Boca está vivo
Boca levantó un partido increíble entre los 89 y los 99 minutos cuando estaba con un pie fuera de la Copa. La gente, que insultaba, terminó delirando. Del desastre a la euforia.
Hay que resaltar lo mejor de la noche: el Colo Barco pidiendo todas las pelotas, encarando y asistiendo a Varela con un pase, no con un centro, para el 2-1 definitivo. Villa, el increíble Villa, el insólito Villa que fue casi del banquillo a la cancha, participando de casi todas las jugadas de ataque de Boca. Desnivelando en el uno contra uno por velocidad y técnica, lanzando al propio Barco a las aguas del fondo de la cancha para que desde allí el lateral con cara de niño pusiera a gritar a toda la Bombonera. El golazo de Advíncula, una locura total: al ángulo y de zurda. ¡Si habremos puteado cada una de esas veces que el peruano elige enganchar para su pierna menos hábil en lugar de desbordar! Esta vez, ni se acomodó. Le pegó de primera y se la mandó a guardar al arquero de Pereira que vivía tirándose. El desahogo de Almirón, su grito surgido desde las entrañas, el puñetazo al aire. En el momento del empate, pedía desesperado que fueran a buscar la pelota al fondo del arco para apurar: apenas quedaba el descuento. Y esa búsqueda desesperada, hija de la vergüenza, tuvo su premio en el cabezazo de Varela, que terminó agarrado del alambrado, un hincha más pero desde dentro de la cancha.
Pasada la euforia, hay que enfocarse en un análisis más frío y más serio sobre lo que ocurrió. Boca encontró en un lateral y su volante más retrasado los goles que no aportaron los delanteros. Y encontró la salvación en un momento complicadísimo, del que iba a ser difícil salir. Hasta el minuto 89, el del zapatazo de Advíncula, Boca había hecho todo mal despertando la furia de la Bombonera. El gol de los colombianos es el que le hacen a un equipo amateur, con el malón volviendo como puede (Figal y Advíncula invertidos, ninguno marcando al tirador), bajando por inercia a hacer número. Indefendible. No es achacable a Romero el gol, pero sí el que le anularon a Pereira -flojisima respuesta-, la escasa seguridad que da en los centros saliendo a rechazar con los puños o directamente con las palmas, como en un voley playero, los rebotes que da en pelotas fáciles, su escasa propensión a salir para anticipar lo que -al no adelantarse a los hechos por temor o por falta de lectura- se transforma en jugadas de riesgo. El medio volvió a ser un desastre, más allá de un par de llegadas de Pol y del cabezazo salvador de Varela: no fue eficaz en la contención ni produjo juego.
Durante todo el día, en la previa, en todos los programas del mundo se preguntaban si Benedetto iba a poder cortar con la sequía que en él persiste más allá de las lluvias que llegaron a Buenos Aires. ¿Es Benedetto el responsable de lo que está pasando? ¿Cuántas pelotas le llegan limpias? ¿Cuánto juego le arman? ¿Cuánto se le acercan? Es cierto, a él no le sale ni un pase a dos metros, pero sus compañeros no lo ayudan. Cero fútbol. No se cae una idea. Son inocuos, fácilmente neutralizables por un equipo que un ratito antes se sacaba fotos en la Bombonera para exhibirlas como souvenir y que casi da el gran batacazo.
Traducido: el triunfo tuvo épica y emoción. Pero para llegar a eso, antes el equipo había sido un desastre inmirable. La misma receta con los mismos ingredientes da como resultado, por lo general, el mismo plato. En este caso, un plato incomible, imposible de tragar, que se atraviesa en la garganta. Salvo Valentini y Barco -cambios por obligación- los jugadores son los mismos que se arrastraban con Ibarra. Y volvieron a arrastrarse casi 90 minutos. Ni la ausencia de Ramírez y Roncaglia pudo mejorarlos. Boca no jugó a nada y Pereira, que llegó de Colombia con la idea de que éste era "un partido ganable", se demostró a sí mismo que no estaba equivocado.
Habrá que trabajar mucho para dar vuelta esta historia, y lo que falta -sobre todo- es tiempo. Tiempo que se perdió con Ibarra y con la impericia de los dirigentes que lo sostuvieron. Boca coqueteó con la eliminación en la segunda fecha de la fase de grupos. Una vergüenza, un papelón. Pero supo levantarse de la tumba. Está vivo. Tiene el nombre, la historia y la camiseta. ¿Cuántos más pueden chapear con eso?