Choque entre Suecia y Turquía
La quema de una edición del Corán en Estocolmo como parte de una manifestación ha despertado la furia de Ankara, que mantiene la negativa a la adhesión de Suecia a la OTAN.
Esta escena ha sido parte de una manifestación polémica celebrada este mismo miércoles en la capital sueca, frente a una mezquita. La coincidencia con la festividad musulmana de Eid-al-Adha, una de las más importantes en el calendario islámico, tampoco ha sido casualidad. Aunque la policía de Estocolmo ha permitido el acto “de acuerdo con el derecho a la libertad de expresión”, asegurando que “no había riesgo para la seguridad”, la justificación ha sido menos que insuficiente para Ankara. Como telón de fondo, la incierta adhesión de Suecia en la OTAN.
Arde un Corán, se congela la Alianza Atlántica
Un nada disimulado giro islámico ha marcado la política del líder turco, Recep Tayipp Erdogan, desde que entrase hace más de dos décadas a un gobierno del que nunca se ha planteado salir. Si ya eran pésimas las relaciones entre ambos países por el apoyo escandinavo al independentismo kurdo, la protesta ígnea no ha hecho sino incendiar todavía más una enemistad jamás escondida.
La reacción de Turquía ha sido violenta y directa. Sin cortes. El “acto atroz”, según ha definido el ministro de Relaciones Exteriores de Turquía, Hakan Fidan, complica la incorporación de Suecia a la Alianza Atlántica. Depende de que Erdogan dé luz verde, y este episodio ha enganchado el semáforo en ámbar permanente.
A través de un comunicado, el propio Fidan ha reafirmado la posición turca diciendo que “es inaceptable permitir estas acciones antiislámicas bajo el pretexto de la libertad de expresión”, a lo que ha añadido que “hacer la vista gorda ante actos atroces es ser cómplice de ellos”.
Y algunas autoridades turcas han dado un paso más allá en la retórica agresiva. El director de Comunicaciones del gobierno turco, Fahrettin Altun, ha agregado vía Twitter lo siguiente: “Estamos hartos de permitir la islamofobia y los continuos casos de odio hacia nuestra religión por parte de las autoridades europeas, especialmente en Suecia”.
Apartando todo tipo de segundas intenciones y con todas las cartas de la baraja encima de la mesa, Altun ha ido al grano: “Aquellos que buscan convertirse en nuestros aliados de la OTAN no pueden tolerar ni permitir comportamientos destructivos de terroristas y xenófobos”. La sensación que se respira en el palacio presidencial turco es de disgusto, porque sienten que llueve sobre mojado, pero también de cierta soberanía, puesto que la última palabra en el asunto de la adhesión la poseen ellos. Que tienen la sartén por el mango.
En el seno de la Alianza Atlántica temen que el plan de anunciar la unión de Suecia de manera formal se trunque. La hoja de ruta es clara: admitir al país escandinavo antes del 11 de julio, fecha en la que se celebrará la próxima cumbre oficial en Vilnius, la capital de Lituania. Un paso atrás, en un momento como este, es un mensaje de debilidad ante los adversarios de la OTAN que se antoja inasumible. Como suele ocurrir en el patio de la geopolítica, la pelota está en el tejado de Erdogan.