Para Rodrygo no fue amistoso
Dos goles del brasileño, el segundo excepcional, culminan la remontada del Madrid en Sevilla en un partido muy afeitado. Acuña volvió a ser expulsado.
Partidos de final de temporada presentan rarezas como estas: un Madrid sin delanteros, un Sevilla con el cuerpo en el Pizjuán y la cabeza en Budapest, una tormenta tropical sobre Nervión y dos alineaciones con un puntito estrafalario. Mendilibar, que vino a atender a un moribundo y puede acabar liderando a un campeón, hizo debutar a Manu Bueno, mediocentro de 18 años. Solo para él y para Rodrygo será imborrable el partido. Y Ancelotti cuadró el círculo para evitarse a Hazard: Ceballos, como teórico interior izquierdo en un 4-2-3-1, con Modric en la mediapunta. Quedó claro que importaba más el mensaje (al belga) que los puntos.
Rafa Mir madruga
Hace semanas que el Madrid pide la hora en la Liga, y cuando se pierde la ilusión, también es fácil perder el norte. Le sucedió en Girona, en Anoeta y en Valencia. También de salida en Sevilla. A los tres minutos ya besaba la lona. Fue tras una llegada de Acuña, que jugó este viceamistoso como si aún siguiera en la final del Mundial, dos rechaces de la defensa del Madrid a ninguna parte y un descabello final de la zurda de Rafa Mir, el ariete B de Mendilibar. Se levantaba una cordillera frente a un Madrid sin ganas ni balas, porque las mejores se habían quedado en Madrid. Benzema, porque lleva tiempo fuera de onda, probablemente por una merma física. Vinicius, por no molestar. Hay lesiones menores que resultan providenciales.
Después de aquello el partido fue y vino en un trasteo sin emoción que se vio brevemente interrumpido por un pase cruzado a Lucas Vázquez que solo imaginó Ceballos y un perfecto centro del gallego que, en boca de gol y con Bono desarmado, Rodrygo echó fuera. Esas cosas les suceden con mayor frecuencia a los que no nacieron nueves que a los que lo traen desde la cuna.
Sevilla y Madrid se repartían el dominio, la pelota y la falta de profundidad. Cerca de la media hora, también los goles. Fue tras un rondo de dos minutos del Madrid. Cansado de gilipases, Tchouameni fue el primero en decidirse a pisar área y antes de que llegara a ella le mandó al suelo Lamela. Ese golpe franco le sirvió a Rodrygo para probar que vale para cualquier cosa. También para que quedara claro que Bono ya estaba en Budapest. El disparo del brasileño entró por su palo mientras él, hombre de piedra, contemplaba la escena. Un medio pasito al lado contrario le dejó fuera de la jugada. El gol, en su único disparo a puerta en la primera mitad, salió al paso de ese Madrid sosote que tardó 33 minutos en hacer su primera falta, que curiosamente acabó en amarilla a Lucas Vázquez. El frasco de la adrenalina se acabó con el 4-0 del Etihad.
El Sevilla, propulsado desde las alas con Acuña, Bryan Gil y Lamela, ponía más nervio. El ex de River pudo llevar al Sevilla con ventaja al descanso. Se le marcharon dos ocasiones estupendas: su primer remate se estrelló en el palo, el segundo lo recogió la grada.
Al otro lado, el Madrid quedaba en clara indefensión por falta de intensidad, de delanteros y de dibujo. Ceballos era un marciano en la izquierda, Modric no tenía llegada como segundo punta y Valverde mantenía ese bajo perfil de las últimas semanas. Solo Rodrygo era capaz de ganarle terreno al mar sin más auxilio que su talento.
La joya
La segunda mitad parecía tener aún menos pulso, hecho no achacable a Acuña, que se tomó el partido como la final que no podrá jugar el miércoles. Una arrancada suya estuvo a punto de darle el doblete a Rafa Mir. Luego, como si tuviera guardada la rabia de su expulsión ante la Juventus, la soltó de mala manera. Le tiró un tornillazo a Ceballos que le costó la roja. Una falta de contención que estropeó mucho el final cuando el campo y parte de los jugadores de Mendilibar la tomaron con el sevillano.
En la recta final, Mendilibar entró en modo Europa League y con los cambios fue dejando pistas de su alineación ante la Roma. Cada uno de los salientes (Rakitic, Bryan Gil, Lamela, Gudelj...) se acercó a su titularidad el miércoles.
También Ancelotti, con menos margen de maniobra, fue dándole naturalidad a su dibujo. Entró Camavinga para jugar en tres posiciones en poco más de media hora y puso un nueve, Álvaro Rodríguez. El canterano llegó a tiempo de acompañar con la vista la joya que escondía este partido sin sal. Rodrygo tomó un rechace casi en área propia y corrió hacia la contraria mientras Modric y Kroos diseñaban la jugada, que volvió al brasileño ya en campo sevillista. En carrera, con pies de bailarín y dos recortes, hizo desaparecer a Montiel y mandó un pase a la red. Fue un gol con piel de seda de un futbolista excepcional al que solo le falta una cima: la jerarquía.