Vinicius ha puesto el dedo en la llaga

Alfredo Relaño

La cuestión Vinicius ha hecho crisis y ha terminado por trasladar al exterior una imagen de este país como racista. Serán o no reprochables algunas de sus actitudes en el campo, pero lo que él haga mal no se puede colocar en simetría con los constantes insultos racistas que recibe, sin apenas efecto visible de reproche. Cuando a la Fiscalía de Madrid llegaron los gritos de “¡eres un mono, Vinicius eres un mono!” con que fue recibido el autobús del Madrid en el Metropolitano, archivó la denuncia porque si el contexto de rivalidad, porque si eran pocos… Ayer el autobús del Madrid llegó a Mestalla entre esos mismos gritos. El ‘provocador’ era provocado.


Luego, los mismos que gritan fuera gritan dentro. No todo el estadio a coro como dijo Ancelotti, pero sí los bastantes como para que Courtois los oyera, y no el árbitro; y para que el propio Vinicius los oyera, y tampoco el árbitro, y gallardamente exigiera que se llevaran a uno al que identificó claramente. Sólo entonces De Burgos activó el protocolo, tarde y mal, ante las exigencias de Ancelotti. El de ayer no fue un caso extra. Lo que ha pasado en Valencia ha pasado muchas veces, y al parecer sólo había preocupado a Tebas. Ni siquiera el Madrid se sumó a sus denuncias. Pero lo de ayer ha trascendido decisivamente porque Vinicius ha puesto pies en pared.

No hemos tomado en serio esto, malacostumbrados como estamos a los borriqueríos en el fútbol. Y también porque no tenemos aún la piel y el oído lo bastante finos para las ofensas racistas, hoy intolerables en las sociedades más avanzadas. Ha tenido que venir este muchacho que juega como los ángeles y se exaspera con facilidad a explicárnoslo, a gritar un digno ¡basta ya!, a señalar con su índice en Mestalla a cada uno de nosotros. El mundo le ha hecho caso, basta escuchar a Lula da Silva o echar una ojeada a la prensa de por allí. Ahora falta que se lo hagamos nosotros también. Ha puesto el dedo en la llaga y pienso que con ello en realidad nos hace un favor.

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