Saúl vuelve, el Atleti también

El canterano, en el once, fue autor de uno de los goles de un Atleti que abrocha la próxima Champions y de nuevo es segundo. Carrasco y Correa completaron la fiesta. Morata se fue conmocionado.

Patricia Cazón
As
Plof. La última gota de lluvia se estampó contra una de las lonas de los hinchables en el párking del Metropolitano poco antes de las cuatro. Asomaba el sol para espantar la nube negra posada sobre el campo rojiblanco, y su Día del Niño, a la hora de comer, como un anuncio de lo que estaría por venir en la tarde. El Atleti lograría abrochar la próxima Champions en una temporada con más tormentas de lo imaginado en agosto, a tres fechas del final.

La alineación del Cholo había llegado un rato antes con sorpresa: Saúl regresaba al once por la baja de Lemar. Un Saúl titular tres meses después. Salió espoleado el Atleti, con mando y balón, y dos futbolistas llenándolo todo. Uno, el de siempre, Griezmann. El otro, ese Saúl que crecía desde la presión, corriendo con energía, como quien persigue un último tren.

No había llegado el reloj al minuto y medio y Grizi ya había enviado, con la diestra, un balón que lamía el larguero antes de irse fuera. Mientras Osasuna miraba, porque poco más podía hacer ante el otro tipo de lluvia, la del fútbol, que no dejaba de caerle encima por mucho que permaneciera en la cueva desde que el partido había comenzado, el Atleti no dejaría de estrellarse en los palos. Fueron tres en poco más de quince minutos. Aquel de Grizi, uno de Saúl en un poste en el 11′ y otro de Grizi, en el contrario, en el 16′. Dos goles habían hecho también en ese tiempo los rojiblancos, pero ambos de Morata y, claro, en fuera de juego.

Osasuna, que no pisó el área de Grbic hasta el minuto diez, con un disparo lejano de Aridane, se instalaría en el partido tras una orden de Arrasate: adelantar líneas y presionar más arriba. El Atleti se atoró y se desinfló, evaporada toda su fuerza como un Sansón que se ha quedado calvo. Desactivado el juego de ataque rojiblanco, Osasuna igualó el partido y, por momentos, lo controló bajo la brújula del pie de Aimar, aunque sin peligro. Entonces, a un minuto del descanso, plaf, David García le propinaba un golpazo terrible por detrás a un Morata que caía a plomo sobre el círculo central. La pelota, sin embargo, siguió corriendo. El despeje de David García le cayó a Saúl, que cedió rápido hacia la derecha para la carrera de Grizi, quien le regaló el gol a Carrasco. El 1-0 se celebró contenido, por mucho que significara ese gol para el punto y final que no deja de buscarse cuando las temporadas se inician, la Champions, sin dejar de mirar la grada al doctor Celada junto a un Morata que se fue a los vestuarios, visiblemente conmocionado, cuando aún quedaba un minuto de juego.

El regreso de Saúl

Del descanso no regresó y en su lugar lo hizo un Correa que entraría tocándose la tibia. Tampoco volvería un Chimy Ávila tan intrascendente que es como si no hubiese jugado. Arrasate introducía a Juan Cruz para cambiar el sistema, con defensa de cinco. El Atlético controlaba el resultado sin dejar que Osasuna se creyera que había partido. Entonces, como la última vez que Saúl había sentido el cosquilleo del gol en la bota y el ánimo, De Paul calcó la jugada que en la primera vuelta había hecho contra Osasuna, en Pamplona: entró en el área con el balón y se lo cedió al canterano, quien controló con el pecho y pateó con la diestra al corazón de la red de Herrera. El Metropolitano estalló, ahora sí, celebrando ese gol que ahondaba en ese objetivo que llegó a parecer lejos, muy lejos, en un momento del año mientras Saúl corría como tantas veces lo hizo, besándose el tatuaje en su muñeca tras un golazo, y un estadio a sus pies.

Arrasate agotó los cambios sin modificarle el gesto descafeinado a Osasuna porque el Atleti agrandaría el marcador con un futbolista que nada más hacer el 3-0 cayó en la hierba con los dedos hacia el tercer anfiteatro: era Correa y había definido con la diestra y con el alma, para su madre, una pelota de De Paul. Saúl seguiría amenazando a Herrera cada vez que pisaba el área, como el niño que busca que una tarde no se termine nunca. La tarde en la que el Atleti certificaba la Champions y el Real Madrid, con su derrota, le devolvía la plata en la tabla. 


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