucrania, solo piensan que Ucrania necesita de la OTAN. Y básicamente, ese no es el modo de entrar al club.
Como todos en Ucrania, Zagarodnyuk es un hombre apurado. Nadie sabe cuánto puede durar una reunión, cuándo serán interrumpidos por el sonido de la sirena o la voz de Skywalker advirtiendo el peligro. Da respuestas concretas y en velocidad, se expresa sobre cada punto y tiene incluso tiempo para reflexionar en lo que dice, pero todo es sin pausas, sin silencios, sin pérdida de tiempo. Luego de la entrevista, saluda amablemente y sale del edificio rumbo hacia alguna otra reunión.
Kiev habita un lugar extraño entre el apuro y la demora: quiere ganar con urgencia pero intenta retener para sí esos momentos de descanso, de pérdida de tiempo. Y en ese algoritmo, cada ucraniano encuentra su manera de ejercer la resistencia.
“No tuve tiempo aún de pensar en todas las cosas que vi en este tiempo. Al principio quise tomar notas de lo que estaba pasando en la ciudad con la invasión, pero después me uní a las defensas territoriales y ya no tuve tiempo”, dice Denys Kobzin desde otra oficina en otro lugar céntrico de Kiev. Denys es sociólogo y se dedicaba al estudio académico hasta el 2022. Cuando empezó la guerra a gran escala, decidió alistarse. De su vida previa le queda, además de los recuerdos, una investigación de campo que arroja que los únicos dos motivos que unen a todos los ucranianos son los grandes desastres y los hechos que hacen que todo el mundo hable de Ucrania. “Y este conflicto tiene las dos cosas: es un desastre y muchísima gente en el mundo habla de Ucrania. Y tenemos estas dos cosas en su máxima expresión. Así que estamos unidos como nunca antes en la historia. Por desgracia, seguramente cuando termine la guerra volveremos a pelear por otras cosas”, dice.
Aunque hoy vive con su esposa en Kiev, Denys y su familia son de la ciudad de Kharkiv, donde estaba cuando comenzó la guerra. Durante los primeros dos días no supo qué hacer y el tercero salió a la calle a intentar anotarse en algún grupo de defensas territoriales, las fuerzas civiles que se unieron al ejército. Le costó encontrar una unidad que lo tomara porque eran miles los ucranianos que salieron a pedir armas para defender su ciudad. Denys realizó esa búsqueda en compañía de su hijo de 27 años, que también quería alistarse. Cuando finalmente encontraron una defensa que lo aceptara, su hijo fue rechazado por un problema de salud. Más allá del patriotismo, Denys se alegró.
Desde ese día a hoy, participó en todo tipo de misiones. Estuvo un tiempo con las fuerzas civiles y finalmente se unió al ejército, participó de una compañía de exploración en Kharkiv y entró en contacto con las fuerzas enemigas numerosas veces. “Algunas de las situaciones que más me conmovían era entrar a una casa en un territorio en disputa y ver que todo el mundo se había ido pero quedaban algunas mascotas, perros o gatos en muy mala condición, agonizantes y esperando que volvieran sus dueños, pero eso no iba a suceder y me hacía sufrir mucho verlo”, cuenta.
A casi 500 días del comienzo de la invasión, Denys ya no está en la línea de batalla sino en el Estado Mayor en Kiev trabajando con los soldados en el análisis de los errores cometidos: su nueva misión es enseñar a los oficiales ucranianos a lidiar mejor con sus errores para incorporar las lecciones que cada uno de esos errores puede dar.
Su ciudad, Kharkiv, la segunda ciudad de Ucrania en tamaño y población, hoy vive una situación parecida a Kiev pero sin tener la misma calidad de defensas antiaéreas. A solo 40 kilómetros de la frontera con Rusia, es mucho más difícil para la ciudad derribar los misiles que se dirigen a ella. Así, muchas veces los habitantes bromean con que las sirenas suelen sonar unos segundos después de que suenen las explosiones. Así, son menos las veces que bajan al refugio -dado que se enteran cuando la amenaza ya se concretó-, pero son muchas más las veces que escuchan las explosiones. Lo que Kiev vive durante algunas noches -sirenas constantes-, Kharkiv lo vive durante el día.
Es que estar en Kharkiv es escuchar las sirenas al menos seis veces por día. Y es también ver los rastros del desastre en el centro de la ciudad y en los alrededores. El barrio de Saltivka, en la frontera norte, es una postal bañada en hollín y vidrio. Durante los primeros dos meses de la invasión fue el lugar por el que los rusos quisieron entrar. Bombardearon y bombardearon, y si antes de la guerra vivían 500 mil personas (un tercio del total de la ciudad), hoy queda menos del 30%. Se ven pocos vecinos caminando por sus calles y el pasto de sus muchos espacios verdes hoy está crecido como si se tratara de un jardín abandonado por décadas. Los rusos ya no intentan entrar, pero el asedio dejó rastros en cada esquina.
En algún lugar alrededor de Kharkiv hay también un lugar llamado “cementerio de misiles”. Es un descampado en el que acumulan los restos de los misiles que cayeron en la región. Hay misiles de crucero, los balísticos, están las bombas racimo y los restos de mortero. Son toneladas y toneladas de un metal que perdió su forma. Son las bombas que explotaron y alguien recogió, un proyectil que precedió una alarma y que bien puede haber terminado con la vida de una familia. Ahora parecen chapa vieja, un tigre sin dientes tirado en el campito. Pero todos saben que atrás suyo vendrán otros. La legión de fuego y hierro. Lo sabemos nosotros también, mientras filmamos el cementerio y vuelve a sonar una explosión enorme que hace vibrar el suelo. Unos segundos después, como un chiste, la alarma. Nos refugiamos en el bosque. Los ucranianos a nuestro alrededor nos dicen que serán unos minutos, que ya pronto volvemos a la vida.