Ganó River agónicamente, abrió un mundo de distancia con Boca, pero los dos quedaron igualados en el bochornoso final del superclásico
El líder venció en el descuento con un dudoso penal que convirtió Borja, tras lo cual se desató un caos de golpes y peleas entre los dos planteles, que dejó siete expulsados
Un superclásico que en el árbitro Darío Herrera no tuvo al mejor ordenador. Todo lo contrario: “ayudó” a descarriarlo durante gran parte de los 90 minutos y ya en el descuento se le transformó en una bola de fuego. 37 foules, siete expulsados, nueve amonestados.
Detrás de los excesos quedó el triunfo de River, que lo buscó mejor en el primer tiempo que en el segundo. Su mérito es que siempre quiso los tres puntos, no se conformaba con menos. Victoria agónica, cuando el 0-0 parecía cerrado a cal y canto. En una acción para alimentar más la polémica que el debate futbolístico. Para discutir hasta la eternidad si hubo penal o no del atropellado Sandez sobre el cimbreante Solari.
El penal y el gol del triunfo lo hizo el colombiano Borja, que había entrado un rato antes y había exasperado a los hinchas de River con un par de pérdidas en la media cancha. En un parpadeo pasó a ser el héroe. River, consolidado en el primer puesto, rompiendo la racha adversa que arrastraba contra el “Boca de Riquelme”, a 19 puntos de un clásico rival que saca los prismáticos para divisarlo.
Por si hiciera falta una demostración más, el superclásico expuso que tiene vida propia, que late por sí mismo, no es necesariamente una secuela del pasado reciente. Desde el comienzo, River hizo ver que no era el equipo que salió hecho jirones del Maracaná. Que la goleada que le asestó Fluminense fue un accidente que no lo dejó noqueado ni meditabundo. Que sus convicciones futbolísticas son robustas como para asimilar un palazo. Boca llegaba en alza, pero lejos estuvo de írsele al humo a River. Lo esperó y respetó –desde lo posicional, no desde la pierna fuerte y dura-, poca dado y suelto a la ambición y la aventura ofensiva.
En el primer tiempo, a River le sobraron revoluciones y a Boca, ganas de ir con el freno de mano, cuando no de poner el partido en el freezer. Y si había que calentarlo, era por la vehemencia para ir al choque y la refriega.
El superclásico nació caliente y al árbitro Herrera le costó controlar la temperatura por su criterio sinuoso y ambivalente para juzgar los foules. Se desentendía de alguno que merecía amarilla (Valentini a Beltrán) y ejercía de estricto con alguna falta menor.
Dos posturas opuestas. River, dispuesto a asumir el control y jugar en campo rival. Boca, abroquelado en un bloque bien bajo, achicando espacios en una franja de 20 metros, aunque tratando de no meterse dentro del área. La línea de cinco jugadores era literal, porque Advíncula y Barco eran más laterales que carrileros. No había noticia del peruano que había sido un puntero en tromba contra Racing. Y al juvenil Barco le recortaron la inspiración, no le permitían que se le animara a Casco.
River generó mucha movilidad e intercambio de posiciones con su colección de mediapuntas: De la Cruz, Nacho Fernández y Barco. Boca se cerraba con sus tres centrales y acumulación de efectivos en espacios reducidos. River tejía y tejía, pero no daba con el punto justo. Nacho Fernández apeló al recuro se la media distancia con un remate que Romero sacó al córner.
Armani le quedaba a varias lunas de distancia a Boca. No encontraba a Villa para hilvanar alguna corrida y Vázquez vagabundeaba en ataque o trataba de entorpecer la salida de González Pirez y Mammana. Le costaba ganarse la vida a Beltrán, sometido a una fricción constante, también por su tendencia a fijar posición contra el físico rival. Aun así, el cordobés tuvo su oportunidad, con un cabezazo que salió apenas desviado.
El encuentro era más ardoroso que bien jugado. Todos aplicados a la fajina, pico y pala. No había espacio ni tiempo para los estilistas, salvo algunos detalles de Nacho Fernández y Barco. Y con Herrera como un capataz que cambiaba el reglamento a cada rato.
Otro tono tuvo el segundo tiempo. Ya Boca no estuvo tan sometido y hasta se pudo ver a Advíncula y Barco coincidiendo en un ataque colectivo. Albricias. River pareció sentir el desgaste, una insistencia de la que no había sacado provecho.
Llegó la inevitable rueda de los cambios. Demichelis advirtió la merma ofensiva y mandó a Solari –por Aliendro- para que lo encarara al pibe Barco. El entrenador de River tomó el riesgo de dejar más descubierto en el eje a un Enzo Pérez que estaba amonestado y rozaba la expulsión. Entró Merentiel y en dos intervenciones hizo más que en los 55 minutos que estuvo Vázquez.
Difícil encontrar una jugada con una secuencia de cinco o seis pases. La destrucción se imponía a la construcción. El nerviosismo también hacía su parte. Se iba el partido, chato, burdo, ordinario por momentos, pero al menos dentro de los parámetros deportivos.
En todo caso, era un 0-0 firmado bajo fuego cruzado. El penal de Borja, enseguida la chispa entre Sergio Romero y Palavecino por la provocación de éste que deriva en un incendio colosal, dantesco. Diez minutos de caos, con la amenaza latente de que el encuentro no se pudiera reanudar para jugar los dos minutos que faltaban. Se pudo, a duras penas. River terminó festejando de cara a sus hinchas como si se tratara de un campeonato. Boca, rodeando a Herrera. Dos mundos, una eclosión.