CHELSEA-REAL MADRID / Rodrygo pide cita en semifinales

Dos goles del brasileño clasifican a un Madrid calculador, que supo esperar su momento. Otra parada crucial de Courtois cambió el curso del choque.

Luis Nieto
As
Es una máxima del ciclismo: las grandes vueltas se ganan en los malos días. Lo sabe bien el Madrid, que resucita como nadie. Su gran mérito en Stamford Bridge fue saber esperar en las duras y matar en las maduras para citarse en semifinales con City o Bayern, equipos de muy diferente dimensión a la del Chelsea. Lampard puso en el campo mucho ímpetu y muy pocos delanteros. El Madrid estuvo en el otro polo: mucha cabeza y mucha pólvora. Casi toda la hizo explotar Rodrygo. El Madrid ha pasado 32 veces de cuartos de 38. Puede recorrer el camino a semifinales con los ojos cerrados.

Vistas las alineaciones, nadie hubiese adivinado el resultado de la ida. El Madrid, con el once con el que salió descamisado a remontar en el Camp Nou. No fue lo que parecía. El Chelsea, con tres centrales, tres pivotes y medio y solo Havertz en punta. Un aire dominante en el que defendía la renta y un talante resistente del obligado a echarse al monte. Los onces no hacen un partido, pero sí dejan un mensaje. El de Lampard fue equívoco. Solo tres fichajes de los dieciséis con que obsequió Boehly al club entre verano e invierno y solo un delantero, que ni siquiera lo es en el estricto sentido del término.

En cualquier caso, el Chelsea es un equipo con garras y dientes aunque durante toda la temporada no haya sabido para qué. Y nadie está libre de una conjunción de astros, sobre todo si sobran en la plantilla. Al fin y al cabo, el fútbol es un permanente desafío a la medicina: depresiones largas pueden curarse en 90 minutos o en 120 en el peor de los casos.

Aviso de Kanté

El equipo de Lampard empezó el partido mejor sin balón que con él, especialmente en su hostigamiento a Camavinga, al que aún se le aprecia el acné en competiciones de gran volumen. La presión sobre la pelota incomodó al Madrid, su ataque no tanto hasta la primera desatención ofensiva blanca, que dejó a Kanté con un balón perdido en el área al que aplicó un remate en dirección incorrecta. Fue el toque de corneta que abrió un amplio periodo de dominio blue con respuesta admonitoria del Madrid: un tremendo derechazo de Rodrygo a la parte exterior del palo.

El plan de Lampard era periférico: restarle obligaciones defensivas a dos laterales de asalto, tres centrocampistas de mucho quite y arriba Havertz para atender a todos. El plan del Madrid era jugar con el tiempo: bajar las pulsaciones al partido con dos especialistas, Modric y Kroos, y tirar de Vinicius cuando las piernas les pesaran al resto. La cosa empezaba a irle bien. El Chelsea menguaba en recuperaciones y presencia en el área y el Madrid empezaba a amagar frente a Kepa, que le sacó un disparo a Modric sin demasiada colocación.

El gran activo del Madrid en la competición a lo largo de la historia ha sido la entereza, seguir vivo cuando la Champions parece derrumbarse a sus pies. En eso andaba ya al final de la primera mitad. Había detenido la embestida del Chelsea sin completar la segunda mitad del trabajo: echar el cierre a la eliminatoria con un gol ante un equipo muy musculado pero con poco remate. La munición blue se sentaba junto a Lampard en el banquillo.

Al borde del descanso Modric le entregó la puntilla a Vinicius. El brasileño, en carrera, puso el interior de su bota, pero la pelota buscó su espinilla, que desfigura cualquier remate. Y de inmediato, Valverde puso un centro pasado que Benzema, sin ángulo ni convicción, no pudo cruzar como la ocasión merecía. Y como en la Champions se mata en un minuto y se muere en el siguiente, Courtois se marchó al intermedio bendecido por enésima vez. Reece James, al que un gran Camavinga no podía sujetar sin ayuda, cruzó un balón raso que pasó frente a una multitud para acabar en Cucurella. El disparo del catalán a quemarropa se lo merendó el belga haciéndose gigante.

Un final muy blanco

El segundo milagro llegó a vuelta del descanso. El partido le dejó otro balón muerto a Kanté en el área pequeña. Esta vez la muralla fue Militao, para el que Stamford Bridge pidió sin razón una segunda amarilla. También el desquiciado banquillo del Chelsea. El Madrid había vuelto al apagón de los primeros minutos, un aviso para recoger velas. Ancelotti parecía tener ya preparada la sustitución de Rodrygo. Hizo bien en esperar. El brasileño se disparó por la derecha, centró al segundo palo, Vinicius controló la pelota, se la devolvió y a tres metros de la línea el propio Rodrygo la mandó a la red. Fin de la partida. El año pasado despertó al Madrid de una pesadilla ante el mismo rival. Esta vez repitió en situación mucho menos dramática.

Solo entonces Lampard se acordó del batallón de delanteros que le quedaban y sacó los tanques a la calle: João Félix, Sterling, Mudryk y Mount casi de golpe. Ancelotti retiró entonces a Benzema, fuera de onda durante todo el choque, para vitaminar el centro del campo. Tchouameni primero. Ceballos después. A aquello ya solo le faltaban los títulos de crédito, alguna buena parada de Courtois, unos cuantos esprints de Vinicius y el segundo gol del Madrid: ante un Chelsea que había pasado de la abstinencia a la sobredosis de delanteros, Valverde entró como una flecha en el área y le regaló el gol a Rodrygo, el plutonio blanco en este partido.


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