Por qué la guerra civil en Sudán importa mucho más allá de sus fronteras y las del África
Habría negociaciones de ambos bandos en pugna con Rusia para recibir ayuda militar. El conflicto podría lanzar una guerra por el agua del Nilo con Egipto y Etiopía. La desestabilización de la región afectaría a Chad y la República Centroafricana, que ya soportan incursiones de extremistas islámicos apoyados por el ISIS y Al Qaeda
Las fuerzas armadas sudanesas son ampliamente leales al general Abdel Fattah al-Burhan, líder de la junta militar y gobernante de facto del país, mientras que los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), un amplio conjunto de milicias, siguen al señor de la guerra, el general Mohamed Hamdan Dagalo, más conocido como Hemedti. Ambos disputan el poder desde que derrocaron la dictadura de 30 años de Omar al-Bashir, en 2019. En ese momento, los militares habían prometido una salida democrática hasta que dos años más tarde organizaron un autogolpe y se apoderaron definitivamente del gobierno.
Las RSF fueron fundadas por Bashir para aplastar la rebelión en Darfur, al oeste del país, que comenzó hace más de 20 años debido a la marginación política y económica de la población local por parte del gobierno central sudanés. Las RSF son conocidas por la población local por el nombre de Janjaweed, famosas por las atrocidades que cometieron. En 2013, Bashir transformó a los Janjaweed en una fuerza paramilitar semiorganizada y otorgó a sus líderes rangos militares antes de desplegarlos para aplastar otra rebelión, esta vez en el sur de Darfur y, posteriormente, enviar a muchos de ellos a luchar en la guerra de Yemen y, más tarde, de Libia.
Los jajaweed de las RSF, liderados por Hemedti, y las fuerzas militares regulares bajo el mando de Burhan se unieron para derrocar a Bashir en 2019. El primer acto de las RSF fue provocar la masacre de un grupo de civiles que protestaba pacíficamente contra el golpe. Pero en 2021, sorpresivamente las RFS se pusieron de lado de los grupos que apoyaban una salida política a los militares y esto enfrentó públicamente a Burhan y a Hemedti. La tensión entre ambos se dirimió hasta ahora con algunas escaramuzas y el reparto de las ganancias en los negocios, pero algo hizo estallar la frágil tregua el fin de semana pasado, cuando comenzaron los combates entre las fuerzas de ambos hombres alrededor del aeropuerto internacional de Khartum. Ya hay, al menos, 450 muertos y 2.500 heridos.
Sudán no sólo es enorme -el tercer país más grande de África-, sino que se extiende por una región inestable y geopolíticamente vital. Lo que ocurra militar o políticamente en el territorio sudanés repercute en una de las zonas más frágiles del mundo en el norte de África y la península arábiga. En principio, es el eterno río Nilo, el centro del país y de su relación regional. Aguas abajo está Egipto, que depende desde hace 5.000 años de ese recurso para mover su economía. Aguas arriba está Etiopía, que no cuenta con salida al mar y tiene planes de levantar una enorme represa hidroeléctrica que afectará el caudal del río y la planificación de las cosechas.
En el oeste del país está la región de Darfur, que permanece en conflicto armado desde 2003. Aquí no se enfrentan musulmanes con animistas y cristianos –los habitantes son mayoritariamente musulmanes- como ocurrió en la guerra que llevó a la separación de Sudán del sur, sino un conflicto racial y étnico entre árabes y grupos nilo-saharianos de raza negra que luchan por el control de las tierras de cultivo y pastoreo. Esta lucha afecta, inevitablemente, al vecino Chad, y viceversa. Allí, como en la República Centroafricana actúan guerrillas de extremistas islámicos asociados al ISIS y Al Qaeda. Las armas y los combatientes de los tres países cruzan las fronteras libremente. Y los tres se alimentan de las armas y el dinero de los señores de la guerra y el petróleo que luchan en la desintegrada Libia, más al norte.
Al sudoeste, Sudán limita con la región de Tigray, en el norte de Etiopía, que acaba de salir de un duro conflicto en el que se vio envuelto otro vecino impredecible, la autocracia aislada y altamente militarizada de Eritrea. También hay tensiones en otras partes de la frontera que comparten Etiopía y Sudán, y que en algunos lugares son objeto de disputa.
