Napoli campeón: las claves de un equipo que quedará en la historia de la ciudad
El empate ante Udinese le permitió volver a consagrarse después de 33 años; los hinchas invadieron el campo de juego, en una fiesta caótica y mágica
Fue un sufrimiento, de principio a fin. Napoli hace algunos capítulos que juega con las medias bajas y la lengua afuera, un poco por el estrés que significa la pelea por el título para un club que no suele hacerlo y otro poco, por la vorágine de la doble competencia, con la Champions League, que lo dejó al límite, físicamente hablando. Perdía por 1 a 0, casi desde el comienzo, por una obra de arte de Sandi Lovric, una figura del equipo en el que juega Tucu Pereyra. Con un esfuerzo mayúsculo, consiguió el empate por obra de su goleador, Victor Osimhen, que hasta perdió la máscara en la celebración.
Sellado el 1-1 definitivo, la invasión de los hinchas napolitanos, en casa ajena, provocaron la algarabía, la emoción y hasta los incidentes. Una pasión desbordante.
Más tarde, de Udine hacia Nápoles, la fiesta interminable. Unos 600 kilómetros de música y color.
Fue un triunfo tan categórico, a cinco fechas del cierre de la temporada, como impensado hace menos de un año. En junio pasado, las redes sociales de los hinchas del equipo se inundaban con un hashtag: #A16. Estaba destinado a Aurelio De Laurentiis, el presidente y dueño del club en el que brilló el Pelusa, de quien hay una estatua en el estadio. El 16 es la autopista que une Nápoles con Bari, donde está el otro equipo del magnate del cine. Los simpatizantes, enojados por la salida de ídolos como Lorenzo Insigne o Dries Mertens, más las ventas de Fabián Ruiz y Kalidou Koulibaly, lo querían afuera. Nueve meses después, y tras una campaña de libro Guinness, todos festejan el Scudetto en la ciudad sureña. Y nadie se acuerda de los reclamos del pasado.
El triunfo de los sureños tiene nombres y apellidos. Desde el propio presidente De Laurentiis, que se mantuvo al margen de los mensajes en su contra, hasta el director deportivo, Cristiano Giuntoli, que replicó en el equipo celeste lo que había hecho hace años en Spezia: reclutar futbolistas tan desconocidos para el gran público como talentosos y hambrientos de gloria. Entre esos, que recién llegaron en el mercado de pases del verano, están el georgiano Khvicha Kvaratskhelia y el surcoerano Kim Min-Jae. Victor Osimhen, el 9 nigeriano, tuvo su temporada soñada y se transformó en el hombre gol del equipo. En la ciudad le rinden mil y un homenajes: desde comidas típicas hasta murales, pasando por un souvenir que se asemeja a la máscara usada para jugar.
Este Napoli campeón se caracteriza por un gen: el convencimiento. Lejos de quedarse en el pasado ante un resultado negativo, mira hacia adelante para visualizar lo próximo en el camino. No hay fracturas ni facturas internas. El vestuario se encolumnó desde el primer día detrás de la idea de un veterano habitante de los vestuarios: Luciano Spalletti, guerrero entre los guerreros. Después de todo, el entrenador siempre quiso futbolistas con determinación. Desde la temporada 95/96, cuando ascendió en un trampolín de la Serie C1 a la máxima categoría con Empoli hasta ahora.
“Tenía un equipo muy interesante en cuanto a carácter, formado por hombres de verdad como a él le gustan. Hubo chicos que luego nos acompañaron todo el camino”, dice Fabrizio Corsi, actual presidente de Empoli y uno de los mejores amigos de Spalletti, en un reportaje publicado por la web Cronache di spogliatoio. Y agrega: “A nivel táctico, Spalletti siempre ha sido un innovador. Lo que me asombraba de él en ese momento era su curiosidad por adquirir siempre nuevos conocimientos. Entiendo que a día de hoy sigue siendo así: muchos entrenadores se sienten ‘aprendidos’ cuando llegan los primeros éxitos, pero él sigue escuchando con interés si le digo algo que hacemos en el Nápoli y que quizás él no sepa. Sin embargo, nunca ha tenido miedo de enfrentarse a jugadores y situaciones difíciles”. Ahí hay otra definición de este Napoli: es un equipo sin miedo.
Acostumbrado a vivir en las sombras del norte poderoso, el equipo sureño precisó de un Maradona para darse cuenta de que podía jugarle de igual a igual a los rivales de gran billetera. Este Napoli también se animó en Milan (ganó 1-0 en el estadio San Siro), y en Turín (también derrotó 1-0 a Juventus con un gol en el tiempo adicionado de Giacomo Raspadori). También ganó en Roma (2-1 a Lazio, su escolta; y 1-0 a Roma gracias a un tanto de Osimhen). Spalletti, está visto, moldeó un equipo con carácter.
Entre las personalidades más fuertes del plantel está el capitán, Giovanni Di Lorenzo, un lateral derecho que supo trabajar en la Serie C para no quedarse en la calle. Era delantero y festejaba sus goles como nuestro Gabriel Omar Batistuta. Le decían Batigol, hasta que un entrenador lo bajó a la zaga central. Otro DT lo hizo lateral derecho y le transformó la carrera. Llegó a Empoli y de allí pasó a Napoli. Como Spalletti, el hacedor. Di Lorenzo es, con distancia, el mejor lateral diestro del Calcio. Y un indiscutido en el seleccionado azzurro. Su alma de guerrero se vislumbra en sus estadísticas: no salió nunca en toda la campaña. Jugó todos los minutos de la temporada en la Serie A. Es el único de todo el plantel.
Entre Osimhen y el georgiano Kvaratskhelia anotaron la gran mayoría de los goles del equipo; los goles del campeón. Al goleador africano, que cuando llegó desde Niza a cambio de 75 millones de euros ingresó al top 10 de los traspasos más caros de la década, lo quieren los gigantes del continente. Y su precio duplica lo que pagaron los italianos: vale 150 millones de euros. Por el georgiano, el flamante campeón italiano pagó “apenas” 10 millones de euros a un club desconocido: el Dínamo Batumi. Ocurre que “Kvaradona” (tal el apodo que se ganó en tierras napolitanas) rescindió su convenio con Rubin Kazan de Rusia por la guerra con Ucrania y regresó a su país. Desde allí llegó a Italia. Y la rompió.
La salida de Koulibaly, la roca de la defensa del campeón, se cubrió con un (otro) refuerzo low cost. Giuntoli, el director deportivo, buceó en ligas que no tuvieran el marketing del top 5 de Europa. Y encontró a un surcoreano en Turquía: Kim Min-Jae se destacaba en Fenerbahce y pasó a Napoli a cambio de 18,5 millones de euros, menos de la mitad de lo que el club había ingresado por la venta de Koulibaly a Chelsea. El asiático se transformó en “The Monster” (”El Monstruo”, en inglés) y pasó a ser la muralla surcoreana gracias a un rendimiento muy por encima de las expectativas. Es el tercer futbolista del equipo con más minutos, sólo por detrás del arquero Alex Meret y el capitán Di Lorenzo.
A todos ellos se les sumaron jugadores que ya eran piezas claves. Stanislav Lobotka se hizo cargo de la mitad de la cancha y también se transformó en un fijo. Raspadori y Matteo Politano aportaron goles que significaron puntos importantes. Giovanni Simeone jugó cuando Osimhen precisó descanso. Y también sumó goles (tres en liga, ocho en total). El polaco Piotr Zielinski y el portugués Mário Rui dieron asistencias vitales. Y el macedonio Eljif Elmas fue recambio habitual desde el banco de suplentes. Todos los futbolistas supieron a la perfección cuál era su rol. De principio a fin. Y todos tienen su cuota parte en el festejo de este Napoli, el primero en celebrar un título de liga después de un equipo inolvidable: aquel de la temporada 86-87 en el que brilló un tal Diego Armando Maradona.