Al sur, está Sudán del Sur, que se separó formalmente de su vecino del norte en 2011, tras una de las guerras civiles más largas y sangrientas de África, y cuya situación sigue siendo inestable. Tras su independencia, los sudaneses del sur se quedaron con la mayor parte de los valiosos yacimientos petrolíferos de la región, dejando a Sudán mucho más pobre y contribuyendo, indirectamente, a la actual crisis social y política de Khartum. Los actuales grupos militares rivales luchan ahora por el control de recursos económicos cada vez más escasos, como el oro y la agricultura.
Precisamente, para desarrollar la agricultura y aprovechar el riego natural que da el Nilo, los militares sudaneses fueron a buscar socios con dinero del otro lado del Mar Rojo, entre los países árabes. Se sabe que quedaron atrapados en el medio de los combates trabajadores especializados de las granjas de las zonas agrícolas aledañas a Khartum que pertenecen a capitales de los Emiratos Árabes. El otro poder regional, Arabia Saudita también monitorea la situación con mucho cuidado. Su segunda ciudad Jeddah se encuentra frente a las costas sudanesas. Y un poco más al sur está Yemen que permanece en estado de guerra civil desde 2011 con un sector apoyado por los sauditas y otro, de los rebeldes houthis, por los iraníes.
En cuanto al oro, las minas están en manos de oligarcas rusos protegidos por los mercenarios del infame Grupo Wagner, que también participa de la invasión en Ucrania. El Departamento del Tesoro de Estados Unidos acusó al creador de los Wagner, Yevgeniy Prigozhin, de “explotar los recursos naturales de Sudán en beneficio propio y difundir una influencia maligna” en Internet a través de su “granja de trolls”.
El ex dictador Al Bashir permitió la entrada de los Wagner en 2017 como parte de la negociación con el Kremlin por la explotación de las minas. Consiguió los contratos después de asegurarle a Putin que “Sudán es la puerta de entrada de Rusia en África”. Hemedti reforzó esa relación cuando viajó en febrero de 2022 a Moscú, apenas unas horas después de la invasión rusa a Ucrania, para dar todo su apoyo a la aventura militar de Putin.
Los Wagner, que ya operaban en Libia, y mantienen presencia en Mali y la República Centroafricana, llegaron primero para ocupar los territorios alrededor de las minas de la compañía Meroe Gold, controladas por el conglomerado M Invest con sede en Moscú. “Pronto pasaron a ocuparse de otros asuntos y a `cumplir mandados’ del gobierno de Khartun. Se comprometieron en todos los conflictos locales de las zonas mineras y provocaron atroces matanzas”, explicó a Al Jazeera, Samuel Ramadi, autor de un prestigioso libro sobre la expansión rusa en el continente africano.
Entre las tareas de los mercenarios rusos está la de asegurar la salida del oro sudanés hacia Latakia, el puerto que Rusia controla en la costa mediterránea de Siria. Una investigación de la CNN demostró la salida de al menos 16 aviones repletas de oro desde la capital sudanesa hasta el aeropuerto militar de esa ciudad siria. También se cree que una parte de ese oro termina financiando tanto a las actividades de los Wagner en Ucrania como a las milicias de Hemedti. “No creo que haya una luz verde de Putin para que las fuerzas rusas tengan un papel activo en esta actual confrontación militar, pero los Wagner sí la tienen porque se juegan grandes intereses y recursos si no apoyan a Hemedti o si no terminan negociando con Burhan”, explicó el escritor Ramadi.
Sin embargo, Rusia tiene intereses que van aún más allá de la explotación minera y que tienen que ver con la costa del estratégico Mar Rojo. El Kremlin lleva años tratando de establecer una base militar en la ciudad de Puerto Sudán, lo que daría a sus buques de guerra acceso a una de las rutas marítimas más transitadas y disputadas del mundo e influencia sobre ella. Un enviado especial de Putin estuvo a punto de cerrar un acuerdo sobre la base con el gobierno militar de Khartum, pero se frustró por presiones estadounidenses. No sería extraño que ahora las dos facciones en pugna estén intentando concretar el acuerdo para obtener armas y asesores de Moscú.